El sino trágico de poetas en triángulo fatal. Sylvia Plath, Assia Wevill y Ted Hughes

por Cristina Wormull Chiorrini

Sylvia Plath y Assia Wevill son figuras fascinantes y trágicas en la historia literaria. Ambas estuvieron vinculadas amorosamente al poeta Ted Hughes, y sus vidas se entrelazaron de manera dramática. Plath, conocida por su poesía intensa y su novela La campana de cristal, luchó con problemas emocionales y terminó su vida en 1963. Wevill, amante de Hughes, la culpable de terminar el matrimonio Hughes/Plath, tuvo un destino trágico, falleciendo junto a su hija de cuatro años en 1969.

Es impresionante lo que uno descubre cuando empieza a navegar por las historias de vida de los seres humanos.  Aunque todos creemos que en nuestras vidas han sucedido hechos extraordinarios que sentimos nos convierten en únicos, la verdad es que hay vidas que nunca fueron “normales”, de principio a fin fueron golpeadas sin pausa o predestinadas a un final trágico. E indudablemente, la década de los sesenta en el siglo pasado fue un tiempo turbulento, base de cambios profundos, pero donde aún perseveraba el conservadurismo valórico más allá de las fronteras ideológicas, herencia de las dos guerras mundiales.


¿De quién es esta tierra pétrea y lluviosa?

De la Muerte.

¿De quién es todo el espacio?

De la Muerte.

¿Quién es más fuerte que la esperanza?

La Muerte.

¿Quién es más fuerte que la voluntad?

La Muerte.

¿Más fuerte que el amor?

La Muerte. Ted Hughes

La gran poeta Sylvia Plath nació un 27 de octubre de 1933 en Boston, Massachusetts, y ya a los ochos años publicó su primer poema en una revista literaria en su ciudad, lo que marcó el inicio de una producción imparable, marcada por la depresión y los intentos de suicidio a raíz de la temprana muerte de su padre a causa de una diabetes no tratada, al rencor contra su madre que nunca lo lloró en público, pero finalmente a lo que hoy llamaríamos un trastorno bipolar que fue diagnosticado como depresión y tratado con electroshock.

Hay una estaca clavada en tu grueso y negro Corazón, pues la gente de la aldea jamás te quiso. Por eso bailan ahora, y patean sobre ti. Porque siempre supieron que eras tú, papi, Papi, cabrón, al fin te rematé.Sylvia Plath

En los ‘60, al principio de su carrera literaria, y como era habitual en esos tiempos, la gran poeta estadounidense y de las letras inglesas, la ubicaban a la sombra de su marido, el laureado poeta Ted Hughes. Sin embargo, cuando Sylvia conoció a Ted, ya tenía una trayectoria y estaba haciendo uso de una beca en Cambridge. Era mucho más reconocida que Hughes. Y a través del tiempo, Sylvia Plath llegó a alturas inmensas trascendiendo con sus poemas poderosos, confesionales, en los que las palabras, muchas veces, jugaban con el doble y hasta el triple sentido.

Libros como El coloso; Árboles en invierno, y, sobre todo, Ariel, plasmaron las angustias y obsesiones acerca de su vida personal, le hablaron al mundo del amor y la depresión, la libertad y el ahogo, la pérdida y la muerte. Inició así lo que hoy llamamos poesía confesional.

Apenas Sylvia y Ted se conocieron, se produjo una intensa atracción entre ambos y a los pocos meses se casaron el Bloomday (Día de Bloom, que se celebra en Inglaterra en honor a James Joyce).  Fueron de luna de miel a Benidorm, España acompañados de la madre de Sylvia, que había sido la única invitada a la boda, tuvieron dos hijos en una relación que parecía idílica.

Porque a pesar de que las fotografías de Ted, Sylvia y sus dos hijos:  Frieda y Nicholas, mostraban al mundo una familia perfecta, Ted no era el marido soñado por Sylvia y a poco andar en su matrimonio lo descubrió coqueteando con una alumna de su cátedra, lo que provocó que se trasladaran de Boston a Londres.

Mi gran tragedia es haber nacido mujer, Sylvia Plath

Es que Hughes, junto con ser un gran poeta fue siempre un casanova y pese al traslado a Inglaterra, no fue el fin de su afición a las mujeres e inició un escandaloso amorío con la también poeta Assia Wevill que estaba casada con David Wevill. siete años menor que ella; mientras Sylvia estaba embarazada de su segundo hijo.  Esta relación se extendió en el tiempo (en general sus aventuras no eran públicas) y a Sylvia no le quedó más que enfrentar el hecho de que su amor con Ted había terminado, pero hasta el último día mantuvo la esperanza de que volviera con ella. 

Se mudó con sus dos pequeños hijos (Nicholas de apenas unos meses) a un pequeño departamento en Londres, donde afrontó frío y penurias económicas que una mujer poeta y madre difícilmente podría soportar y volvió a caer fuerte e irrevocablemente en la depresión que había logrado esquivar con esa estabilidad emocional de los primeros años de matrimonio con Hughes.  Sus poemas se aventuraron por una cruda oscuridad, aunque con lírica tan bella y luminosa que, años después de su muerte la convertirían en la primera poeta en obtener un póstumo Premio Pulitzer.

Así, el 11 de febrero de 1963, Sylvia se aseguró que sus hijos tenían comida y agua y estaban a salvo en su dormitorio, se encerró en la cocina, cerró cuidadosamente las ventanas y abrió las llaves de gas. Tenía treinta años, una producción literaria brillante y mucho camino por andar, y, entre su legado a la humanidad se encontraba su única novela: La campana de cristal, un relato semiautobiográfico centrado en el personaje ficticio de Esther Greenwood, una periodista que sufre un momento de inestabilidad emocional que la conduce a un episodio depresivo. La publicó bajo el seudónimo de Victoria Lucas, pero en 1967, después de su muerte, se editó firmada con su verdadero nombre.

