«Se convirtió en una curiosidad -una mujer sabia-, y su reputación creció en toda Europa», dice sobre Cornaro el «Diccionario biográfico de mujeres en la ciencia: vidas pioneras desde los tiempos antiguos hasta mitad del siglo XX», de Joy Dorothy Harvey y Marilyn Bailey Ogilvie.
He andado estos días perdida entre ideas contradictorias como la época que vivimos. Miro las imágenes de iglesias incendiadas en Canadá que me recuerdan aquella herética frase que dice que la única iglesia que ilumina es la iglesia que arde… y pienso en esa historia genocida de la muy católica que ha pasado por este planeta durante más de dos mil años bailando sobre la muerte y el exterminio de razas como la Selknam en el extremo sur de Chile y Argentina …por la mayor gloria de dios. ¿Qué de extraño tiene que en medio de la hipocresía que amparó por siglos el actuar de los “evangelizadores” hoy se revele que miles de niños aborígenes fueron arrancados de los brazos de sus familias en Canadá para ser internados y “civilizados” y que miles de ellos encontraran la muerte en ese proceso que implicó torturas tanto físicas como sicológicas o que, como dije en un artículo anterior miles de jóvenes mujeres fueran torturadas y murieran en las “lavanderías” de Irlanda? Hay mucho que escribir sobre esa historia que se ha empezado a develar sin tapujos recién desde la última década del siglo XX. Pero dadas las condiciones de incertidumbre existentes, escapo hacia otros mundos, otros tiempos, viajo a través de los siglos para detenerme un instante en aquellos humanos que me traen la fuerza, el coraje de haber vencido a su tiempo coronándose con los laureles de la trascendencia.
Y así, entre dimes y diretes de la instalación de la Convención constituyente, algo inentendible … (doy excusas por mis divagaciones) Encontré a la filósofa veneciana Elena Lucrezia Cornaro Piscopia, la primera mujer en doctorarse en filosofía en una universidad, mujer pionera, como tantas otras a través de la historia, que diseñó un camino, marcó una senda en el siglo XVII, centuria que legó a la historia una larga lista de mentes brillantes, entre las que se cuentan Galileo Galilei, René Descartes, Isaac Newton, entre otros. Todas mentes privilegiadas, todos hombres, salvo Elena Piscopia.
En aquellos años, ser mujer y tener éxito más allá de la esfera familiar era un desafío tremendo. Elena Cornaro Piscopia lo superó de tal forma que se convirtió en la primera mujer en todo el mundo en obtener un doctorado, lo que hoy se conoce como un Ph.D. Su padre, Giovanni Battista Cornaro Piscopia, era un noble, amante de la literatura y la ciencia, y no temió ir en contra de la mentalidad de la época y educar a su hija, según un perfil publicado por la Universidad de Bolonia (Italia). Un hombre excepcional, que rompió con los cánones de su época quizás inspirado en los conceptos desarrollados durante el alto renacimiento italiano donde los artistas se transformaron en intelectuales con conocimiento de matemática, geometría y óptica para resolver los problemas de la perspectiva; de anatomía para representar el cuerpo humano; así como de literatura, filosofía y teología para darle interés a los temas de sus obras. En literatura, tomaron temas y personajes propios de la antigüedad clásica.
Para lograr un lugar en la academia y ser respetada como una “mujer sabia”, Cornaro Piscopia estudió ciencias, en especial matemáticas y astronomía, aprendiendo simultáneamente a ejecutar diversos instrumentos musicales como el clavicordio, el arpa y el violín, además de componer poesía en sus ratos libres. Por si fuera poco, aprendió a la perfección el griego, el latín, español, francés, hebreo y árabe, llegando a dominar siete idiomas. Pero su verdadera pasión fueron la teología y la filosofía, convirtiéndose así en una polímata, una clasificación pocas veces otorgada a las mujeres, pero ampliamente reconocida en los hombres.
