Entraron a la universidad en el año de la peste y salen con graduaciones estropeadas por las protestas en torno a una guerra ajena y lejana. A los miembros de la Clase 2024 les toca, además, el fastidio de elegir entre los mismos candidatos presidenciales.
Mal comienzo
En el otoño de 2020, nueve meses después de iniciada la pandemia de la Covid 19 y tras un verano agitado por las protestas en todo el país contra la brutalidad policial, unos 15,9 millones de estudiantes ingresaron en instituciones de educación superior en Estados Unidos.
Para todos ellos y ellas el semestre final de la escuela secundaria había sido caótico: hacia fines de mayo se habían registrado en el país más de 1,7 millones de casos de Covid y 103.700 persona habían muerto por la enfermedad hasta entonces mal contenida.
La pandemia, acompañada por la inepcia del gobierno del entonces presidente Donald Trump, generó toda clase de controversias que iban desde los supuestos tratamientos más o menos eficaces, a disputas por las cuarentenas, los cierres de escuelas y empresas y el uso o repudio de las máscaras a conjeturas sobre el origen del virus.
Fue un año de elección en el cual Trump buscaba un segundo mandato y, a codazos e influencias tradicionalistas el ex vicepresidente Joe Biden se aseguró la candidatura presidencial del Partido Demócrata.
En todo el país los adolescentes que salían de las escuelas secundarias completaron sus cursos con clases por internet o en medio de las bataholas que sus padres y madres armaban en torno a la enseñanza virtual, y que los distritos escolares resolvían a tono de la orientación política de cada estado.
“En Estados Unidos, al igual que en otras muchas partes del mundo, el final de la escuela secundaria es un período único en la vida para la celebración y el cierre de un capítulo”, escribió Reya Kumar, ahora subeditora del periódico de la Universidad Tufts, en Massachusetts. “Es el tiempo del baile de ‘Prom’, la graduación, los viajes de clase, la firma de los anuarios con amigos y conocidos que quizá una no vuelva a ver. Todas esas cosas que significan el final de una era, la niñez. Nuestra clase se perdió todas estas experiencias”.
“Nos sacaron de las escuelas abruptamente. Nos dijeron que nos fuéramos a casa por dos semanas, luego que por un mes y luego que jamás volveríamos”, añadió. “Experimentamos con intentos torpes para aliviar el golpe, con graduaciones y ‘proms’ virtuales que jamás podrían replicar la experiencia que las generaciones anteriores disfrutaron”.
En la primavera de 2020 no hubo ceremonias con el desfile, la toga, el birrete y la entrega del diploma para el aplauso del alumnado y el orgullo de la familia, No hubo el baile tradicional con sus trajes formales para los varones y sus vestidos de fiesta para las chicas (que para muchos y muchas ha sido el preludio al debut sexual). No hubo los ‘selfies’ con abrazos de compañeros y compañeras y, con suerte, hubo alguna alegría compartida en Facebook o Zoom.
A ese caldo de cultivo se le sumó, a fines de mayo, el homicidio de George Floyd a manos de la policía en Minneapolis (Minnesota) y la eclosión del movimiento ‘Black Lives Matter’ que sacó a la calle a millones de manifestantes durante meses.
En su primer semestre de universidad y con la esperanza de graduarse en 2024, esos millones de estudiantes navegaron las ya repetidas, pero no menos virulentas polémicas por la educación “en remoto” o “en persona”, y la ominosa elección presidencial que les dio a Biden como ganador y a Trump como mal perdedor.
Y cuando retornaban, en enero de 2021, para su segundo semestre los universitarios presenciaron un asalto sin precedentes al Congreso por los seguidores de Trump y el segundo juicio político al contumaz que, hasta hoy, sigue sin aceptar que perdió.
Final frustrado
En esta primavera de 2024 unos 4,2 millones de universitarios completan sus cuatro años de brega por un título y encaran la aventura de encontrar un empleo con el cual pagarán, por décadas, la educación superior que tuvieron.
La graduación universitaria es, a la vez, un umbral simbólico y un escalón práctico tan relevante que millones de jóvenes se han identificado y se identificarán por años de acuerdo con la “clase” universitaria.
No en términos de clase social, sino de acuerdo con el año de graduación. Desde que salió de la escuela secundaria este contingente se ha identificado como la “Clase 2024”, y por el resto de sus vidas en encuentros sociales o en la carrera laboral sentirán que hay un vínculo peculiar con otras personas de la misma “clase” aunque se hayan graduado en universidades diferentes.
