Donald J. Trump en la hora de los hornos

por La Nueva Mirada

Por Jorge Heine (*1)

El 18 de diciembre la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos aprobó el enjuiciamiento político al Presidente Trump. Con ello pasó a ser el tercer presidente de ese país en enfrentar este tipo de acusación, en más de dos siglos de historia independiente de las tierras del Tío Sam. Los anteriores fueron Andrew Johnson en 1868 y Bill Clinton en 1998 (Richard Nixon renunció al cargo en 1974, antes que la Cámara votase al respecto).

El juicio ahora debe pasar al Senado, donde se requiere el voto de dos tercios de los integrantes para su aprobación, lo que conllevaría la remoción del cargo del Primer Mandatario de los Estados Unidos, algo inédito. Dada la mayoría absoluta del Partido Republicano en el Senado, todo indica que la acusación constitucional no solo no prosperará, sino que será rechazada por amplio margen. El líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, incluso ha señalado que coordinará su estrategia al respecto con la Casa Blanca, provocando más de alguna reacción en sus propias filas, entre aquellos que entienden que esto iría en contra del principio de la separación de poderes.

En todo caso, Trump será el primer presidente en ir a la reelección después de haber sido enjuiciado en primera instancia por el Congreso. ¿Cómo afectará esto la campaña presidencial de 2020?  En principio, uno pensaría que constituiría un lastre enorme, casi irremontable, que perjudicaría mucho las posibilidades de su reelección. En la práctica, no es tan así.

En todo caso, Trump será el primer presidente en ir a la reelección después de haber sido enjuiciado en primera instancia por el Congreso. ¿Cómo afectará esto la campaña presidencial de 2020?

De partida, y a diferencia de lo ocurrido en los inicios del enjuiciamiento de Richard Nixon por el caso de Watergate, el proceso a Trump ha sido estrictamente partidista. Liderado por Nancy Pelosi, la Speaker de la Cámara de Representantes, fue aprobado en la misma solo por integrantes del Partido Demócrata, por 230 votos a 197, sin un solo republicano que rompiese filas (de hecho, un Representante demócrata, Jeff Van Drew, de Nueva Jersey, rompió filas con su partido, votó en contra del enjuiciamiento y se cambió al partido Republicano; y otros dos Representante demócratas, también votaron en contra del enjuiciamiento).

De partida, y a diferencia de lo ocurrido en los inicios del enjuiciamiento de Richard Nixon por el caso de Watergate, el proceso a Trump ha sido estrictamente partidista.

Por otra parte, la opinión pública está muy dividida. La férrea oposición republicana al proceso ha significado que el mismo sea visto como un asunto político partidista, más que uno de Estado. De hecho, aunque varios congresistas habían llamado hace tiempo a enjuiciar a Trump, el liderazgo de la Cámara había sido renuente, entendiendo que constituía un arma de doble filo. Fue solo cuando se hizo público el llamado telefónico de Trump al Presidente Volodimir Zelensky de Ucrania, solicitando que investigase las actividades del ex-Vicepresidente Joseph Biden y su hijo Hunter Biden en ese país, y la reacción entre los congresistas demócratas fue tan fuerte, que a Pelosi no le quedó más remedio que proceder.

De hecho, varios asesores de Trump parecieran haber dado la bienvenida al enjuiciamiento, viéndolo como un mecanismo para movilizar a la base de apoyo del presidente y recaudar fondos. Trump ya ha recaudado 308 millones de dólares para su campaña de reelección, una cifra muy superior a la de cualquiera de sus rivales demócratas.

De hecho, varios asesores de Trump parecieran haber dado la bienvenida al enjuiciamiento.

En la raíz del persistente apoyo a Trump en las encuestas de opinión pública (que no baja del 40%), está el buen desempeño de la economía estadounidense. Con un desempleo de un 3.7% (que, para todos los efectos, constituye pleno empleo) y la Bolsa de Nueva York por las nubes, la frase de Trump, “nunca las cosas han estado mejor”, no deja de resonar.

En la raíz del persistente apoyo a Trump en las encuestas de opinión pública (que no baja del 40%), está el buen desempeño de la economía estadounidense.

Por el lado demócrata, en cambio, el panorama es menos alentador. Aunque la veintena de aspirantes presidenciales iniciales se ha decantado a una media docena, aún no surge un candidato que suscite consenso. El ex-Vicepresidente Biden encabeza las encuestas, pero por márgenes más estrechos que al inicio de la campaña, y, hasta ahora, sin aparentes posibilidades de ganar las dos primeras primarias, en Iowa y New Hampshire, que tienden a dar un fuerte impulso al vencedor.

Por el lado demócrata, en cambio, el panorama es menos alentador.

