El misterio de la suicida que envuelve a Jorge Luis Borges

por Karen Punaro Majluf

Por un lado, están los que hablan de una novia que poco antes de su boda se internó en un psiquiátrico de París; sin embargo, hay quienes afirman que solo se trata de un mito y que la historia de amor fallido no terminó en tragedia.

En un recorrido por el camposanto donde descansa la alcurnia argentina me encontré con un mausoleo familiar en donde ni una placa y menos un epitafio indican de quién se trata él o la fallecida. “Adornado” por un poema, se infiere que alude a una mujer, pero llama la atención la falta de una cruz o cualquier otro símbolo católico. 

El guía turístico que lleva el recorrido por los principales sectores –y es que la Recoleta no solo es un cementerio sino que es además es un punto turístico infaltable en Buenos Aires, al punto que cobran entrada a los extranjeros que lo visitan- cuenta la historia que envuelve a la misteriosa tumba y explica que se trata una joven de clase alta que a pocos meses de contraer matrimonio comenzó a mostrar signos de (la entonces llamada) neurastenia, por lo que sus padres la enviaron en barco a París para internarla en un sanatorio mental. En la capital francesa, la novia agobiada por la soledad y el duro tratamiento, aprovechando un descuido de su médico, se suicidó. Su cuerpo fue repatriado a Argentina, pero la familia, avergonzada del pecado mortal cometido, decidió enterrarla en el anonimato y sin una cruz. Solo el poema de su “novio” destaca en la soledad del mármol:

 Todas las cosas tuvo y lentamente/ todas la abandonaron. La hemos visto/ armada de belleza. La mañana/ y el claro mediodía le mostraron,/ desde su cumbre, los hermosos reinos de la tierra. La tarde fue borrándolos./ El favor de los astros (la infinita/y ubicua red de causas) le había dado la fortuna, que anula las distancias/ Como el tapiz del árabe, y confunde/ deseo y posesión, y el don del verso,/ que transforma las penas verdaderas/ en una música, un rumor y un símbolo,/ y el fervor, y en la sangre la batalla/ de Ituzaingó y el peso de laureles,/ y el goce de perderse en el errante/ río del tiempo (río y laberinto)/ y en los lentos colores de las tardes.

(Fragmento)

Y así nace la duda sobre quién es la mujer del poema y quién es el novio que quedó viudo antes del sacramento del matrimonio.  

En una segunda visita a la Recoleta, una nueva guía cuenta una historia diferente -todo en medio de un homenaje que le rinde La Cámpora a Eva Perón- afirmando que la difunta es Elvira de Alvear y que el autor del texto fue Jorge Luis Borges; que nunca formalizaron un romance; y que ella no se suicidó siendo una joven novia. En lo que sí coinciden ambos expertos en las historias del camposanto es que la mujer padecía problemas psíquicos. 

De Beatriz a Teodelina

Hija de Cotita Cambaceres y de Ramón Blanco, María Elvira (1907-1959) llevó el apellido del segundo esposo de su madre, quien tras enviudar se casó con Diego de Alvear, jefe de una de las familias más ricas del patriciado argentino.

La joven se movió siempre entre la élite que frecuentaba el hipódromo y los más importantes intelectuales de principios del siglo XX.  Es así como la historia la vincula con Jorge Luis Borges, quien se dice, la pretendía y por ello todos los sábado se dejaba caer por su casa para luego salir a caminar por el barrio Belgrano, el cual recorrían en silencio.

Sin embargo, lo que pudo terminar en matrimonio –o al menos en noviazgo- quedó inconcluso cuando Elvira, de 23 años, dejó la capital porteña y se radicó en París. En este período editó la revista Imán, en donde Alejo Carpentier era secretario de redacción. También se relacionó con James Joyce y Paul Valéry, mientras vivía en un lujoso palacio. Fue en esta residencia donde se reunió con Pablo Neruda, a quien le prometió cinco mil pesos (una fortuna para la época) por la publicación de Residencia en la Tierra; un trato que terminó mal pues ella perdió el manuscrito y el poeta chileno no tuvo reparos en llamarla “irresponsable, loca y gusano”. 

