El “Buenismo” de los globalizadores. Por Mario Valdivia V.

por La Nueva Mirada

Desde que Lenin caracterizó al izquierdismo como enfermedad infantil del comunismo, muchos ex izquierdistas gustan catalogar a sus adversarios políticos de izquierda de infantiles, “buenitos”. Y sí, pienso que hay una tendencia izquierdista al buenismo. A creer en las soluciones fáciles, a escandalizarse ante conductas inconducentes, a culpar a enemigos irrelevantes, a darle soluciones burocráticas a problemas existenciales, a olvidar la lógica material de la producción y la tecnología, a creer que el ser humano es un ángel. Pero también hay un buenismo de derecha liberal.

Las esperanzas tan descomunales como ingenuas puestas en la globalización es un caso a la vista. Derrumbada la Unión Soviética, el consenso de Washington (obra de economistas neoclásicos) imaginó que se podía crear un mundo basado en reglas de propiedad, financieras y comerciales, a las cuales se sujetarían los estados nacionales, que lo convertirían en un mercado perfecto. ¡Manos a la obra!, dijo el FMI, el Banco Mundial, el GATT, el Gobierno Norteamericano, los neoliberales, la tercera vía socialdemócrata. Se había descubierto la ruta al progreso incesante para todos, el fin del retraso y la pobreza, las bases para el reino universal de la libertad y la democracia… Se habló del fin de la historia…

El buenismo de fondo fue – y es – suponer que, en un mundo de poderes nacionales, las cosas se pueden arreglar mediante reglas universales que los obliguen a todos. Olvidar la historia, los poderes existentes y sus tensiones, un contractualismo ingenuo que nos conducirá de la mano al reino histórico de la libertad y la igualdad globales; esos sí son buenismos ingenuos descomunales.

El peor de todos: confundir el dominio global de un país, Estados Unidos, con el reino de la libertad y el progreso universales. No ver el pisotón que se daba a los diversos estados y sociedades nacionales históricos, en nombre de un modelo ideal predicado en ese mismo país. Y aquí estamos, fruto de esos ideales buenitos:  saliendo apenas de una crisis financiera mundial no anticipada y a las puertas de otra, en un mundo con una desigualdad inédita – con masas dejadas atrás y de migrantes no imaginadas por el buenismo -, con sociedades nacionales desarticuladas y humilladas. En un mundo en el cual las contradicciones internacionales políticas, económicas, tecnológicas y militares han regresado al centro de la escena – tras bambalinas, nunca dejaron de estar ausentes-presentes, aunque fueran invisibles para el globalizador buenito.

¿Quién puede asegurar que no tiene en la base de sus ideas y convicciones algún elemento de buenismo?, ¿alguna ingenuidad? En el fundamento de las bases no hay axiomas, no hay tierra firme, sino narrativas históricas heredades, a medio reflexionar, nunca completamente explicitables. Dios, El Progreso, La Igualdad, La Libertad, La Solidaridad, La Razón, La Felicidad, La Nación, La Competencia Perfecta, La Excelencia y La Mediocridad, son mitos que abren horizontes de decencia tan inspiradores como buenitos. Quizá si el más buenito de los buenismos liberales de derecha es la creencia ingenua en el racionalismo, suponer que en el fondo de la razón hay axiomas evidentes en sí mismos que no descansan en narrativas indemostrables. El buenismo de suponer que el argumento racional obliga debido a que es cien por ciento verdadero.

El buenismo de suponer que el argumento racional obliga debido a que es cien por ciento verdadero.

Resulta obvio para mí que debo convivir. Acepto, ojalá con madurez, que nadie posee una verdad final. A todos nos movilizan mitos de la buena vida y el buen mundo compartido. Son inevitables, y qué bueno que existen. Por eso, creo que todos tenemos algo de buenitos. Acusarnos mutuamente de serlos solo procura, tan inútil como ingenuamente, subordinarnos unos a otros por la vía de la insolencia. Invito a no meterse en ese estilo de convivencia. 

todos tenemos algo de buenitos. Acusarnos mutuamente de serlos solo procura, tan inútil como ingenuamente, subordinarnos unos a otros por la vía de la insolencia. Invito a no meterse en ese estilo de convivencia. 

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