Si bien la prensa de la época se esmeró en crear una nebulosa de enemistad entre ambos, lo cierto es que apenas se conocieron cuando coincidieron en Buenos Aires y fue en pleno “Boom Latinoamericano” que –hallándose en París- ambos autores recordaron aquella primera vez en que “publicaron” juntos.
La enemistad entre escritores ha sido siempre el tema favorito de los periodistas que hacen del chismorreo literario parte de sus publicaciones; por ello, que la prensa distanciara a Jorge Luis Borges con Julio Cortázar no es ninguna novedad. Si bien poco –o nada- compartieron en los periodos en los que ambos se encontraron en Buenos Aires, hay un par de eventos que los unieron y que marcaron profundamente la carrera literaria del autor de Rayuela: el batatazo que recibió tras perder un concurso de poesía y la publicación de uno de sus cuentos más famosos, “Casa tomada”.
Al igual que Borges, Cortázar también se inició escribiendo poesía. Partió leyendo a Stéphane Mallarmé y a Arthur Rimbaud; y él mismo lo expone en 1941 para la revista Huella (en donde firmó como Julio Denis, pseudónimo que usaba desde 1938) afirmando que Rimbaud era un punto de partida, “y lo diferenciaba de Mallarmé en un aspecto esencial: mientras éste concentraba su logro en alcanzar una poesía pura a través de una lucha que a la vez se deshumaniza, se desangra y finalmente prescinde de sí mismo cuando ‘cayó en el total hermetismo del que lo libró la muerte’, Rimbaud era ‘ante todo un hombre’. No procuraba la impersonalidad, sino una liberación del yo en el ‘Yo es otro’”, explica Jorge Mantelone en su artículo para La Nación (Argentina), de 2014, titulado “Cortázar: retrato del narrador como poeta”.
“No niego la influencia enorme que sobre mí tuvo y tiene Mallarmé. Pero no soy ‘mallarméen’. […]. Estoy muy lejos de Mallarmé. En cambio, ¡qué cerca me siento de Rimbaud!».
(Fragmento de una carta -del 31 de julio de 1940- escrita por Julio Cortázar mientras se encontraba trabajando como profesor en Chivilcoy).
Meses antes de escribir esta carta, en febrero, Cortázar le cuenta a su amigo Luis Gagliardi que había decidido participar, con el nombre de Julio Denis, en un concurso de poemas organizado la Sociedad Argentina de Escritores “para autores menores de treinta años”, ya que lo consideraba un certamen serio porque el premio lo entregaba la antigua revista Martín Fierro y el jurado lo integraban González Lanuza, Luis Emilio Soto y Jorge Luis Borges. Y si bien estaba confiado que le iría bien con el libro De este lado(que no se publicó), la decepción la deja clara en la carta que le escribió en mayo a su amiga Mercedes Arias: “Leí diez veces el nombre del ganador. Pues… no decía Denis… y se acabó”.
Tras la caída en el concurso literario, Cortázar –de apenas 23 años- que se encontraba trabajando como maestro en Mendoza escribe el que será su primer libro publicado: Presencia (1938) y escrito bajo el nombre de Julio Denis. Cuenta con 43 sonetos en los cuales predomina el motivo de la música. Con esta obra, el autor comienza a ser considerado dentro de la generación neorromántica de 1940. Sin embargo, para él no se trató de un éxito literario, pues contó con sólo 250 ejemplares impresos, y el mismo o calificaría posteriormente los textos como “poemas muy mallarmeanos y felizmente olvidados”
En el artículo “La poesía de Julio Cortázar. Discurso del no método, método del no discurso” -de la Revista de Investigación y Crítica Estética-, se explica que el escritor “hizo de la poesía, como César Vallejo, Federico García Lorca, Fernando Pessoa o Louis Aragón, el secreto de su vida, un secreto a voces. El poema cortazariano es, ante todo, expresión de lo posible: el otro yo, la otra realidad, el otro lenguaje. Desde esa consciencia y esa esperanza escribe el argentino. Más allá del discurso, la escuela, el canon, hay una baudeleriana intención ‘irregular’ que convierte el hecho poético en una aventura que no cesa”.