Fue, quizá, por este episodio y su larga estadía en Francia –de siete años- que generó el mito sobre su temprana muerte internada en un hospital psiquiátrico. Y si bien no se suicidó en París y volvió a Buenos Aires en 1937, sí padecía problemas mentales que comenzaron a manifestarse luego de publicar Reposolibro de poesías al cual Borges le hizo el prólogo.  

Y si bien entre ella y Jorge Luis no hubo un romance real, sí existió una estrecha relación literaria al ser la musa de sus más importantes cuentos en donde destacan “El Aleph” y “El Zahir”, ambos del libro El Aleph.

Hoy es el trece de noviembre; el día siete de junio, a la madrugada llegó a mis manos el Zahir; no soy el que era entonces pero aún me es dado recordar; y acaso referir, lo ocurrido. Aún, siquiera parcialmente, soy Borges.
          El seis de junio murió Teodelina Villar. Sus retratos, hacia 1930, obstruían las revistas mundanas; esa plétora acaso contribuyó a que la juzgaran muy linda, aunque no todas las efigies apoyaran incondicionalmente esa hipótesis. Por lo demás, Teodelina Villar se preocupaba menos de la belleza que de la perfección
.

(…)

El seis de junio, Teodelina Villar cometió el solecismo de morir en pleno Barrio Sur. ¿Confesaré que, movido por la más sincera de las pasiones argentinas, el esnobismo, yo estaba enamorado de ella y que su muerte me afectó hasta las lágrimas? Quizá ya lo haya sospechado el lector.

(Fragmento “El Zahir”).

La muerte de Elvira azotó a Borges en medio de la redacción de “El Aleph. Ya desde mucho antes la veía mal cuando la visitaba en su pequeño departamento de San Telmo. Lejana de la esbelta joven que lo embrujó en su juventud, se había convertido en una mujer ausente, pálida, obesa y sin sentido de la realidad, lo cual quedaba patente cuando llamaba –con una campanilla de plata- a una servidumbre inexistente.  

Quizá porque así la recordaba o porque así quería que la vieran sus lectores, Borges la describe en el cuento como alta y frágil, de andar torpe y gracioso, de desdenes crueles, de grandes y afiladas manos hermosas.

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación.

(…)

Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis; Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur; es autoritario, pero también es ineficaz; aprovechaba, hasta hace muy poco, las noches y las fiestas para no salir de su casa. A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana sobreviven en él. Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante. Abunda en inservibles analogías y en ociosos escrúpulos. (…) El treinta de abril de 1941 me permití agregar al alfajor una botella de coñac del país. Carlos Argentino lo probó, lo juzgó interesante y emprendió, al cabo de unas copas, una vindicación del hombre moderno.

                                   (Fragmento “El Aleph”).

La persiguió el escándalo

La historia de Elvira venía cargada de escándalos desde antes que ella naciera. Su madre, Mariana Juana Cambaceres desde muy joven se hizo un espacio en las tertulias por su belleza, distinción, carisma y habilidades para el baile. Fue en esa época que conoció a Diego de Alvear, de quien se enamoró; sin embargo su madre, Mariana Thwaites, la casó con Ramón Blanco, un español que llegó a Argentina a forjar fortuna siendo el fundador del Banco Español en Buenos Aires. 

Tuvieron cinco hijos: Mariana Elisa, Antonio, María Susana, Dora y María Elvira. Sus últimos años de matrimonio los pasaron distanciados y cuando la menor de las niñas tenía apenas dos años (1909), Ramón Blanco falleció. Mariana heredó una enorme fortuna y volvió a ser una celebridad porteña. 