“Era una criatura mítica, que salía de la nada y se desvanecía en el aire cuando intentabas tocarla”, Mira Hammermesh, amiga de Assia Wevill

Fue una tragedia mayor que le fue comunicada a Hughes por su amante, Assia porque a él no pudieron ubicarlo.  Y eso marcó el lento declive de la relación de ambos, porque la sombra de Sylvia se hizo cada vez más fuerte y Ted no quiso nunca vivir públicamente con Assia, ni siquiera cuando ella tuvo a Shura.  Los amigos y lectores la culpaban del suicidio de Sylvia y le daban la espalda, convirtiéndola en una outsider mientras Ted le hacía vagas promesas de mudarse con ella y Shura, mientras se preparaba para casarse con Carol Orchard.

Assia, era una bella mujer muy culta, una traductora que hablaba varios idiomas y con un temor patológico a la vejez, pero que siguió siendo fiel a Hughes, esperando sus cartas y sus visitas esporádicas de una manera obsesiva. Hechizada por él, Hughes fue su condena.  Hoy podemos rescatar un par de fotografías de Assia, Ted y Shura, mientras el poeta sostiene en brazos a la niña. Los testigos de esa época afirman que nunca consideró a Assia su mujer ni a Shura su verdadera hija. Nunca las cuidó, apenas vivió con ellas, siempre las tuvo esperando, dejándolas de lado en su quehacer cotidiano.

La amante débil, siempre en las ardientes sombras de sus misteriosos siete años (…) Mi tercer matrimonio y el más dulce. David, mi tierno marido, siempre el favorito, mi más completo y verdadero amor. ¿Qué locura, qué compulsión sistemáticamente demencial me impulsó a sentenciarlo a estar sola y a sumirme a mí misma en este espeluznante laberinto de mezquinas y condenatorias furias de mediana edad, con Sylvia, mi predecesora, entre nuestras cabezas por la noche? Assia Wevill en su diario.

Pese a que Hughes siempre culpó a los antidrepesivos que le habían recetado a Sylvia y y al supuesto «yo asesino» que ella tenía en su interior, sus amigos sabían que algo habían tenido que ver Ted y Assia y querían que ella, la otra mujer, sintiera remordimientos por su papel en toda la historia. Y quizás el mayor error de Assia fue acusar a Sylvia de haberse matado para destruir su felicidad y haberse quejado públicamente de que “…fue mala suerte que el idilio se viera mancillado por ese desafortunado incidente”.

Pero la tragedia no terminó allí: seis años después de la muerte de Sylvia, Assia Wevill, la mujer, la amante culpada por el término de su matrimonio y su posterior suicidio -no la única porque Ted tenía paralelamente amoríos con Brenda Hedden, la asistente social de su familia y ya salía con Carol Orchard, que sería su segunda esposa- asesinó a su propia hija y se suicidó, poniendo fin a aquel triángulo amoroso que solo consiguió desesperación, locura, muerte y grandiosa literatura. A partir de entonces, Hughes no solo tuvo que lidiar con su propia historia, sentimientos y fantasmas, sino también con una condena social, sobre todo, de parte de grupos feministas y admiradores de Plath.

llevó una cama hasta la cocina de su departamento, luego disolvió pastillas para dormir en un vaso de agua y se las dio a su hija de cuatro años, Shura, y tras tomarse varios vasos de whisky, encendió la cocina de gas y se metió en la cama con la niña…

No hay nada más parecido a las tragedias griegas de antaño. 

Poco después de la muerte de Assia y Shura, Ted Hughes incluyó una dedicatoria a ellas en los poemas sobre el Cuervo.  Una clara muestra de la angustia que sufrió después de sus muertes y sobre las que comentó que tenía una imagen “… de un hombre en el desierto, sosteniendo un arma cargada con una sola bala. Había un pájaro negro posado en un árbol cercano, y el hombre no podía decidir si dispararle al pájaro o a sí mismo”.


Hachas

tras cuyo golpe resuena la madera, 

¡y los ecos!

Ecos que se

alejan del centro como caballosPalabras, Sylvia Plath

Pero Hughes, proyectando su duelo, la hará desaparecer de la vida pública y literaria británica y del mundo… la silencia y margina definitivamente.  Todo lo contrario de lo que hace con Sylvia, de quien se convierte en heredero y editor de su obra completa (aunque se le acusa de haber destruido parte de ella).

Aquí yace una amante de la sinrazón, y una exiliada, epitafio solicitado por Assia Wevill,

La vida que Sylvia y Ted habían decidido llevar en Court Green, como poetas profesionales que no se dejarían seducir por el atractivo del Londres literario, criando a sus hijos, cultivando hortalizas y criando abejas, resultó ser solo un sueño para Sylvia. 

Quizá haya otro mundo, si lo hay nos encontraremos en él. Mutti, tú y yo. Fuisteis unos padres excelentes y los dos hicisteis todo lo que pudisteis por mí. Por favor, no creas que estoy loca o que he hecho esto en un momento de locura. Es una simple cuestión de contabilidad. Y no puedo dejar atrás a la pequeña Shura. Es demasiado mayor para que la adopten. Carta de Assia a su padre antes del filicidio y suicidio.

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1 comment

Yolanda Duque Vidal abril 17, 2025 - 2:16 pm

Excelente Crónica! Felicitaciones a Cristina Wormull Chiorrini!

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