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La lenta máquina del desamor,
los engranajes del reflujo,
los cuerpos que abandonan las almohadas,
las sábanas, los besos,
y de pie ante el espejo interrogándose
cada uno a sí mismo,
ya no mirándose entre ellos,
ya no desnudos para el otro,
ya no te amo,
mi amor.
(“La lenta máquina del desamor” de Presencia (1938), poema de Julio Cortázar)
Si bien ambos escritores partieron en verso y continuaron en prosa, Borges no se vio dividido entre dos mundos; dicotomía que sí afectó al joven Cortázar. Mariángeles Fernández explica -en su texto de análisis titulado “Borges y Cortázar: Una relación literaria”– que “cuando Borges publicó en 1969 su Obra Poética pudo eliminar todo aquello que ‘no podía ser conservado sin destrucción’. En el prólogo se reafirmaba en su implacable autocrítica, una conducta que desde el principio fue aleccionadora para Cortázar y que marcó también su cautela al publicar. (…) Sin duda su aspiración a dejar al menos un verso feliz se vio colmada en vida y la prueba irrefutable fue esa misma antología (…). Cortázar habría querido esa suerte para sí, aunque la indiferencia general hacia Presencia, su primer libro de poemas, publicado en 1928 en Buenos Aires por El Bibliófilo, (…) afortunadamente reencauzó su pulsión poética hacia otras indagaciones creativas que todos celebramos”.
El K.O. de Cortázar con la poesía queda manifiesto en las cartas que escribió a sus amigos. El 23 de mayo de 1937 envía una misiva a Eduardo A. Castagnino:
“Bien sé que no comulgas con la generación de Girondo y de Neruda. Con todo y quizá por eso mismo –ya que sería ir a la batalla ganada ofrecerte algo que de antemano fuese a gustarte–, copio para ti esto que yo llamo poesía, y que escribí una noche en que el frío me helaba las palabras, y sólo quedaba el expediente de volcarlas en un papel”.
Eran tiempos en que Cortázar se dedicaba a la docencia y -en conjunto con redactar poemas que no lo convencían- se daba espacio para narrar cuentos, los que tampoco lo dejaban satisfecho. Fue recién en 1941 cuando se animó a mandar un texto a la revista del diario socialista El despertar, logrando publicar por primera vez.
“A Delia le dolían las manos. Como vidrio molido, la espuma del jabón se encontraba en las grietas de su piel, ponía en los nervios un dolor áspero trizado de pronto por lancinantes aguijonazos. Delia hubiera llorado sin ocultación, abriéndose al dolor como a un abrazo necesario. No lloraba porque una secreta energía la rechazaba en la fácil caída del sollozo; el dolor del jabón no era razón suficiente, después de todo el tiempo que había vivido llorando por Sonny, llorando por la ausencia de Sonny. Hubiera sido degradarse, sin la única causa que para ella merecía el don de sus lágrimas. Y además estaba allí Babe, en su cuna de hierro y pago a plazos. Allí, como siempre, estaban Babe y la ausencia de Sonny. Babe en su cuna o gateando sobre la raída alfombra; y la ausencia de Sonny, presente en todas partes como son las ausencias”.
(Inicio de “Llama el teléfono, Delia”, primer cuento publicado bajo el pseudónimo de Julio Denis).
Un encuentro más auspicioso
Ambos escritores argentinos se conocieron en 1947, o por lo menos así lo afirmó Borges. Según cuenta el autor, en ese año él trabajaba como secretario de redacción en la revista “Los anales de Buenos Aires” y Cortázar llegó con un manuscrito.
“Una tarde, una tarde como las otras, un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le daría mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta. Poco después Julio Cortázar leyó en letras de molde “Casa tomada” con las ilustraciones a lápiz de Norah Borges. Pasaron los años y me confió una noche, en París, que ésa había sido su primera publicación. Me honra haber sido su instrumento”.
(Prólogo de Jorge Luis Borges para la antología Cuentos de Julio Cortázar).
