Estados Unidos transcurrió una década de política monetaria generosa sin que le causara la inflación que el dogma de los economistas promete. Ahora, con otro aluvión de billones de dólares para superar la crisis por la pandemia, el espectro de la inflación se asoma nuevamente
Según el librito
En términos simplistas, si el suministro de dinero aumenta más rápido que el crecimiento de la producción real el resultado es la inflación. El razonamiento es que si hay más dinero para comprar, pero lo que se ofrece es la misma cantidad de bienes y servicios, el aumento de la demanda lleva al aumento de los precios.
Un ejemplo es lo ocurrido con la Confederación –los estados del Sur en la guerra civil de 1861 a 1865- que se encontró escasa de fondos cuando sólo podía cubrir el 46 % del costo de la guerra con impuestos y bonos. El gobierno aceleró la impresión de dinero, pero, debido a la caída en la producción, esto llevó a una inflación del 700 % en los dos primeros años del conflicto y que llegó al 5.000 % al término de la guerra.
Por otro lado, durante una recesión el aumento del dinero circulante ayuda a emplear recursos inactivos en la economía y es poco probable que ese incremento monetario cause inflación.
Pero la realidad es un poco más complicada y, ya, por más de diez años la mayor economía del mundo ha esquivado la inflación. Hasta ahora, al menos.
Historia
Estados Unidos tuvo dos empujones inflacionarios recientes que alcanzaron aumentos del costo de vida del 11 % en 1974 y del 13,5 % en 1980. Desde entonces los aumentos de precios que experimentan los estadounidenses han estado por debajo del 4 % anual, con la excepción del año 1990 cuando la inflación marcó un 5,4 %.
A mediados de 2007, cuando empezó a insinuarse la crisis hipotecaria que llevaría a la Gran Recesión, la Reserva Federal había respondido añadiendo 24.000 millones de dólares en liquidez al sistema bancario. En septiembre de 2008 el Congreso aprobó y el presidente George W. Bush promulgó un salvamento de los bancos por 700.000 millones de dólares. En febrero de 2009 el Congreso aprobó y el recién llegado presidente Barack Obama firmó un paquete de estímulo económico por 787.000 millones de dólares.
Todas esas medidas ocurrieron rodeadas del viejo debate sobre políticas keynesianas, los peligros de la inflación y los riesgos de la inacción. Los republicanos en el Congreso hicieron todo lo posible por achicar los estímulos, y los demócratas lograron lo que pudieron para ensancharlos.
El año 2010 terminó con una inflación del 2 %, el siguiente tuvo una del 3,16 % y desde entonces el aumento en el índice de precios que pagan los consumidores ha rondado el 2 %., y en 2015 estuvo un 1,5 % debajo de cero.
La economía estadounidense salió de la recesión en julio de 2019 y a lo largo de la década siguiente la Reserva Federal mantuvo una política monetaria con una tasa de interés de referencia extremadamente baja, dando más respaldo financiero a la economía.
Presente
Cuando hizo impacto en Estados Unidos la pandemia de la covid-19, que mandó al desempleo a casi 20 millones de personas y paralizó la economía, la respuesta del gobierno fue la típica: baldazos de billones de dólares, y volvió a repetirse la polémica acerca del efecto inflacionario de esa intervención.
Y se repitió la secuencia: un presidente republicano, Donald Trump, puso la firma a programas aprobados por el Congreso que sumaron más de 1,2 billones de dólares, y su sucesor, el demócrata Joe Biden promulgó otro paquete de estímulo económico por una cantidad similar.
La diferencia entre ambos recursos de estímulo está en que los billones de 2007 a 2009 se encaminaron principalmente a sustentar el sistema financiero y resultaron en una restauración y crecimiento de las reservas de los bancos.
Los estímulos promulgados por Trump y Obama, en cambio se han dirigido a las pequeñas empresas y a los consumidores. En julio del año pasado millones de estadounidenses recibieron un cheque de 1.200 dólares, seguido por otro de 600 dólares a fines de año y otro más de 1.400 millones de dólares en enero. El gobierno, asimismo, ha extendido por varios meses los subsidios por desempleo.
Mientras tanto el gobierno de Biden ha enviado al Congreso una propuesta de inversión de 1,2 billones de dólares en infraestructura, y un presupuesto de 3,5 billones de dólares para el año fiscal que comienza el 1 de octubre.
El razonamiento detrás de estos últimos estímulos es que para reactivar la economía y hacer frente al desempleo era necesario poner dinero en las manos de los consumidores y las empresas pequeñas.
Y el resultado parece validar el dogma: en junio el índice de precios al consumidor saltó un 5,4 % sobre el nivel del año anterior, el mayor incremento en 12 meses desde agosto de 2.008. El llamado índice de inflación subyacente, que excluye los precios de alimentos y combustibles que son los más volátiles, ha subido un 4,5 % en un año.
Los precios de los vehículos automotores saltaron un 10,5 % de mayo a junio y representan un tercio del aumento total en el índice.
El lunes pasado en la Casa Blanca, Biden argumentó que sus planes para infraestructura, en lugar de exacerbar la inflación, ayudarán a impedirla.
“Cualesquiera sean las diferentes opiniones acerca de los aumentos de precios actuales, deberíamos estar unidos en un punto: la aprobación del plan bipartidista de infraestructura”, dijo el presidente. “Y mi plan será una fuerza que ayude al logro de precios más bajos en el futuro. Si alguien está preocupado, primordialmente, por la inflación debería estar aún más entusiasmado acerca de este plan. No podemos darnos el lujo de no hacer estas inversiones”.
Biden añadió que “ningún economista serio sugiere que la inflación esté fuera de control”.