El editor de este medio me ofreció espacio para publicar una columna periódica; onda las que escribí en Lamiradasemanal. Visto el nuevo giro, considero oportuno preguntarme por el sentido de una columna. Consulto con mi asistente ChatGPT, que me aconseja como sigue.
Escribir una columna regular puede servirme de tres maneras. Primera, “puede ayudar a establecerme como un líder o experto de opinión en mi campo… Lo que puede crearme una reputación profesional y atraer nuevos clientes” Segunda, “puede ayudar a crear consciencia sobre tópicos importantes que me apasionan…, proporcionando perspectivas e insights frescos”. Tercera, me “puede permitir expresar y compartir mis opiniones con una audiencia mayor, lo que puede ayudarme a crear con otros un sentido compartido de comunidad alrededor de valores e intereses compartidos”
Pura racionalidad instrumental, escribir para conseguir “algo” más allá. Parece una respuesta cien por ciento obvia, ¿qué otra manera hay de justificar escribir una columna? Lo malo es que me embarca en un proceso de raciocino que no tiene fin, preguntándome ¿para qué ese algo, en qué sentido la explicación explica?, ¿para qué más clientes, reputaciones expertas y profesionales, relevar temas importantes, expresar opiniones originales, encontrar socios que compartan mis valores…etc? La racionalidad instrumental nunca responde verdaderamente nada, ni descubre el sentido de nada, solamente provee encadenamientos eficientes hacia otras preguntas a las cuáles hay que buscarles respuestas. Lo malo es que, a medida que se multiplican las justificaciones de las justificaciones, comienzan a emerger razones rimbombantes en las alturas como “relevar temáticas importantes”, “crear consciencia en las demás”, “explicar lo que no se cachan”…, etc.
Implícita, además, está toda la teoría racional de la comunicación y la opinión pública: crear consciencia, debatir, dar opiniones, crear temas… No me la creo para nada, aunque parece obvia para la mayoría de quienes saben, escriben y enseñan. Más bien es una manera de producir curiosidad, conseguir una atención liviana, en el mejor de los casos; ruido de fondo para conversaciones de salón y parroquia. Conseguir clientes y buena reputación no se hace opinando ni advirtiendo sobre temáticas y relevancias… No es tan fácil.
Recuerdo que mi abuela era una tejedora impenitente. Lo hacía de esa manera tan extraña que pasa la hebra de lana por detrás del cuello, convirtiendo el torso en un marco de telar. Quizás por eso me acuerdo de ella, teje que teje para vestir a sus nietos con chalecos de lana. Cuando murió, descubrimos un montón de chalecos que no encontró a quién regalar. Una vez le pregunté por qué tejía tanto. Me dijo, “es lo que sé hacer”. Me gustó; cuando menos, no fue una respuesta instrumental. Y también creo recordar que cuando le preguntaron a Leonel Sánchez cómo le había metido el increíble tiro libre a la famosa araña negra Lev Yashin, comentó: “es lo que sé hacer, pegarle con la izquierda”.
Así que escribiré esta columna porque lo sé hacer. Aunque saber hacerlo tampoco justifica que lo haga. Es que, rechazada la justificación instrumental, no queda nada más que mi completa libertad. Un poquito angustiosa, la verdad, pero al menos no me cuento cuentos importantes.