Ya viuda se estableció en la  quinta de la calle Once de Septiembre, en Belgrano; casona que se convirtió en un lugar de encuentro de grandes personalidades, artistas y las principales familias de alcurnia bonaerense. El verano lo pasaba en Argentina y en invierno huía del frío a París, haciendo de esta ciudad una segunda casa para sus hijos. 

Fue el 18 de mayo de 1910, cuando se casó en segundas nupcias con su verdadero amor y eterno amante, Diego de Alvear -viudo de María Susana Quintana, fallecida a los 23 años-. Tuvieron una hija, Teodelina quien murió antes de cumplir un año. Diego concedió su apellido a las dos hijas menores de Cotita: Dora de Alvear y Elvira de Alvear.

En 1923 volvió a enviudar. En el libro Rvfina: De la leyenda a la verdad, de Rodríguez Rocha, se hace mención a Dora y Elvira:

El día de la primavera de 1923, Luisa recibió la visita de Mariana Cambaceres. Sin saberlo, sería la última vez que se verían.

Cotita había viajado junto a Dorita, Elvira y los caniches, siempre elegantes y obedientes. Elvirita estaba enorme, tenía quince años. Dora ya era una jovencita encantadora de veintiuno. Ambas se quejaban, decían que se aburrían, preguntaban cuándo se volvían. En algún momento después del té, desaparecieron.

—¡Qué hermosa está Dorita! —exclamó Luisa, admirada.

La cara de Mariana no reflejaba demasiada ventura.

—Dorita es una chica de buen corazón, pero ha salido un tanto… difícil —dijo Cotita, algo apesadumbra

Dora se había convertido en la escandalosa de la familia. Ovidio Lagos en su libro “Argentinos de raza” la define como una amante de la noche, “bebía, manejaba a toda velocidad su costoso automóvil, tuvo un escandaloso romance con su tío, el entonces presidente Marcelo T. de Alvear, a quien no dudaba en hacer llamar por teléfono cuando era arrestada por conducir a velocidad excesiva y por otros males menores”. Y para escandalizar más a la sociedad, Dora tuvo un romance con María Rosa Daly Nelson (vecina del hermano de Eva Perón), quien declaró que ella fue el amor de su vida. 

Romper las normas llevó a que las familias patricias le cerraran las puertas; y esto, sumado al derroche la llevaron a Dora a perder la casa y quedar en la calle, para terminar trabajando como mucama en el hotel Alvear, atendiendo a quienes alguna vez fueron sus compañeros de juerga.  

Por su parte, Elvira se estableció entre Francia y Buenos Aires. El periodista Rafael Antúnez relata que “emigró a París y se olvidó de Borges. Volvió siete años más tarde y Borges volvió al acecho. Le prologó un libro de versos (olvidables y ya olvidados), Reposo, y siguió visitándola. Pero Elvira de Alvear estaba condenada a perder la fortuna heredada y algo más: la razón. Poco a poco la cordura la fue abandonando y se enfrascó en un irrealizable proyecto novelístico (…)  imposible de leer, pues los primeros capítulos estaban escritos con palabras y los finales vagos rasgos indescifrables”

Borges nunca la abandonó. Estela Canto, otra de las musas del escritor, explica el “evento” de la campanilla de plata: “un detalle que se repetía todos los años (lo) conmovía especialmente (…). Sobre la mesa del comedor había una campanilla de plata. Elvira de Alvear la agitaba y después comentaba: ‘¿Dónde se ha metido la gente de servicio? ¡Fíjese, Borges, nunca, nunca están cuando los llamo!”.

Sin embargo, a ojos de Borges Elvira seguía siendo aquella joven hermosa que lo rechazó en su juventud, dedicándole unos versos que la conservarían en aquellos tiempos en que vivía en calle Reconquista 575.

 Todas las cosas la dejaron, menos

una. La generosa cortesía

la acompañó hasta el fin de su jornada,

más allá del delirio y del eclipse,

 de un modo casi angélico. De Elvira

 lo primero que vi, hace tantos años,

 fue la sonrisa y es también lo último.

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