Economía conversacional. Por Mario Valdivia V.

por La Nueva Mirada

Tradicionalmente se opone trabajo manual a trabajo intelectual. Uno es característico de una economía manu-facturera industrial, el otro de una economía de servicios basados en información. Pienso que es una distinción que no sirve. De un lado, pocos creen ya que el intelecto, la razón, sea algo diferente al cuerpo. De otro lado, debido a las nuevas tecnologías digitales que lo permean todo, la frontera entre manufactura y servicios ha sido borrada.

Mejor hablar de economía conversacional, un término que le escuché a Fernando Flores hace un tiempo. En la economía conversacional se trabaja hablando, por oposición a trabajar moviendo cosas e información de un lado a otro. La logística, el transporte, el manejo de maquinaria y el procesamiento de información, la plantación, cosecha y recolección agrícolas, el aseo, la atención de establecimientos comerciales, bancarios y de servicios sociales, pertenecen a la segunda economía, la del manejo de cosas e información que están presentes.

 Diagnosticar y evaluar (en medicina, leyes, finanzas, ciencias), diseñar (en estética, moda, tecnología, arquitectura, estrategias financieras, negocios y ofertas), asesorar (orientar la atención, crear nuevas relaciones, proponer nuevos espacios reflexivos), educar cultivando sensibilidades y habilidades, son conversaciones. Constituyen, típicamente, la economía conversacional.

Todos vivimos en un mundo de cosas y palabras, por supuesto, todos hablamos, pero solamente en la economía conversacional se trabaja, y se produce valor e ingresos, hablando. En la otra economía, se procesa y fabrica, se guarda y archiva, se transporta e intercambia cosas e información, sin necesidad de intercambiar palabra con otras personas. Trabajar consiste en relacionarse con un mundo de cosas y datos mediante procedimientos y protocolos. 

La economía conversacional se agigantó y se hizo dominante con la globalización mercantil, financiera y de innovaciones tecnológicas que ocurrió durante esta generación. Con ella se instalaron las nuevas elites mundiales y nacionales que producen ingresos hablando. Los que saben crear posibilidades conversando, se instalan por encima de todos. Con diferenciales de ingresos y riqueza no imaginados previamente.  

Una nueva manera histórica de constituirse como elite hace su aparición, con un estilo distintivo. Con habilidad y sensibilidad para inventar posibilidades e identidades, antes de para gestionar con eficiencia; enfocado en negociar para hacer transacciones, más que en “tener la razón” o hacer las cosas siguiendo protocolos; que acumula, mirando más al futuro que al presente. Este estilo encarna una comprensión de sentido común de lo que es racional – llegar a acuerdos transaccionales -, verdadero – la oferta comprada recurrentemente -, y virtuoso – competir y ganar haciendo transacciones.  

Una nueva manera histórica de constituirse como elite hace su aparición, con un estilo distintivo.

Es posible que el hiato social y económico que existe entre los hábiles conversadores transaccionales, y los de la economía de mover y transportar, sea ya muy grande en términos históricos. Proponer conversar para ponerse de acuerdo – ¿qué actitud más racional y desprejuiciada, dicen unos? -, es posible que se escuche por lo otros como la trampa de todas las trampas, y sea rechazada. ¿Habría que responsabilizar a las elites de la economía conversacional de monopolizar el lenguaje para su estilo de invención transaccional del mundo y generalizar la desconfianza en conversar? No lo sé, pero quizá enfrentamos una exigencia de pluralismo que es anterior a sentarnos a hablar.

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