Ya a los 7 años Elena había demostrado su talento y a los 17 años se había convertido en una destacada compositora y concertista, una virtuosa tocando el arpa, reconocida por toda la sociedad veneciana.
Algunos dicen que tenía vocación religiosa y que hizo voto de castidad a los 11 años, pero la verdad es que a los 19 optó por el celibato y tomó los hábitos benedictinos, sin llegar nunca a ser monja, alejando a los pretendientes y despreciando el matrimonio. Se predispuso así a llevar una vida alejada de los roles tradicionales de las mujeres y con su renuncia (muy similar a la opción que eligiera también una gran poeta como Sor Juana Inés de la Cruz en México) aspiró a ser respetada por los hombres eruditos y estudiosos, escapando del rol tradicional de esposa y madre confinada al ámbito del hogar.
Después de convertirse en presidenta de la sociedad veneciana Accademia dei Pacifici, se matriculó en la Universidad de Padua en 1672 y aunque se le permitió estudiar allí, la solicitud de Elena para obtener un Doctorado en Teología fue rechazada porque los funcionarios de la iglesia no aceptaron otorgar el título a una mujer.
Se colocó una corona de laurel sobre su cabeza, un anillo de oro en su dedo, un libro de filosofía en su mano y una capa de armiño sobre sus hombros.
Como ya dijimos, con el apoyo de su padre, importante funcionario que solo tenía sobre él al Dux de Venecia, ella solicitó entonces un Doctorado en Filosofía. Su examen oral despertó tal interés que la ceremonia tuvo que trasladarse de la universidad a la catedral de Padua para acomodar a una audiencia inusual que incluía profesores, estudiantes, senadores e invitados de universidades de toda Italia.
Elena se paró frente a los asistentes y habló en latín, explicando pasajes difíciles seleccionados al azar de los escritos de Aristóteles. Su elocuencia impresionó tanto al comité que expresaron su aprobación a viva voz, en lugar de realizar una votación secreta. Se colocó una corona de laurel sobre su cabeza, un anillo de oro en su dedo, un libro de filosofía en su mano y una capa de armiño sobre sus hombros. La escena quedó plasmada en la Ventana Cornaro, que está ubicada en el ala oeste de la Biblioteca Thompson Memorial del Vassar College.
Así, a la edad de 32 años, Elena se convirtió en la primera mujer en el mundo con un doctorado universitario, abriendo un camino para que generaciones de mujeres siguieran sus pasos
Su fama, según la enciclopedia Britannica, se extendió particularmente por su traducción del español al italiano del texto «Coloquio interior de Cristo nuestro redentor al alma devota», del monje Giovanni Laspergio.
Elena llegó a ser miembro de varias academias y fue considerada en toda Europa por sus logros. Margaret Alic, en su libro Hypatia’s Heritage, menciona que en 1678 ingresó a la Universidad de Padua como conferenciante en matemáticas dedicando los últimos siete años de su vida al estudio. Falleció en Padua en 1684 de tuberculosis, y fue sepultada en la Basílica de Santa Justina. Había cumplido recién los 38 años.
En la Universidad de Padua se erigió una estatua en su honor. Tras su muerte, se le realizaron servicios funerarios en Venecia, Padua, Siena y Roma. Sus escritos, publicados en Parma en 1688, constaron de discursos académicos, traducciones y tratados religiosos.
En 1685, su alma máter creó una medalla en su honor. En 1895, la abadesa Mathilda Pynnsent, de las benedictinas inglesas de Roma, abrió la tumba de Elena, colocó sus restos en un nuevo ataúd y señalaron la tumba con una placa conmemorativa.
2 comments
Muy interesante conocer de tan ilustrada mujer , cómo logró hacerse reconocer y respetar en una época tan adversa a lo femenino en el conocimiento!
Fascinante historia de una mujer valiente y un padre que la apoyó. Bravo