El 2010, a 20 años de recuperada la democracia, exhibíamos un crecimiento económico notable, instituciones macroeconómicas y financieras destacadas, reglas fiscales impecables, permitiéndonos el acceso en al selecto grupo de los 34 países más ricos, la OCDE.
Y sin embargo unos 10 años después, en octubre 2019, se desatan las protestas más grandes del último tiempo. A diferencia del ciclo de protestas que se inicia el 2006, no se trata de un movimiento social, se trata de gran parte del país exigiendo transformaciones estructurales en todo ámbito de nuestras vidas. A la crisis de legitimidad del sistema político develada por altos niveles de abstención electoral y baja aprobación de los políticos, se le suma una crisis de legitimidad del modelo económico como tal. Como se podía leer en las calles y en actas de cabildos, la protesta dejó de ser por los $30 pesos que subió la tarifa, y se convirtió en manifestación contra los últimos 30 años. Se protestaba contra los resultados en la vida de las y los chilenos que tuvo la alianza estratégica que compartió la derecha y la concertación desde el pacto de transición. Porque si bien unos gobiernos quisieron corregir algún que otro abuso del mercado, mientras otros quisieron avanzar aún más en el terreno del “laisse faire”, todos compartieron una misma idea de desarrollo. Un modelo de crecimiento que seguía el camino trazado por la dictadura basado en: (1) apertura comercial y financiera, (2) privatización en un inicio de las empresas del estado y posteriormente creación de mercados y nichos de acumulación en el aseguramiento y prestación de derechos sociales (educación, salud, previsión social) y (3) aumento del consumo en base al endeudamiento. Los dos sectores que nos habían gobernado estos 30 años compartían esta ruta, unos porque creían en el neoliberalismo como virtud indiscutida y otros porque esperaban que el crecimiento produjera chorreo para las mayorías.
A la crisis de legitimidad del sistema político develada por altos niveles de abstención electoral y baja aprobación de los políticos, se le suma una crisis de legitimidad del modelo económico como tal.
En medio de la crisis política y social que comienza el año pasado, y se exagera con la pandemia, más de una voz trata a quienes protestan como los culpables de la destrucción del éxito chileno.
En esta columna plantearé qué, si algún “saqueador” o “violentista” acabó con el milagro chileno, no fueron las y los protestantes, sino los administradores del modelo que no lo vieron venir. ¿Por qué? Porque la fuente de crecimiento está limitada por (1) la posición de exportación que ocupamos en las cadenas globales de producción, (2) el agotamiento de los recursos naturales no renovables, y último, pero más importante: (3) la legitimidad social del modelo o al menos, el silencio, una suerte con la que ya no cuenta.
si algún “saqueador” o “violentista” acabó con el milagro chileno, no fueron las y los protestantes, sino los administradores del modelo que no lo vieron venir.
Chile creció a tasas del 6% en promedio entre 1987 y 1997. Entendiendo que el PIB es un medidor imperfecto del bienestar, es relevante notar que este periodo se acompaña del aumento de los salarios promedios y mínimos y reducción de la pobreza. Entre 1998 y 2008 el crecimiento promedio fue de 3% y el siguiente decenio, 2,3%. [1]
El crecimiento se debe en parte a la estrategia de liberalización comercial unilateral que comienza la dictadura eliminando los aranceles, y de liberalización multilateral que continúa la concertación, logrando que Chile sea el país con más tratados de libre comercio en el mundo. Esta, en conjunto a una política industrial que comenzó la dictadura y pro- agricultura que continuó la concertación posicionan desde nuestros productos proto-industriales como el salmón y los productos forestales hasta los commodities y agroexportaciones en mercados de todo el mundo, a precios competitivos. Una parte importante del crecimiento ha sido generado por un acceso gradual a más y más mercados. Pero ya accedimos a todos los mercados y ahora estamos creciendo menos. La posición que ocupamos en las cadenas globales de producción es la de un país exportador de bienes de baja complejidad productiva, lo que nos condena a estancarnos en ingresos medianos. Para seguir creciendo por la vía de las exportaciones, debemos mejorar nuestra posición en estas cadenas, debemos exportar productos más intensivos en conocimiento, aumentar la productividad de la producción nacional.
Una parte importante del crecimiento ha sido generado por un acceso gradual a más y más mercados. Pero ya accedimos a todos los mercados y ahora estamos creciendo menos.
Por otro lado, parte del crecimiento se explica por la atracción de capitales que implica la gran rentabilidad del capital en la industria extractiva en Chile. Se han vendido sistemáticamente los recursos naturales chilenos. Estos recursos se agotan, y si bien su venta ha estado sumando al crecimiento del producto de las últimas décadas, ello ha significado un empobrecimiento del suelo nacional, y debería asumirse como tal.
parte del crecimiento se explica por la atracción de capitales que implica la gran rentabilidad del capital en la industria extractiva en Chile.
Por último y lo más importante, el estallido social no es capricho del pueblo, es la consecuencia irremediable de un modelo de crecimiento que, aunque prometió no hacerlo, excluyó a las grandes mayorías. El milagro chileno fue que esto no estallara antes.
el estallido social no es capricho del pueblo, es la consecuencia irremediable de un modelo de crecimiento que, aunque prometió no hacerlo, excluyó a las grandes mayorías. El milagro chileno fue que esto no estallara antes.
Se nos dijo que el crecimiento económico se acompañaba de reducción de la desigualdad, y efectivamente como plantean Sturla y López (2020)[2] entre 1990 y 2015 el Gini bajó desde 0,58 a 0,47. Pero solo logró recuperar su nivel de 1960. Además, quienes se hicieron más iguales fue el 99% más pobre, pues el 1% más rico acumuló el 24% de los ingresos del país en 2015, al igual que lo hacía 1990, récord lamentable de la OCDE y Latinoamérica.
quienes se hicieron más iguales fue el 99% más pobre, pues el 1% más rico acumuló el 24% de los ingresos del país en 2015, al igual que lo hacía 1990, récord lamentable de la OCDE y Latinoamérica.
Un futuro más inclusivo es más compatible con altos niveles de crecimiento que continuar por la ruta actual. Este modelo está agotado por los motivos que expuse, principalmente porque es actualmente inviable, no consigue la estabilidad política necesaria para funcionar, que es lo que explica el resultado económico de Chile el 2019.
Un modelo productivo que depende cada vez menos de la extracción de recursos naturales, de la generación de zonas de sacrificio, de la rentabilidad de los nichos de mercado cuyo producto es un derecho social, y que por el contrario avanza a sostenerse sobre el aumento de la inversión pública en innovación, el aumento del capital humano, el “upgrade” exportador, es un modelo que hará a Chile un país más rico.
Este
modelo es perfectamente compatible con un Chile menos desigual, no así con el
Chile de ayer. Estas discusiones sin duda caben en la discusión de la asamblea
constituyente y en todas las discusiones que deberán de darse en Chile en los
años por venir.
[1] Fuente: Cálculo sobre la base Crecimiento del PIB per cápita para Chile, Banco Mundial. Promedio de crecimiento 2009-2019 se calcula sacando al 2009 (-2,6%) y 2019 (-0,1%) para sacar conclusiones del periodo más allá de estos outliers.
[2] https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/columnas/2020/07/19/desigualdad-en-el-chile-democratico-quienes-son-mas-iguales-en-ingreso/