Un partido originado en la izquierda para lograr su representación legal en las postrimerías de la dictadura, el PPD, se autopropone ahora representar el centro junto al Partido Radical y la Democracia Cristiana, integrando una lista con esas fuerzas para la elección de consejeros constitucionales el 7 de mayo próximo. La mecánica del sistema electoral poco proporcional, sin embargo, ayudará a elegir más representantes de la derecha.
La declinación del Partido Radical en la segunda parte del siglo XX y del Partido Demócrata Cristiano en la primera parte del siglo XXI, sigue siendo el trasfondo del debate sobre el destino del centro político en Chile. Pero ¿qué es el centro? En principio se trata de una expresión política equidistante de la derecha y la izquierda, que favorece los acuerdos y, cuando no es mayoría, se coaliga con uno u otro de los polos del sistema político, manteniendo un rol moderador y estabilizador de la democracia. Esto no es poca cosa en tiempos de grandes incertidumbres como los actuales. El problema es que esas definiciones pueden terminar no significando nada sustantivo respecto a los dilemas de la sociedad, ni constituyendo un factor de movilización política de alguna significación. En realidad, muchos partidos autodenominados de centro buscan ser partidos “atrápalo todo”, que pueden tener mucho éxito por algún tiempo pero suelen terminar en alguna declinación más o menos lenta y en divisiones. En ocasiones, se suman a alguno de los polos del sistema político o al simple populismo tras algún líder personalista.
Hay quienes auguran un buen futuro para el centro por razones sociológicas, en especial la expansión de las clases medias en las décadas recientes. Pero la identidad sectores medios=centro político es una simplificación con no demasiado sentido. Los sectores medios más numerosos y relevantes siguen siendo los asalariados tradicionales, es decir los empleados de empresas, los profesionales y técnicos del sector privado y de la administración del Estado, incluyendo la salud y la educación. Estos suelen identificarse preferentemente con la izquierda en su sentido amplio, en especial en los espacios de mayor sindicalización, o bien en una amplia proporción con la derecha. Los grupos vinculados al capitalismo de plataformas, envueltos en la precariedad y con una fuerte presencia inmigrante, constituyen un “proletariado de servicios” antes que nuevos sectores medios con adhesiones de centro. El vasto mundo de los empleadores y del autoempleo independiente suele ser, por su parte, más bien conservador.
La heterogeneidad sociológica y cultural de los sectores medios, como se observa, es demasiado vasta como para pensar en conductas políticas homogéneas. Estas conductas siguen estando inmersas en alguna medida en las culturas políticas provenientes de la socialización previa en la familia, el liceo y el barrio y luego se afincan o modifican en la experiencia laboral, pero siempre son influenciadas por las ofertas políticas contingentes y los liderazgos y las emociones que suscitan.
Cabe considerar que en este debate está presente la idea que las elecciones se ganan en el centro, matizada hace ya bastante tiempo, especialmente por las exitosas estrategias conservadoras de movilización de emociones y frustraciones contingentes de electorados volátiles. El caso emblemático es el de la elección de Margaret Thatcher en Reino Unido en 1979 y el más reciente el de Donald Trump en 2016 en Estados Unidos. No obstante, el cultivo de significados más complejos con narrativas vinculadas a la identificación con culturas políticas y valores sociales históricamente constituidos, sigue existiendo de manera decisiva en muchas disputas electorales, como fue el caso de la elección de Joseph Biden en 2020, una figura poco carismática que movilizó una gran cantidad de votos con una plataforma demócrata progresista tradicional, o el de la estrecha victoria de Lula en Brasil. Incluso procesos anclados en los movimientos sociales y en las viejas y nuevas banderas de la izquierda han permitido victorias democráticas como las de Petro en Colombia. Estas disputas, en contextos hipermediatizados, involucran la búsqueda del voto vinculado a adhesiones líquidas y a emociones primarias inmediatas, pero también a identidades constituidas. Fidelizar esas identidades, conquistar el electorado volátil y movilizarlo hacia su propio universo con narrativas conceptuales y emocionales apropiadas, es el desafío electoral de las grandes fuerzas políticas, más que conquistar un quimérico centro.
Subyace también en el enfoque que reivindica el centro la muy antigua declaración de obsolescencia de la derecha y la izquierda, corrientes que, sin embargo, gozan de bastante buena salud. Estas combinan sistemas de ideas y la representación de intereses estructurantes en la sociedad que no son fungibles los unos en los otros y, por tanto, alimentan de manera estable la dinámica política. Los sistemas políticos, y entre ellos los democráticos, siempre con muchas particularidades propias de cada realidad nacional, tienden a tener esos polos estructurantes o a evolucionar hacia ellos. Un ejemplo reciente es Argentina, país en el que la derecha estuvo subsumida en el peronismo, que además incluye una poderosa izquierda, pero que hoy tiene su propia representación en el macrismo. En Chile, las fuerzas políticas están mucho más fragmentadas que en el pasado reciente, pero de alguna manera siguen identificándose con los polos básicos.
