Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro paradigmas antagónicos

por La Nueva Mirada

América latina vivió un intenso ciclo electoral durante 2018. Un ciclo no exento de sorpresas que, en lo sustantivo, confirmaron  el giro a la derecha que ha experimentado la región. Iniciado por Mauricio Macri en Argentina y Sebastián Piñera en Chile, se agregaron Mario Abdo en Paraguay e Iván Duque en Colombia.

En más de un sentido, la elección del oficialista Carlos Alvarado como nuevo presidente de Costa Rica, se produjo en medio de sorpresas. Fabricio Alvarado, que no marcaba como favorito en las encuestas, ganó en primera vuelta, con un discurso ultraconservador y fundamentalista (evangélico, como Bolsonaro), siendo derrotado en segunda ronda.

Sin lugar a dudas la gran sorpresa fue la elección  de Jair Bolsonaro en Brasil. Un ex militar, de ultraderecha, al que ningún analista político le asignaba reales opciones pese a marchar segundo en las encuestas(18%), a gran distancia del ex presidente Inacio Lula da Silva, que marcaba un sólido 40%.

Inevitablemente la suerte de ambos gobiernos-brasileño y mexicano- serán objeto de todo tipo de comparaciones. No por nada, el progresismo latinoamericano tiene cifradas sus esperanzas en que un buen gobierno de AMLO en México contribuya a una recuperación  del progresismo en la región.

Tras la decisión de los tribunales de justicia, confirmando la condena de primera instancia en contra del ex mandatario, Bolsonaro empezó a subir abruptamente, mientras las otras opciones, incluida la del socialdemócrata Geraldo Alckmin, no despegaban. La designación a última hora  de Fernando Haddad como candidato del PT y su posicionamiento como alternativa estuvo lejos de impedir el triunfo de Bolsonaro que, con una holgada primera mayoría, se transformó en el nuevo mandatario, que asumió el poder el 1 de enero reciente.

En contrapartida, la elección de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México, marca el contraste con lo sucedido en Brasil. El izquierdista líder de Morena llega al poder luego de tres intentos, con la bandera de la cuarta gran  reforma o transformación, que pretende cambiar la faz política del país, enfrentando la violencia, pobreza y corrupción como los males endémicos de su nación.

Inevitablemente la suerte de ambos gobiernos-brasileño y mexicano- serán objeto de todo tipo de comparaciones. No por nada, el progresismo latinoamericano tiene cifradas sus esperanzas en que un buen gobierno de AMLO en México contribuya a una recuperación  del progresismo en la región.

A contrario sensu, un exitoso gobierno de Bolsonaro en Brasil tan sólo contribuiría a crecentar los temores de “contagio” del populismo de ultraderecha en la región. Tal y cual sucede en la vieja Europa y el propio EE.UU. con la controvertida figura de Donald Trump.

A contrario sensu, un exitoso gobierno de Bolsonaro en Brasil tan sólo contribuiría a crecentar los temores de “contagio” del populismo de ultraderecha en la región. Tal y cual sucede en la vieja Europa y el propio EE.UU. con la controvertida figura de Donald Trump.

La crisis de las instituciones y la debilidad de las democracias

Sin lugar a dudas Jair Bolsonaro ganó en Brasil básicamente por el hartazgo ciudadano en contra de la corrupción, la crisis de las instituciones, la violencia extrema y la crisis económica. Factores todos que, de una u otra manera, están presentes en la mayoría de los países de la región.

La operación Lava jato (lava autos) que develó un gran escándalo de corrupción, involucrando a poderosos empresarios que capturaban al aparato del Estado vía cuantiosas coimas a autoridades y políticos de un amplio espectro, muy pronto demostró que había trascendido las fronteras de Brasil para alcanzar al menos doce países en la región. Las indagaciones, con declaraciones compensadas, han provocado crisis políticas en países como Ecuador (su vicepresidente debió renunciar y está en prisión) y Perú, donde Pedro Pablo Kuczynski debió renunciar a la presidencia, siendo sustituido por Martín Vizcarra, en tanto que los ex Presidentes Alan García, Alejandro Toledo, Ollanta Humala, así como Keiko Fujimori, enfrentan procesos judiciales por corrupción.

En Nicaragua, Daniel Ortega se mantiene en el poder, transformado en dictador sostenido por una criminal represión que persigue a los medios de comunicación y expulsa a observadores internacionales que investigan las denuncias por masivas y sistemáticas violaciones a los derechos humanos.

Venezuela vive una aguda y profunda crisis institucional, política, económica y social. Con unas elecciones amañadas para asegurar la reelección de Nicolás Maduro, que diversos países han optado por no reconocer. Una verdadera crisis humanitaria, con inflación galopante, altos niveles de violencia y corrupción.

Argentina vive una crisis económica prolongada que el gobierno de Mauricio Macri no ha logrado controlar, pese a los millonarios aportes del FMI. Las denuncias de corrupción se multiplican en contra de Cristina Fernández y los gobiernos kirchneristas, pese a lo cual mantiene grados de adhesión ciudadana, que aún le permiten especular como alternativa para retornar al poder este año de elecciones presidenciales.

