Un continente en conflicto. “Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos” cantan Los Prisioneros en la década de los 80. El grupo rock chileno cuestiona la mirada que se tiene de un territorio que, 20 años antes, se había transformado en foco de interés para personajes tan disímiles como John Kennedy y Jean Paul Sartre. Los años 60/70 se caracterizan por la agitación ideológica de un continente que comienza a despertar en medio de la Guerra Fría, la Revolución Cubana (1959) y la frustrada intervención norteamericana. En 1965, el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) realiza la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y cambia sus líneas pastorales. La Iglesia Católica, liderada por Monseñor Helder Cámara y el Cardenal Raúl Silva Henríquez, se orienta hacia la opción preferencial por los pobres y la Teología de la Liberación potencia las comunidades de base cristiana. En 1967 mueren dos íconos continentales: Ernesto Che Guevara y Violeta Parra.
Los historiadores circunscriben este período emancipador entre enero de 1959 -la Revolución Cubana- y septiembre de 1973 –el derrocamiento del gobierno constitucional del presidente Salvador Allende.
En este período, un grupo de jóvenes escritores provenientes de las burguesías sudamericanas, que residen mayoritariamente en Europa, publican novelas de alcance internacional bajo el sello de la Editorial Seix Barral.
Surge el boom literario latinoamericano.
Una ruptura estética.
Este movimiento, que a la fecha ha producido dos Premios Nobel de Literatura, es considerado, por sus detractores, como un fenómeno editorial centrado en la novela. Sin embargo, no se puede negar que estos escritores generan un cambio paradigmático que pone énfasis en la experimentación formal, la innovación y la escritura de ciertos atrevimientos sociales y políticos. Su propuesta consiste en rechazar una percepción de la novela hispanoamericana como un mero espejo naturalista e instalan una forma multifocal de ver el continente.
El boom se transforma en un ente que elucubra y, como toda obra literaria, experimenta con el lenguaje, amplía la temática de la condición humana y diversifica el orden de lo real. El ser latinoamericano comienza a verse como un híbrido formado, entre otros, por Oliveira de Cortázar, la Cándida Eréndida de García Márquez, la Manuela de Donoso o los inconquistables de Vargas Llosa.
Un rasgo común de estas novelas es su deseo de vanguardia. Lo anterior se ve reflejado en un tratamiento no lineal del tiempo, su apuesta por la polifonía, el uso abundante de neologismos y los juegos de palabras. Se enfatiza cierto internacionalismo, en el que el relato histórico pasa a ser el telón de fondo.
Este grupo le otorga visibilidad al continente. El periodista norteamericano John Lee Anderson, declara: “Con esas obras América Latina (como una entidad cultural y geográfica propia) adquirió un lugar reconocido en el imaginario internacional literario, realmente por primera vez”. (El País. Madrid. España).
Es cierto, el continente había dado autores mayores como Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias, Roberto Arlt o Manuel Rojas, sin embargo, antes del boom, no se conoce lo que pasa en estas tierras y aún no se retrata a la gente común y corriente.
En estos escritores existe una preocupación central por la identidad y la diversidad latinoamericanas. Carlos Fuentes (1928- 2012) y Alejo Carpentier (1904-1980) se abocan a encontrar una lengua propia que designe, describa y revele determinadas verdades ocultas del dominador europeo. Un habla que para unos nombra y para otros, revela.
Julio Cortázar (1914-1984), por su parte, habla del ser latinoamericano como un lector cómplice que, confiado y pleno de energía participativa, accederá al orden abierto de un libro. Para el argentino se debe crear un lector que supere la malograda búsqueda de la novela tradicional que lo limita. A partir de “Rayuela”, en sus textos se encuentran diversas direccionalidades y una poética que se centra en el intersticio del existencialismo y el surrealismo.