Esta publicación marca un quiebre en la narrativa de Cortázar, pues es el inicio en la exploración de los sueños. De hecho, el autor escribió el cuento tras tener una pesadilla y el centro de la trama la llevan dos hermanos (Irene y el narrador cuyo nombre se desconoce) que viven encerrados en su casona colonial manteniendo una relación que más bien parece incestuosa. Su rutina cambia de golpe y comienzan a sentir extraños ruidos, que terminan siendo intrusos que se apropian de la vivienda dejando a ambos en la calle.
“Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora. Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada”.
(Final de “Casa Tomada”, cuento de Bestiario)
Este cuento es uno de los más analizados de la obra de Cortázar, pues permite que el lector de su propia interpretación rompiendo con la “divinidad” del autor cuyos textos no admiten significaciones que se alejen de lo escrito.
“(Es) la figura del lector quien decide finalmente rechazar o aceptar los desafíos propuestos por el escritor argentino para cada una de sus propuestas literarias; pueden resultar complejos, difusos densos y con un particular extrañamiento”, señalan sobre lo mismo los literatos Camilo Martínez y Ronald de Felipe en “La identidad latinoamericana en los personajes de ‘El otro cielo’ y ‘Casa tomada’”.
Es por lo mismo que, aunque se publicó en 1947, “Casa tomada” le abre las puertas al “Boom latinoamericano” del cual fue uno de los tres más famosos exponentes, junto con Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez.
Corazón de azúcar
No podía ser en otra ciudad en el mundo donde se produjera la “reconciliación” de la pelea que nunca fue: París (1964). “No te podés imaginar cómo se me llena el corazón de azúcar y de agua florida y de campanitas, cuando, al cruzar el hall de la Unesco con Aurora [Bernárdez] para ir a tomarnos un café a la hora en que está terminantemente prohibido y por lo tanto es muchísimo más sabroso, lo vimos a Borges con María Elena [Esther] Vázquez, muy sentaditos en un sillón, probablemente esperando a Caillois”, relata Cortázar.
Luego, casi sin darse cuenta, ambos se fundían en un abrazo que “me dejó sin alma”, detalla el autor de Rayuela, para lugo agregar que Borges lo apretó fuerte y tuvieron el siguiente diálogo:
“‘Ah, Cortázar, a lo mejor, ¿no?, usted se acuerda ¿no?, que yo le publiqué cosas suyas en aquella revista, ¿no? ¿Cómo se llamaba la revista, ché, cómo se llamaba?’ Yo casi no podía hablar, porque el grado de idiotez a que llego en momentos así es casi sobrenatural, pero me emocionó tanto que se acordara con un orgullo de chico de esa labor de pionero que había hecho conmigo. Entonces le recordé a mi vez todo lo que eso había significado para mí, sobre todo porque él me había publicado sin conocerme personalmente, lo que le daba mucho más valor a la cosa. Y entonces Borges dijo: ‘Ah, sí, claro… Y usted a lo mejor se acuerda, ¿no?, que mi hermana Norah le hizo unos dibujos muy preciosos, ¿no?’. En fin, che, yo estaba hecho un pañuelo”.
Cortázar afirmaría luego que ese poco tiempo que compartieron le bastó para confirmar cuánto lo admiraba. En una de las tantas entrevistas que le concedió a Ernesto González Bermejo en 1979, el escritor –ya reconocido mundialmente por su célebre novela Rayuela (1963), que rompe con el orden lógico de lectura- reconoce lo que el autor de “El Aleph” fue para él cuando era un novato en las lides literarias.
“El choque que me produjo a mí la escritura de Borges fue sin duda el más grande que yo había recibido hasta este momento. Porque había tenido muchos choques, pero eran siempre con escritores extranjeros, franceses, ingleses, que no tenían por qué repercutir en mi idioma (…) era una experiencia que un joven escritor sensible tenía no solamente que recibir, sino que aceptar y seguir. (…) La gran lección de Borges no fue una lección temática, ni de contenidos, ni de mecánicas. Fue una lección de escritura”.