En Bolivia, Evo Morales ha sido habilitado a presentarse como candidato a una cuarta reelección, pese a una prohibición constitucional expresa y el adverso resultado de un referéndum para cambiar esa disposición constitucional. La oposición califica la decisión del Tribunal Supremo, que habilita la reelección indefinida, como un verdadero quiebre del sistema democrático.

En Nicaragua, Daniel Ortega se mantiene en el poder, transformado en dictador sostenido por una criminal represión que persigue a los medios de comunicación y expulsa a observadores internacionales que investigan las denuncias por masivas y sistemáticas violaciones a los derechos humanos.

En Cuba no hubo elecciones pero cambió de Presidente. Raúl Castro abandonó dicho cargo, reteniendo el mando de las FF.AA. y la dirección del Partido Comunista (donde efectivamente radica el poder), sin que se divisen cambios sustantivos o procesos de transición, sino un enorme esfuerzo por consolidar el proceso revolucionario tras el progresivo retiro de los históricos líderes por razones de salud y edad.

El Salvador, uno de los primeros países en enfrentar elecciones presidenciales en el año que se inicia (y en donde la derecha puede retornar al poder), junto a Honduras y Guatemala, integra el famoso “triángulo del Norte”. Una zona geográfica azotada por el crimen organizado, la violencia y la corrupción. Ingentes masas de ciudadanos de dichos países integran la famosa caravana de inmigrantes que marcharon hacia la frontera norteamericana, buscando mejores horizontes y seguridad. Un proceso que tan sólo puede incrementarse y que México busca resolver con la ayuda del gobierno norteamericano.

El Salvador, uno de los primeros países en enfrentar elecciones presidenciales en el año que se inicia (y en donde la derecha puede retornar al poder), junto a Honduras y Guatemala, integra el famoso “triángulo del Norte”. Una zona geográfica azotada por el crimen organizado, la violencia y la corrupción. Ingentes masas de ciudadanos de dichos países integran la famosa caravana de inmigrantes que marcharon hacia la frontera norteamericana, buscando mejores horizontes y seguridad. Un proceso que tan sólo puede incrementarse y que México busca resolver con la ayuda del gobierno norteamericano.

Uruguay sigue siendo una excepción en la región. Un país ordenado, que no genera grandes noticias (como no sea la legalización del consumo de mariguana o las entrevistas de Pepe Mujica) ni protagoniza grandes escándalos, en donde la coalición de centro izquierda cumple un tercer mandato y disputa las preferencias de cara a las elecciones presidenciales prevista para este año.

La novedad en estas elecciones es la aparición de un excéntrico  multimillonario, Juan Sartori, casado con la hija de un magnate ruso, que busca desplazar a figuras históricas del Partido Nacional, como Luis Lacalle Pou o Jorge Larrañaga, para convertirse en candidato presidencial de los blancos, como se conoce a los militantes del Partido Nacional.

Por su parte, en el Frente Amplio se vive un verdadero recambio generacional luego que Danilo Astori, ex vicepresidente de José Mújica y actual ministro de Economía, desistiera de postularse a la presidencia. Daniel Martínez, actual intendente de Montevideo, es quien lidera las encuestas para asumir la candidatura presidencial por el oficialismo, pero aún deberá enfrentar en primarias a otros aspirantes del Frente como Carolina Cosse u Oscar Andrade.

Uruguay sigue siendo una excepción en la región. Un país ordenado, que no genera grandes noticias (como no sea la legalización del consumo de mariguana o las entrevistas de Pepe Mujica) ni protagoniza grandes escándalos, en donde la coalición de centro izquierda cumple un tercer mandato y disputa las preferencias de cara a las elecciones presidenciales prevista para este año.

Al igual que en elecciones anteriores, aún encabezando las encuestas, el Frente Amplio suma menos adhesiones que la suma de Colorados y Blancos. Y ciertamente existe un desgaste luego de tres mandatos consecutivos, lo cual proyecta una cierta incertidumbre sobre el resultado de la próxima contienda presidencial.

En suma, el balance político del año que termina no es demasiado alentador para la región. Ni para la democracia o sus instituciones. La buena noticia es que la justicia ha tomado cartas en relación a la corrupción en la mayoría de los países. En buena parte de la región se anuncian ritmos de crecimiento débiles, pero positivos, con la evidente excepción de Venezuela y la inquietante incertidumbre en Argentina.

La mala noticia es que varios gobiernos con legitimidad de origen la han ido perdiendo en su ejercicio, por  sus aspiraciones de eternizarse en el poder.

La mala noticia es que varios gobiernos con legitimidad de origen la han ido perdiendo en su ejercicio, por  sus aspiraciones de eternizarse en el poder. Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador representan paradigmas antagónicos en la región. La llamada centro derecha, o el neoliberalismo, debe demostrar que no sólo se preocupa del crecimiento económico sino también de la inclusión social. Y el progresismo en su más amplia expresión, debe sacar lecciones de sus derrotas y reconcursar, leyendo autocríticamente los signos de los tiempos.

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