En el caso de la derecha, sus partidos suelen combinar la reivindicación del orden público con la representación de las clases propietarias y de ideas conservadoras y autoritarias en materia cultural, con, paradojalmente, la bandera de la libertad, aunque hayan apoyado una prolongada dictadura y hoy sigan siendo partidarios de restricciones a las libertades personales. El poder económico, al que están estrechamente vinculados, les otorga la gran ventaja del dominio de los grandes medios de comunicación, junto a proyectar la percepción de que determinan la inversión, el empleo y los salarios, es decir el bienestar de la población.
La izquierda, suele representar, con más dificultades, los intereses heterogéneos de los diferentes tipos de clases trabajadoras y económicamente precarias, con frecuencia con posturas liberales o libertarias en materia cultural y siempre con la bandera principal de la aspiración a una mayor igualdad social. La izquierda suele constituirse políticamente alrededor de conceptos más complejos que la derecha, reivindicando una sociedad democrática y participativa con amplias libertades civiles y políticas, sin privilegios indebidos y sin discriminaciones arbitrarias, lo que requiere de una economía sin desigualdades injustas ni depredaciones de la naturaleza, con un amplio rol para un Estado controlado por los ciudadanos. Estos enunciados no siempre conectan con emociones y narrativas movilizadoras, especialmente cuando la derecha logra transformar en sentido común la crítica al Estado, con excepción del Estado policial. O cuando se adaptan al poder existente en vez de confrontarlo democráticamente. Pero las izquierdas logran hacerlo cuando se unen y combinan con coherencia básica la representación de los intereses de la mayoría social con el espíritu de resistencia a las injusticias -aquel que invita al respeto de los derechos de los demás- como ha ocurrido en diversas oportunidades y también en la elección de Gabriel Boric en 2021. Esto fundamenta su optimismo histórico y su capacidad de perdurar, aunque no dispone de las mismas palancas de poder que la derecha ni de mantención de su coherencia política en el tiempo.
En todo caso, las clasificaciones del espectro político entre derecha e izquierda, siguiendo a Norberto Bobbio, no pueden ser simplemente binarias y esquemáticas, aunque suelen constituir su realidad principal. En Chile, se ha ido plasmando incluso una representación parlamentaria meramente particularista, expresión de la anomia (“ausencia de normas”) creciente en la sociedad.
En la práctica, existen cada vez más derechas diversas e izquierdas diversas, con defensores de la propiedad privada políticamente democráticos y/o culturalmente liberales, junto a los que más frecuentemente no lo son, incluyendo proletarios que defienden el orden jerárquico constituido. Y también igualitarios democráticos y otros que son proclives al dogmatismo sectario y autoritario -con frecuencia alimentados dialécticamente por el autoritarismo y violencia de las clases propietarias dominantes- y/o culturalmente conservadores, que son los que limitan la audiencia de las izquierdas en las sociedades democráticas, junto a los que han morigerado sus definiciones igualitarias al punto de adoptar posiciones neoliberales.
Esto ha suscitado al filósofo norteamericano Michael Walzer la siguiente reflexión (Dissent, marzo 2023), a pesar de su defensa del liberalismo político: “Responsabilizo a la izquierda socialdemócrata por su capitulación frente al capitalismo global. El fracaso de la izquierda en la mayor parte de Europa, y en buena medida aquí, para enfrentar la creciente desigualdad producida por el capitalismo contemporáneo, es una explicación muy importante del auge de una cierta versión del populismo nacionalista de derecha. Creo que comprendo a los Americanos y Europeos que se han enojado con las elites reinantes, falsamente identificadas con una doctrina de centro-izquierda”.
