Colonia Dignidad, sitio de memoria. Otra deuda pendiente.

por Emma Sepúlveda Pulvirenti.

 Lo prometido es deuda, y Chile ha tenido una deuda por décadas con las víctimas de Colonia Dignidad. Esa promesa la han hecho políticos de todo el espectro ideológico. Lo han prometido por años las pocas mujeres -y los muchos hombres -que han ocupado cargos en diferentes niveles del poder. Y esa deuda con las víctimas sigue pendiente. 

La historia de Colonia Dignidad se supone conocida. Así como los crímenes que se cometieron en ese campo de concentración liderado por Paul Schäfer y los jerarcas cómplices. Lo que todavía no sabemos es por qué la justicia no ha llegado a las víctimas y por qué, hasta ahora, no se han expropiado los vastos terrenos de la Colonia. 

 ¿Quiénes han detenido estos procesos?

Con las películas, series, libros y artículos publicados, en Chile y el resto del planeta, parte de la historia (porque aún falta mucho por desenmascarar) ha llegado a conocerse, pero con muchos vacíos. Sabemos que un grupo de alemanes llegó a Chile en 1961, siguiendo a un pastor bautista que estaba acusado de abusar sexualmente de niños y era buscado por la policía en Alemania. Sin embargo no sabemos cómo pudo salir del país libremente, llevando a centenares de niños sin sus padres, ni estamos enterados de quiénes fueron aquellos cómplices que lo ayudaron a fugarse. Sabemos que entró a Chile con esos niños (en su mayoría varones) a su cargo y creó lo que sería una Sociedad de beneficencia para ayudar a las víctimas del terremoto de 1960 (entre otras vagas justificaciones). Pero no sabemos cómo pudo pasar el escrutinio de las autoridades chilenas que ignoraron su calidad de migrantes menores no acompañados por sus padres. Sabemos que un muchacho llamado Wolfgang Müller trató de escapar en 1962 y 1963, y aunque contó las vejaciones que sufría como una de las tantas víctimas de Paul Schäfer, fue devuelto al sitio de los abusos. ¿Por qué no hubo investigación por parte del gobierno alemán ni de las autoridades chilenas?

No es redundancia interrogarse sobre lo que continuó ocurriendo con aquel muchacho, que volvió a fugarse, después de ser nuevamente torturado por el mismo Schäfer y sus subordinados de forma aún más bestial. Ni cómo el poder de la Colonia logró denunciarlo a las autoridades chilenas por difamación y robo del caballo que usó para el escape (aunque lo dejó amarrado y con un papel que pedía que se devolviera a sus dueños de C.D.). El joven fue condenado a 5 años de cárcel y si no hubiese escapado hoy estaría enterrado en el cementerio de la Colonia junto a tantos otros asesinados por los jerarcas. Así se multiplican las interrogantes sin respuestas. 

Sabemos también que una mujer escapó en esa época, dejando a sus tres hijos en la misma Colonia, pero no cómo fue devuelta silenciosamante. En el ámbito del poder económico allí establecido, imperó el chipe libre otorgado por el fisco nacional, con elusión de controles para la internación de maquinarias agrícolas y, por cierto, de aparatos importados para aplicar electrochoques a los sometidos residentes. La evasión de impuestos fue un detalle normal. Pequeñeces para tan respetados benefactores. 

 Los favores concedidos a Paul Shäfer fueron considerados una pequeña compensación a su aporte riguroso y eficacia profesional en la tortura y exterminio de los considerados enemigos del régimen civil militar liderado por Pinochet. Ha transcurrido más de medio siglo sin saber el destino de las víctimas que entraron al subterráneo para ser interrogadas y nunca volvieron a salir de Colonia Dignidad. 

El tráfico de armas y fabricación de ellas en el enclave estuvo siempre bien protegida. Así como lo estuvo la oportuna fuga de Paul Schäfer. No fueron autoridades chilenas ni tampoco alemanas las decisivas para su posterior captura. Ello ocurrió resultado de la investigación de un grupo de periodistas, junto a un infatigable abogado chileno. Con todo, no olvidamos que el carnicero de mujeres, especialista en torturas, Harmut Hopp, mano derecha de Shäfer, salió de territorio chileno y vive libre en Alemania. 

En esta historia plagada de oscuridad e impunidad aberrante quedará registrado el resultado de la comisión de expertos, investigadora de violaciones a los derechos humanos perpetrados en la Colonia Dignidad, encabezada (valga la ironía) por el entonces ministro de Justicia y Derechos Humanos, Hernán Larraín, visitante anterior del enclave en su época de gloria y admirador de la obra altruista de Shäfer. Usted imaginará los resultados obtenidos respecto de los crímenes de lesa humanidad allí cometidos. 

Una nueva promesa, hecha por el presidente Boric hace unos días, ofrece reparar la deuda que Chile y Alemania tienen pendiente con las víctimas de los crímenes y el silencio de la complicidad. Se habla de expropiar terrenos. No nos dicen cuánto terreno, ni qué parte del terreno de la antigua Colonia Dignidad será dedicado a la memoria de los crímenes que se cometieron en ese siniestro lugar. No se habla de cuándo ni cómo. Tendremos que seguir esperando. Esperando como lo hemos hecho por décadas, entre cómplices, víctimas y victimarios.

Esta promesa tiene que hacerse realidad y no en forma de una gran piedra con los nombres de las víctimas grabados a cincel a la entrada de Villa Baviera, cerca del hotel donde hoy duermen plácidamente los turistas que han cenado salchichas alemanas, acompañadas por la cerveza que ahí se fabrica. Una visita turística que sigue cooperando económicamente con los herederos de los victimarios.

Un monumento a la memoria de las víctimas tiene que ser un amplio territorio expropiado que abarque los galpones donde las mujeres eran azotadas. El subterráneo donde se torturaron a los considerados enemigos de la dictadura. Las oficinas de Paul Schäfer que daban a su secreto escondite. El hospital donde se aplicaron electrochoques para distorsionar la mente de cientos de víctimas, se inyectaron drogas prohibidas y se hicieron abortos forzados. La escuela donde no se educaban los niños. Las salas de cuna donde se criaron los hijos- e hijas- sin madre ni padre. El cementerio donde están los pocos cuerpos enterrados que tuvieron la suerte de tener una lápida con su nombre y los que solo tienen una cruz. Y los campos abiertos donde pueden estar los restos de los cuerpos que todavía no se han desenterrado -o examinado- para saber de quiénes son.

Ese es el sitio de memoria que no solo ayudará a tratar de encontrar paz a las familias de las víctimas, también al país con respuestas fundadas a lo inexplicable. Y quizás así declarar el Nunca Más como la única manera de sanar las heridas aún abiertas.

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3 comments

Pamela Simoncelli Romàn junio 13, 2024 - 3:53 pm

Claramente allí en Colonia Dignidad…que yo, sugiero llamar Colonia Indignidad. Debemos dejar muy en claro por todos esos lugares de tortura un gran Nunca más. Qué» se haga una realidad, que podamos sentir y ver todos y todas las chilenas».

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Ana María junio 13, 2024 - 9:06 pm

Gracias Emma Sepúlveda por tus palabras, tu libro y todo el trabajo que haces para mantener la Memoria sobre este horrible enclave que aún sigue dañando personas.

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Cecilia Delgado T. junio 13, 2024 - 9:50 pm

Falta mucha barbarie q desenterrar, q dar a conocer, ojalá este libro, otras publicaciones, las expropiaciones, logren dar justicia a tanto sufrimiento por ahí.
Faltas más Emmas Sepulveda valientes, dedicadas y trabajadoras.

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