En una demostración de fuerza del ala liberal del partido Demócrata, los candidatos que siguen a Biden son el senador Bernie Sanders y la senadora Elizabeth Warren. Sanders, un senador por Vermont y autoproclamado socialista, irrumpió con especial fuerza en la campaña presidencial de 2016, dándole una dura batalla a Hillary Clinton. Sigue contando con gran apoyo entre la juventud, y se anotó un poroto al lograr el endoso de la estrella emergente del partido, la Representante por Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez. La falta de detalles de sus progresistas propuestas, sin embargo, le juegan en contra.

En una demostración de fuerza del ala liberal del partido Demócrata, los candidatos que siguen a Biden son el senador Bernie Sanders y la senadora Elizabeth Warren.

Elizabeth Warren, por otra parte, la gran sorpresa dentro de los aspirantes demócratas, y que parecía destinada a ganar las primarias iniciales debido a su elocuencia, la seriedad de sus propuestas y su cercanía con el electorado se ha entrampado en su proyecto de un plan universal de salud. Las fuentes de financiamiento no están del todo claras, y su propuesta de eliminar sine die los planes privados de salud ha despertado resistencia.

En este cuadro, es la candidatura de Biden la que aspecta mejor a estas alturas de la campaña. Aunque su edad (77 años) no le ayuda, es menor que Sanders (que tiene 78), y tanto Warren como el propio Trump también están en los setenta. Le juega a su favor su llegada con la clase obrera blanca (aunque fue senador por Delaware, es originario de una humilde familia de Pennsylvania y es popular entre los sindicatos) y con el electorado negro, que lo asocia con Barack Obama, de quien fue vice-presidente por ocho años.

En este cuadro, es la candidatura de Biden la que aspecta mejor a estas alturas de la campaña.

Dicho esto, y aunque ha ido de menos a más en los debates entre los diferentes candidatos, Biden no es el de antes y tiende a veces a perder el hilo de sus argumentos. El hecho que su hijo, Hunter Biden, se haya desempeñado en el directorio de una empresa de energía ucraniana mientras él fungía de vice-presidente de los Estados Unidos, es algo que no dejará de aflorar si es que se llega a enfrentar a Trump (quien se refiere a Biden como “Sleepy Joe” y “Lazy Joe”, en obvias alusiones a su edad).

El hecho que su hijo, Hunter Biden, se haya desempeñado en el directorio de una empresa de energía ucraniana mientras él fungía de vice-presidente de los Estados Unidos, es algo que no dejará de aflorar si es que se llega a enfrentar a Trump (quien se refiere a Biden como “Sleepy Joe” y “Lazy Joe”, en obvias alusiones a su edad).

Los analistas señalan que, dado el estado de la economía estadounidense, Trump debería estar por sobre el 50% de apoyo, y el que esté en el 40% reflejaría su vulnerabilidad. Encuestas a nivel nacional realizadas en estos días señalan que Trump perdería tanto con Biden como con Sanders y con Warren, si bien por estrechos márgenes. El problema es que, dadas las particularidades del sistema electoral estadounidense, las encuestas a nivel nacional no tienen la última palabra.

Dada la existencia del Colegio Electoral, en los Estados Unidos no es el voto popular el que en definitiva determina quién es electo presidente, sino que el complejo sistema de electores por estado.  Debido a la sobre representación de los estados rurales de reducida población en el Colegio Electoral, el partido Republicano parte con ventaja. En dos elecciones presidenciales en los últimos veinte años, en 2000 y en 2016, el ganador del voto popular perdió la votación en el Colegio Electoral. De hecho, Hillary Clinton obtuvo tres millones de votos más que Donald Trump en 2016.

En dos elecciones presidenciales en los últimos veinte años, en 2000 y en 2016, el ganador del voto popular perdió la votación en el Colegio Electoral.

En estos términos, más que las encuestas nacionales, lo determinante son las encuestas en los llamados “battle-ground states”, esto es, aquellos estados capaces de inclinar la balanza a un lado o al otro. Fue su victoria en esos estados (si bien por márgenes mínimos), como Florida, Pennsylvania, Wisconsin y Michigan, lo que le permitió a Trump ganar en 2016. Son esos también los estados en que ha concentrado sus actos de masas en el curso de estos tres años, cultivando el apoyo de sus seguidores, que se mantiene incólume, pese a los escándalos que sacuden a diario a la Casa Blanca. Y en estos estados, no es obvio que los demócratas vayan a derrotar a Trump.

Y cabe notar que la regla en ese país es que los presidentes sean reelectos a un segundo período. En los últimos ochenta años, solo dos de ellos, Jimmy Carter y George H.W. Bush, no lo han sido.

En otras palabras, al inicio de 2020, y pese al enjuiciamiento político aprobado por la Cámara de Representantes, la interrogante respecto del curso que tomará la campaña presidencial en los Estados Unidos y su resultado final se mantiene muy abierta. Y cabe notar que la regla en ese país es que los presidentes sean reelectos a un segundo período. En los últimos ochenta años, solo dos de ellos, Jimmy Carter y George H.W. Bush, no lo han sido.

*1) Jorge Heine es profesor de relaciones internacionales en la Escuela Pardee de Estudios Globales en la Universidad de Boston.

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