Cabe hacer notar que la derecha tradicional está desafiada, como en muchas partes, por la ultraderecha (Partido Republicano) y por una neoderecha anómica (como el Partido de la Gente). La izquierda, en un sentido amplio, también lo está. El desgaste de los gobiernos liderados por figuras del PS-PPD explica que la derecha haya llegado dos veces al gobierno en el siglo XXI, lo que dio lugar al nacimiento del Frente Amplio desde las movilizaciones estudiantiles de 2011. Pero esta agrupación refundacional de algún modo es heredera de la misma cultura política que ha criticado acerbamente, mientras la vieja y la nueva izquierda fueron castigadas en común por la mayoría de la sociedad el 4 de septiembre pasado. Se trató de un voto de castigo al nuevo gobierno y a las excentricidades de la Convención. Apoyar a los jóvenes contra la desprestigiada “clase política tradicional” se transformó rápidamente en un rechazo a las impericias de esos mismos jóvenes en materia política y de manejo del orden público y de la política social, a lo que se agregó una sobre-ideologización en diversos temas particulares que hizo el juego de la propaganda de la derecha contra el cambio constitucional. Finalmente, el Frente Amplio, creado en 2017, se allanó a conformar la coalición Apruebo Dignidad en 2021 con parte de la izquierda tradicional y otras fuerzas emergentes. Luego de su éxito y de su llegada a La Moneda con el apoyo y el voto de todo el espectro no derechista, invitó poco a poco a participar a la izquierda concertacionista en el gobierno. Recientemente conformó con el PS y el PC una lista común para la elección de consejeros constitucionales, lo que tendrá probablemente una proyección futura.
La apelación al centro se complica, además, cuando en la historia del país parte de los que lo reivindican han jugado un rol polarizador. La declinación del Partido Radical, luego de contribuir decisivamente a la creación de un Estado laico y a impulsar la industrialización temprana, se inició con la ruptura de su coalición de origen y la ilegalización de uno de sus componentes, el Partido Comunista, por presión norteamericana en los albores de la guerra fría, bajo González Videla. La declinación del PDC, luego de realizar una reforma agraria de envergadura y un cambio parcial en el control nacional del cobre, empezó con el apoyo de su directiva al golpe de 1973, también en parte por presión norteamericana (con los subsidios respectivos), aunque la oposición de líderes históricos como Bernardo Leighton y Radomiro Tomic y el posterior vuelco contra la dictadura del ex presidente Eduardo Frei y la acción de Gabriel Valdés en la década de 1980 le dieran un nuevo aire. Esto le permitió en la transición forjar exitosamente una alianza mayoritaria del centro, el socialismo reunificado y otros componentes, para gobernar por una década desechando el camino propio de los años sesenta. Pero esto no logró impedir el cambio del liderazgo de la Concertación hacia figuras provenientes de la izquierda. La inclusión en la coalición de gobierno del PC dos décadas después -que se había alejado de la opción de lucha armada que enarboló de 1979 a 1989- volvió a dividir al PDC. En este partido nacido en la guerra fría, el anticomunismo juega un rol identitario, probablemente de carácter cultural antes que político: la única razón por la que el actual PDC no entra al gobierno es la presencia en el gabinete del Partido Comunista, aunque compartió el programa de segunda vuelta de Gabriel Boric y suele apoyarlo en el parlamento. Hay un aspecto en el que el PC chileno no ayuda, al mantener una alineación internacional con regímenes autoritarios que haría bien en modificar, como lo hace su equivalente español, por ejemplo, aunque mantiene un comportamiento democrático impecable.
En estas condiciones, el PDC del camino propio parece no poder escapar tan fácilmente a la declinación y divisiones que ha sufrido, que ha llevado a una parte de sus parlamentarios hacia la derecha dura. Tal vez una fórmula ecléctica de “camino propio compartido” (un poco de humor podría no estar de más en estos temas) pueda acomodar a las diversas fuerzas no derechistas que tienen evidentes factores históricos y contingentes de convergencia. Y si en conjunto recrean un esquema de progreso equitativo y sostenible mejor que el logrado hasta ahora, cada uno de sus componentes tendrá un lugar relevante y auspicioso en el escenario político.
Por su parte, el desafío permanente de la izquierda responsable con su continuidad histórica es valorar que todo avance social y democrático, por pequeño que sea, siempre constituirá un triunfo si mejora la situación de la mayoría. Pero también es mantener la perseverancia, más allá de las coyunturas, en ampliar la igualdad efectiva de oportunidades y la vigencia real de los derechos básicos en la sociedad, lo que supone la provisión suficiente de bienes públicos, la presencia amplia de un sector de economía social y cooperativa y la preservación de los bienes comunes construidos y naturales. Esto no es contradictorio con buscar siempre entendimientos con todas las fuerzas democráticas y progresistas.
En la contingencia, esto debe incluir invitar formalmente al PDC a incorporarse al gobierno después de la elección y a su bloque parlamentario y de constituyentes, en una diversidad ideológica capaz de coincidir en propósitos comunes. En este caso, se trata nada menos que de agrupar constructivamente con suficiente tiempo y coherencia a los que quieran cerrar el paso a la extrema derecha y a la política anómica en Chile.