Se repite que no hay nada que celebrar. Que se rechazó la propuesta de los republicanos, pero legitimando la constitución de Pinochet (una que hoy lleva la firma del expresidente Lagos, con múltiples reformas, la más reciente: rebajando el quorum para futuros cambios). Que los sectores progresistas no ganaron nada y estuvieron a punto de perderlo todo.
Con todo, hay suficientes razones para celebrar. La más importante es que el contundente triunfo del “en contra”, con más de diez puntos de ventaja, desmiente que Chile haya dado un giro y que el triunfo de la derecha en las próximas elecciones presidenciales sea ineluctable (algo con lo cual no se puede luchar).
Ciertamente no es un triunfo que se puedan adjudicar los sectores progresistas, por más que jugaran un activo rol para derrotar la propuesta emanada del consejo constituyente. Más que euforia o triunfalismo en el oficialismo se perciben sensaciones de alivio y renovadas esperanzas en el futuro.
Es el triunfo de una mayoría ciudadana que rechazó una propuesta identitaria de la ultraderecha, al igual como ocurrió con la propuesta anterior, que identificaba principalmente a la izquierda. La inmensa mayoría de ciudadano(a)s no milita en partidos políticos, no se siente interpelada por las disputas de ellos y no puede entender que no logren acuerdos para resolver sus demandas.
Tan relevante como lo anterior es la contundencia del resultado. Uno, tan estrecho como predecían algunas encuestas, mantendría la incertidumbre en materia institucional, profundizando la división y polarización en el país. Así se cerró un proceso que no pudo llegar a buen puerto. Ello representa un fracaso de la política, pero una gran victoria para el país que, de este modo, evitó una verdadera catástrofe.
Con lo decisivo e indiscutible de la votación, el gobierno evitó una tercera derrota consecutiva, de impredecibles consecuencias para su administración. En su destacable discurso tras conocer los resultados, el presidente llamó a recibirlos con humildad y trabajo, convocando al diálogo y los acuerdos para enfrentar y resolver las principales prioridades de la ciudadanía. Seguridad ciudadana, reactivación económica, trabajo, previsión, salud, vivienda y educación.
La derrota de la derecha
Tal como no existen ganadores claros, sí resaltan los perdedores netos. Ciertamente la derecha que invirtió cuantiosos recursos en la campaña (con pésimos dividendos para sectores del gran empresariado). Perdió José Antonio Kast, que prometió revertir lo que indicaban las encuestas. Perdió Chile Vamos, plegado obsecuentemente a la propuesta republicana. Perdió Evelyn Matthei, que debió alinearse forzadamente luego de predecir el fracaso de la propuesta. En el borde marginal perdieron Amarillos y Demócratas. También el expresidente Frei Ruiz Tagle, tras su confusa justificación.
La derecha erró estruendosamente con el tenor de su campaña. Desde “una constitución que nos una”, pasó al “que se jodan”. Abusó de una imagen catastrofista del país desbordado por la violencia y el crimen organizado, con una corrupción sistémica (transformando el caso convenios en el mayor escándalo de corrupción histórica, eludiendo groseramente las responsabilidades de sus representantes en connotadas comunas del país), una economía destruida y un gobierno nefasto
Así forzó su campaña para transformar la votación del domingo en un plebiscito de apoyo o rechazo a la gestión del presidente (¡Boric vota en contra, Chile vota a favor!). Y así le fue en su lúcida estrategia.
Aún es temprano para calibrar el impacto político y electoral de esta contundente derrota que rápidamente sus principales voceros intentaron eludir. Sin embargo, la procesión va por dentro y ya se manifiestan los reparos y pasadas de cuenta a los responsables mayores de un fracaso evitable. Algo que enturbia el clima para la futura alianza electoral que espera a la vuelta de la esquina.
La respuesta de trinchera
Parece ser cierto que “los dioses ciegan a quienes quieren perder”. Lejos de darse el tiempo para reflexionar y sacar necesarias lecciones de la derrota, la primera respuesta de la derecha fue ratificar una acusación constitucional en contra del ministro Carlos Montes, por presuntas responsabilidades políticas en el llamado caso convenios. En el extenso libelo acusatorio preparado, a la rápida, por diputados socialcristianos (debió ser corregido por parlamentarios de Chile Vamos que se abstuvieron de suscribirlo) se incluye un capítulo acerca de supuestas faltas a la probidad en las que habría incurrido el titular de vivienda. Algo en que nadie sinceramente cree, teniendo a la vista su reconocida y prolongada trayectoria pública
La derecha no olvida ni perdona la dura oposición ejercida por la izquierda durante la gestión de Sebastián Piñera, continúa sosteniendo que el estallido social buscaba el derrocamiento de su gobierno, y esta acusación, así como otras cuatro anteriores desde que asumió Gabriel Boric, es parte de aquella pasada de cuentas.
Con todo, es muy improbable que ésta, que carece de fundamentos jurídicos o factuales sólidos, pueda prosperar y menos aún ser aprobada por el senado, en su condición de jurado, pero muestra el ánimo que predomina en la oposición tras su derrota.
Es el mismo ánimo que revela una columna de la exparlamentaria Marcela Cubillos, publicada inmediatamente después de conocer los resultados del plebiscito: “Si la derecha pretende ser una alternativa de futuro, no puede poner sus votos para aprobar la reforma previsional o subir impuestos”.
Ánimo beligerante refrendado por dirigentes de Chile Vamos, sosteniendo que no existe piso político para aprobar alzas de tributo o destinar parte de la cotización previsional a financiar el pilar solidario.
Esta política refractaria a los acuerdos y abiertamente obstruccionista no está exenta de riesgos. Tanto el resultado del plebiscito anterior, como el del reciente domingo, parecen enseñar que una amplia mayoría ciudadana aspira a que los políticos depongan sus estériles disputas y generen acuerdos que permitan avances sociales.
La prolongación de la sordera y ceguera opositora, a cualquier evento, puede ser mala consejera para las declaradas aspiraciones opositoras de recuperar el gobierno.
La ministra Carolina Tohá desafía a la derecha para realizar una autocrítica y sacar las obvias conclusiones por su derrota, consistentemente con el llamado presidencial: “Chile exige acuerdos”, que permitan destrabar temas largamente postergados, como la reforma tributaria, que lleva más de una década de debates, mientras tanto(a)s jubilado(a)s mueren esperando pensiones dignas y se prolonga el trámite a la propuesta de un pacto fiscal que permita contar con mayores recursos para financiar urgentes prioridades sociales.
Tal como lo afirmara el presidente Boric, ha llegado la hora de dejar de lado las mezquindades políticas para recuperar visiones de estado, que le permitan al país avanzar por la senda del crecimiento y mayor igualdad. No hay peor sordo que el que no quiere oír.