La Clase 2024 comparte, nuevamente, la frustración de sus graduaciones que, en muchas universidades han suspendido las ceremonias debido a los campamentos, las protestas, la represión policial, las incursiones de matones no identificados y la alharaca de parte y parte acerca del conflicto en el Oriente Medio.
Y los graduados y graduadas de la Clase 2024 encaran el comienzo de sus carreras profesionales con un desafío único: la irrupción de la “inteligencia artificial” que bien puede tornar fútil u obsoleto el acervo académico que sus diplomas certifican.
Es, nuevamente, año electoral y para qué lado se volcará esta Clase 2024 bien puede tener un impacto en la votación.
Según el Centro Pew de análisis social, el 66 % de los votantes con edades entre 18 y 24 años, y el 64 % de los que tiene entre 25 y 28 años, se inclinan a favor de los demócratas.
La ventaja de los demócratas sobre los republicanos por categorías de edad se mantiene hasta los 50 años, y después favorece a los republicanos con el 53 % de los votantes con edades entre 60 y 69 años, y el 51 % entre los que tienen de 70 a 79 años de edad.
El factor de la educación académica también, aparentemente, favorece a Biden. Los republicanos aparecen con más favor tan sólo entre los votantes que cuya experiencia escolar llega a la secundaria o algún año de colegio universitario. Pero entre los diplomados universitarios el 51 % favorece a los demócratas comparado con el 46 % que se inclina por los republicanos, y esa ventaja se ensancha entre los votantes con diploma de post grado (61 % a 37 %).
Hasta aquí, los datos de Pew y otros análisis sugieren que los votantes jóvenes y con educación universitaria son un factor relevante en el arreo de votos de los demócratas, aun antes de que se pondere el impacto de las protestas pro contra Israel – palestinos de esta primavera.
En Estados Unidos el voto no es obligatorio y, para votar, el ciudadano habilitado (esto es mayor de 18 años y sin condenas por crímenes graves) debe registrarse. Como resultado todos los datos sobre el electorado han de tener en cuenta tres cifras: la de los votantes habilitados, la de los registrados, y la de quienes concurren a votar.
Los votantes de 18 a 29 años de edad son, según Pew, el 10 % de los que concurren a votar, pero son el 27 % de los que no votan. Y, mientras que los votantes graduados de la universidad son el 24 % de los que concurren a votar, los que apenas han completado la secundaria y los que tienen un par de años de colegio universitario son el 56 % de los que también concurren a votar.
El revulsivo de las manifestaciones pro palestinos, anti Israel, pro Israel anti palestinos ocupó en las pantallas el espacio bien merecido de las imágenes con banderas, empujones, gas lacrimógeno, antorchas, barricadas, consignas, brutalidad policial y ocupación de edificios.
Como es normal en estas instancias, los hablantes más extremos y ofensivos capturaron la atención mayor. Unos llamaron a los otros genocidas y nazis, y otros llamaron a los unos sionistas y genocidas.
Hubo, asimismo, referencias a las protestas contra la Guerra de Vietnam en las décadas de 1960 y 1970.
Cuando faltan menos de 170 días para el de la elección presidencial, el efecto que estas protestas tengan sobre el voto de los universitarios es incierto.
En los años 1970 los universitarios protestaban contra una guerra que dejaría casi 60.000 estadounidenses muertos y casi medio millón con heridas físicas, emocionales y psicológicas.
Aunque las facciones militantes procuran que todos los universitarios se involucren y sientan como suyo el conflicto del Oriente Medio para la Clase 2024 en su gran mayoría ése es un lío ajeno, en el cual Estados Unidos no debería involucrarse demasiado.
La posición del presidente Biden con respecto a la guerra en Gaza puede resonar bien entre algunos universitarios que se alinean con Israel, y puede sonar muy mal entre quienes simpatizan con los palestinos.
El reclamo de los militantes pro palestinos para que las universidades se deshagan de contratos e inversiones con intereses israelíes suena moralmente encomiable, hasta que una revisión de los libros de contabilidad muestra que esas inversiones financian las universidades y programas para estudiantes.
Y los requiebros de Biden, que recientemente ha hecho algunos gestos para jalarle la rienda a Benjamin Netanyahu, pueden ahora enojar a los universitarios que simpatizan con Israel dando aliento a quienes favorecen a los palestinos.
En conjunto las imágenes dramáticas de la guerra en Gaza, las de las protestas y la variada respuesta policial, y el simple cansancio con tanta turbulencia bien podría resultar en que la Clase 2024 simplemente se quede en casa y no vaya a votar.