A menos de dos meses que Gabriel Boric asuma la Presidencia, los recientes asesinatos cometidos en la zona en conflicto en la Araucanía o Wallmapu recuerdan la precariedad de las políticas públicas allí, en donde la acción final de la segunda administración de Sebastián Piñera ha sido militarizar la región mediante estados de excepción, reduciendo el problema solo a terrorismo, violencia y a una acción de orden disuasivo del Estado. Una forma de racionalidad que impide asumir la multicausalidad implícita en ese conflicto histórico y en la acción de grupos radicalizados.
Argumentos o prejuicios
Esta columna nace después de un dinámico, franco y polarizado intercambio de whatsapp que sostuve con un buen amigo, economista y director de escuela de una universidad local respecto de los nuevos crímenes cometidos en la Araucanía. Su visión era que el conflicto escalaría aún más cuando asuma el nuevo gobierno y que esencialmente lo que hay en la zona es violencia desatada por fanáticos -con narcos mediante para obtener recursos y financiamiento- contraviniendo los deseos mayoritarios de sus habitantes para que el Estado chileno les asegure una vida normal y en paz, al precio que sea.
Particularmente, los argumentos en juego tenían que ver también con tratarse de una zona de votantes de derecha, donde “por algo ganó Kast”, y que demandan soluciones urgentes a sus condiciones de amenazas: “Piñera se la jugó enviando al Ejército, porque era lo que la gente esperaba; un fuerte rayado de cancha que hasta el momento el Presidente electo elude”.
No se trataría, a su juicio, de un conflicto identitario -argumento que se usaría por moda-, sino uno entre chilenos, con grupos fanáticos dirigidos por Héctor Llaitul, frente a los residentes que quieren paz. Aspectos que escaparían al interés y comprensión real de las élites dirigentes, que observan sesgadamente desde Santiago el desarrollo de este enfrentamiento y proponen políticas públicas inservibles como validar un organismo fracasado y altamente cuoteado, politizado, como la Corporación Nacional de Desarrollo Indígenas.
Invocando a Morin
Si bien coincidimos en que un gran tema de fondo estaba en la insuficiente presencia y acción del Estado en la zona -que garantice la paz social y el derecho a la vida-, dijo desconfiar también en los procesos de diálogo que propuso Boric en su campaña presidencial para abordar el conflicto, reduciéndolos al concepto de “buenismo” impulsado por el exministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno. Una acción destinada al fracaso.
Otro gran tópico está en la consideración del desafío de ejercer una nueva política, al decir del filósofo francés, Edgar Morin, quien cumplió ya cien años de vida y sigue siendo uno de los intelectuales vivos más influyentes con su teoría del pensamiento complejo y de la necesidad de una nueva política para a civilización.
Es justo en este campo conceptual que sus postulados permiten abrirse a una novedosa perspectiva comprensiva de los conflictos contemporáneos, especialmente centrados en un agotamiento de la racionalidad económica y de expertos con conocimientos técnicos aislados, que lejos de ayudar a entender la multidimensionalidad de los problemas sociales, los reducen aislando sus partes analíticas, lo que impide comprender que la vida social tiene aspectos que solo surgen desde la profunda interacción de las personas: ”… el ser humano es a la vez biológico, síquico, social, afectivo, racional. La sociedad comporta dimensiones históricas, económicas, sociológicas, religiosas…” nos dice Morin en Los siete saberes necesarios para la educación del futuro (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, 1999). Esto condiciona que “… los grandes problemas humanos desaparecen para -el beneficio de los problemas técnicos y particulares. La incapacidad de organizar el saber disperso y compartimentado conduce a la atrofia de la disposición mental natural para contextualizar y globalizar”.
Pensar entonces en el conflicto de la Araucanía solo como expresión de violencia y terrorismo versus demanda de paz no alcanza para desentrañarlo desde su génesis hasta hoy, porque como sentencia el pensador galo, “entre más multidìmensionales se vuelven los problemas más incapacidad hay de pensar su multidimensionalidad; más progresa la crisis; más progresa la incapacidad para pensar la crisis; entre más planetarios se vuelven los problemas, más impensables son”. Ergo, la ciencia, la técnica y la burocracia, más la separación y la superespecialización del saber han contribuido a la crisis de la democracia actual, fundamentalmente mientras más técnica se vuelve la política, más retrocede la competencia democrática y la deliberación ciudadana.