La presencia en Europa de estos novelistas les permite construir un imaginario latinoamericano, como lo establece el chileno José Donoso (1924-1996), en su “Historia personal del boom” (Editorial Andrés Bello. Santiago. 1987): Antes de 1969 era muy raro oír hablar de “la novela hispanoamericana contemporánea” a gente no especializada: existían novelas uruguayas y ecuatorianas, mexicanas y venezolanas. Las novelas de cada país quedaban confinadas dentro de sus fronteras y su celebridad pertenecía y permanecía, en la mayor parte de los casos, a un asunto local (Pág. 16).
Re – visitación.
Cincuenta y tantos años después, nadie duda que los creadores del boom construyeron una ruptura y abrieron un ciclo literario inédito, único y sin antecedentes.
Los conflictos entre estos jóvenes escritores comienzan a surgir por diferencias políticas. El más fuerte de estos enconos ocurre en 1971 por el caso Padilla. Heberto Padilla, escritor cubano, es encarcelado junto a su mujer por oponerse al gobierno de Fidel Castro. Mario Vargas Llosa (1936), que años antes había dicho que sus dos grandes amores eran Madame Bovary y la Revolución Cubana, se aleja de los “barbudos del Granma” y, al cabo de unos años, termina siendo el candidato liberal a la Presidencia del Perú. Gabriel García Márquez sigue, hasta su muerte, fiel a la Revolución Cubana y Cabrera Infante es retenido por el Servicio de Contrainteligencia cubano durante cuatro meses hasta que, finalmente, puede salir al exilio. En esos años, su compatriota Alejo Carpentier se transforma en el gran embajador de la revolución en el viejo mundo y Jorge Edwards es nombrado Embajador de Chile en la isla, sin embargo, al cabo de unos meses, debe irse pues ha sido declarado “persona non grata”.
El boom logra incidir en la creación cinematográfica con obras como “Coronación” y “Cachimba” de Silvio Caiozzi, “Crónica de una muerte anunciada” de Francesco Rossi, “Pantaleón y las Visitadoras” de Francisco Lombardi y “Blow Up” de Michelangelo Antonioni, basada en el cuento “Las babas del diablo” de Julio Cortázar.
Además de lo anterior, la música popular entona canciones elaboradas a partir de “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez (1927-2014). El grupo colombiano Los Hispanos canta: “Recorrí todos los lugares, por lo llano y por lo hondo/ Pero nadie da razón, donde es que queda Macondo”; La Sonora de Tommy Rey entona “El galeón español”: “Pasaron ya muchos años/ Desde aquel tormentoso día en que atracó/ Y aún se ve balanceando/ Su compás hacia el cielo” y el mexicano Oscar Chávez (1935-2020), nos recuerda: “Los cien años de Macondo sueñan/ Sueñan en el aire/ Y los años de Gabriel trompetas/ Trompetas lo anuncian”.
El boom tiene sus críticos que destacan la construcción de una opción artística construida por varones, en cuyas novelas el tratamiento de lo femenino evidencia el machismo imperante en América Latina. El escritor, periodista y ensayista español-argentino José Blanco Amor (1912-1989) dice, citando a Manuel Pedro González: “Se trata de una mafia. El análisis lleva a reunir en un solo matiz a Cortázar, Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Los tres parecen más interesados en ponerse al día remedando trucos técnicos y puerilidades de léxico, puntualización y estilo ya viejos en otras lenguas (El País. 10.08.1976).
Otros, menos enfáticos, si bien valoran el aporte de estos escritores, no olvidan que, antes que dichas publicaciones alcanzaran tanto renombre, autores como Juan Emar, Felisberto Hernández, Macedonio Fernández y Pablo Palacios, estaban produciendo, en los márgenes, una narrativa arriesgada que fue opacada por los nuevos novelistas.
Cabe señalar, como atenuante, que no fueron los jóvenes quienes negaron la importancia de sus antecesores. Sin embargo, los autores del boom estuvieron en el lugar y momento indicado sin pedir permiso.
Por Francisco Javier Zañartu G.
Magister en Literatura Hispanoamericana y chilena, escritor