Lanzar un libro es siempre un salto al vacío. Nunca se sabe si los lectores estarán dispuestos a sentir la daga de la injusticia en el pecho, mientras se enteran qué sucede en sus páginas. Algunos eligen la volatilidad de una historia donde la vida recala solo en el paisaje y donde la conformidad se apodera de la historia con un final feliz.
Aquí sucede todo lo contrario. Se es feliz, se es detenido-desaparecido, se sigue vivo y se ama en respuesta a todo.
Introducirse en el último libro de Martín Faunes Amigo – “El hombre del abrigo amarillento y otros episodios de resistencia”– es recorrer el empedrado aristotélico de encontrar al final del camino -la última página- la puerta catártica de preguntar, de reflexionar y de llevar siempre un espejo para encontrarse con la realidad. O, simplemente, evitar cerrar los ojos.
“El hombre del abrigo amarillento…” es un réquiem de lo sucedido en los primeros años de la dictadura de Pinochet. Una masacre, en la voz de Manuel Guerrero Antequera. Es un testimonio incómodo y la mayoría de las veces borrado, silenciado e ignorado.
La literatura nueva chilena tiene pocos libros, pocos testimonios de la primera etapa de la dictadura. Pareciera que la lucha antidictatorial hubiera nacido recién en los 80 y en el exilio, que ¡por cierto! son de gran valor y determinantes para la recuperación de la democracia, por muy coja e insuficiente sea ésta hasta nuestros días.
El libro de Martín Faunes pertenece a lo que se podría llamar la novela rojinegra: militante y de denuncia. En sus páginas Martín es detenido. Martín es desaparecido. Martín es amado. Martín tiene miedo. Martín es exiliado. Martín es un delator. Martín es un valiente. Martín habla de sus compañeras y compañeros por sus nombres reales. Los repite en varias historias. Martín insiste para que nadie los olvide. Martín es memoria. Martín no se rinde, caramba. Martín es un allendista por convicción y por su abuelo materno. Martín cree en la esperanza: “un sentimiento nuevo, se podría oler y sentir en los barrios, en los campos, en las escuelas, en los cordones industriales”, cuando vuelve al Martín del Gobierno Popular.
Martin es un invisible que recorre las calles de los inicios de la dictadura. Su voz es un río caudaloso en el vértigo del barrio ocupado por los militares. Martín es ilegal. Martín es detenido y no detenido.
Su libro es peligroso. Leer su libro en los tiempos aquellos sería motivo de cárcel.
Martín es Gonzalo. Martín es prohibido. Martin se llama, en realidad, el Padre Franz, Federico Álvarez, Hugo Ratier, el compadre Ché, Nano de la Barra, Ana María Puga, Coño Villavela. Se llama tantas veces Lucho Guajardo, Horacio Carabantes, Jaime Vásquez. Se llama María Cristina López, Marta Ugarte. Se llama Ricardo Faunes. Martín tiene el nombre de muchas mujeres y hombres que creían en la libertad, la igualdad y la fraternidad. Ese es su pecado original y es la confesión que se devela en las páginas de su libro.
Sus personajes son jóvenes reales con nombres y apellidos reales, que caen detenidos reales y son desparecidos reales. Son héroes reales. Desconocidos reales que escriben las historias, nuestras historias reales.
Martin viste el abrigo amarillento y habla en voz alta del país de los hechos que han escondido en los medios de comunicación. Los mismos medios de comunicación que promueven el pecado de invisibilizar a los partidos políticos que no se rindieron en la complicidad de mirar para el lado la realidad amenazada –“algo han habrán hecho”- en pecado de la cobardía.
Martín Faunes Amigo se hace llamar “pájaro pardo”, lo que le permite romper la imagen de un héroe. El reivindica la dignidad y la consecuencia de sus compañeras y compañeros. Pone en el centro la épica revolucionaria con la consecuencia de pelear a sabiendas que la noche recién comenzaba y que cada día anochecía más y más por despertar.
A no engañarse, por cierto, “El hombre del abrigo amarillento y otros episodios de la resistencia” es una historia de amor, desde “la garra del deseo” hasta soñar con un día lleno de sol.
Este libro es una epifanía de amor, amor del bueno. Es un amante furtivo con su pasión en ristre que se resiste a caer detenido en el dolor como forma de vida. Sus abuelos, su padre, su compañera, sus hijos salen a la calle de su relato. Sonríen y cuentan cuentos, aprenden música, bailan tango, hacen el amor en el escondite del palto con la belleza de besar las cicatrices.
El amor reivindica la pérdida por sobre el odio. Martín Faunes escribe desde el invierno, pero lo salva su abrigo amarillento y sus relatos donde nadie olvida y nadie se rinde al frío. Todos siguen vivos.
Entonces, las compañeras y compañeros de Martín nunca mueren, siguen entre nosotros. Probablemente, estarán sentados en este momento, al lado nuestro. O al lado mío, cuando escribo estas palabras. Vivos por siempre.
Así la literatura habrá cambiado la realidad por enésima vez.