Ejes de la complejidad y nuevo relato
Al inicio de la pandemia covid-19, la agencia periodística de negocios Bloomberg informó que hasta el año 2019 el 1% de la población más rica del mundo poseía el doble de riqueza que el 99% restante (78 mil personas versus 7 mil 750 millones de personas). The Oxford Committee for Famine Relief –Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre, Oxfam-, fundado en Gran Bretaña en plena Segunda Guerra Mundial, recomendó en su informe Time to Care o Tiempo de Preocuparse que los gobiernos suban los impuestos a las personas más ricas y a las grandes corporaciones de forma masiva. El fundamento radica en que se les están gravando, bajo lo debido, subfinanciando los servicios públicos. La desigualdad constatada por la organización hace dos años llevaba a que solo 2.153 multimillonarios poseyeran más riqueza que el 60% de la población mundial.
Si nos dejamos llevar por los postulados de Morin, es necesario incentivar en los ciudadanos una nueva ética de la solidaridad como de la responsabilidad ante el agotamiento o el revés de la individualización, de la monetarización de la vida y del desarrollo entendido como carrera por el crecimiento económico y no como un bienestar de largo plazo. Signos de un agotamiento que requiere revolucionar los sistemas en enseñanza y aprendizaje, especialmente dirigidos a siete aspectos:
- Curar la ceguera del conocimiento, debido a que este conlleva en sí mismo el error al no considerar su evolución en el tiempo y en la forma de abordar los problemas (dogma, errores mentales, intelectuales y de la razón).
- Sentar las bases de un conocimiento pertinente, complejo, mutidimensional, que enfrente los riesgos de la superespecialización, la reducción racionalista, la soberbia y la sobreinformación.
- Enseñar la condición humana en todas sus complejidades y diferencias étnicas, religiosas, culturales, idiomáticas, de fronteras, países y naciones, propendiendo a la integración creciente, fundamentalmente en el respeto de los derechos universales.
- Enseñar la identidad terrenal vinculada con miles de años de historia a escala planetaria, asumiendo los riesgos de su subsistencia y sus amenazas tanto tecnológicas como de pensamientos excluyentes. Buscar el desarrollo global no solo económico sino moral, intelectual y afectivo.
- Saber enfrentarse a las incertidumbres, como condición natural y no necesariamente bueno o malo. La evolución se ha demostrado no como una constante lineal, sino como un proceso de avances, frenos y catástrofes que va reescribiendo constantemente sus riesgos, sus fines y sus acciones.
- Enseñar la comprensión aplicada en diferentes escalas y contextos dentro del propio grupo del que se forma parte, como de grupos diferentes, en toda la complejidad ética, valórica, cultural, identitaria, idiomática, religiosa o de cualquier otro tipo que no puede ser reducida ni considerada aaisladamente. Reporta un desafío al egocentrismo y al espíritu reductor, donde es clave distinguir que comprender es mucho más profundo que solo comunicar.
- La ética del género humano ya no solo en ua dimensión individual, sino grupal, donde el comportamiento colectivo se rija también por una moral de respeto y consideración con el resto.
Y si aplicamos estos preceptos al Chile que se iniciará con la administración del Presidente Gabriel Boric, la pertinencia de los desafíos que propone Morin estarán a la altura de los problemas a enfrentar:
- altos niveles de desigualdad económica, cultural y de capital social;
- una sociedad con déficit de alteridad y generadora de castas excluyentes;
- una élite ególatra, narcisa y soberbia que gusta de escucharse a sí misma y pensarse separadamente del resto de Chile;
- comunidades de expertos e investigadores académicos sin incidencia alguna y desvinculados del relato de lo público a escala compleja (solo atrapados por lógicas de producción intelectual neoliberal de rankings y redacción de papers o artículos indexados de escasa trascendencia en pro de aumentar sus calificaciones e ingresos);
- una sociedad individualista neoliberalizada por décadas y volcada al consumo más la deuda como sinónimo de incremento en el nivel de vida y no de su bienestar…
- y como contracara, un país que viene saliendo de un estallido social no del todo comprendido, que rediseña su futura institucionalidad, que elige al Presidente de la República más joven de su historia y que en su programa de gobierno propugna asumir una tarea de fuertes transformaciones que incrementen los niveles de igualdad.
¿Será posible sin recurrir a Edgar Morin?
Difícil…