Fernando Chomalí y “la política”

por Jaime Esponda

En la ceremonia de posesión de su cargo, el nuevo Arzobispo de Santiago, monseñor Fernando Chomalí, advirtió que aunque “muchos lamentablemente han visto este nombramiento como uno con tinte político”, no es así, pues la Iglesia no se mete en política”. Y, en seguida, ratificó que la tarea principal de la Iglesia es la evangelización, tras la cual “todo lo demás es secundario”. 

Con todo, ejemplificando con el futuro del litio, junto con explicar el apoliticismo eclesial como carencia de “soluciones técnicas a los problemas”, aclaró que trascienden tal ajenidad política algunos contenidos de la doctrina de la Iglesia, como el relacionado con el destino universal de los bienes. “Eso sí puedo decir y lo diré”, remachó.

No es necesario retroceder a épocas remotas para constatar la influencia ejercida por la Iglesia Católica en los grandes proyectos y decisiones políticas de la historia de nuestro país. En la década de los setenta, la puesta en práctica de las conclusiones de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano, de 1968[1], que proclamó la opción preferencial por los pobres y el respaldo a proyectos de cambio social como la reforma agraria y la reforma universitaria, ejerció un influjo determinante en los programas de gobierno, especialmente el de la Democracia Cristiana. A esta dimensión genérica de la política aludió monseñor Chomalí, en aquella misma homilía, al plantear que tenemos que superar la sociedad en la cual estamos”.

Sin embargo, puesto que cada tiempo tiene su afán, tan ambiciosa exhortación se encuentra con una Iglesia cuya influencia magisterial se ha debilitado, incluso en gran parte de su feligresía, lo que se expresa en que solo un 14% de la población, es decir, en torno a un 30% de los católicos manifieste tener confianza en la institución[2], debido no solo a los abusos de poder y los casos de pedofilia del pasado cercano sino, también, al discreto cometido del actual episcopado.

Además, en el caso de Santiago, el nuevo pastor sucede a un arzobispo que, por encargo del Papa, estuvo concentrado en quienes cumplen ministerio eclesial, con ausencia de visibilidad y liderazgo sobre el laicado. Ello plantea un gran desafío al nuevo arzobispo.

Este desafío se inscribe en un contexto social del todo diferente al de la generación del cardenal Silva Henríquez, que alcanzó una autoridad moral gravitante en la sociedad chilena. Hoy, superada la dictadura, los derechos humanos concitan consenso predominante entre los actores políticos y son otras las encrucijadas que se presentan ante la Iglesia.

La principal dice relación, a mi juicio, con la cultura individualista y materialista que se ha expandido y puede corroer lo que el cardenal Silva llamaba “el alma de Chile”. El modelo económico neoliberal unido a una ética transversal de la absoluta autonomía individual, fortalecida por algunas banderas identitarias, ha relegado al silencio el discurso “socialcristiano” sobre la justicia social que imperó en los años sesenta y en la pastoral social de la Iglesia bajo la dictadura. No es posible asegurar que la mayoría de los cristianos asigne hoy a la solidaridad el valor social que ella posee según el Evangelio y el Magisterio eclesial. En cambio, es probable que muchos estimen el mérito del esfuerzo individual y la competencia como modelo a seguir, por sobre la cooperación colectiva.  

El obispo Chomalí ha manifestado ser consciente de esta realidad, advirtiendo que “los fines instrumentales, como el dinero y las cosas, se han convertido en fines morales[3]. En particular, se ha enfocado en el trabajo humano, que “muchos lo consideran una mercancía que se transa en el mercado según la lógica de un mero insumo[4]. Es evidente, como agrega, que tal mentalidad lleva a muchos “a estar hartos de todo y llenos de nada[5], pero también, a nuestro juicio, conduce a jóvenes pobres desempleados y sin esperanza al delito y la violencia. Esta cultura predominante impacta directamente en la lucha contra la pobreza y las desigualdades, y en el fondo, se opone a la enseñanza social de la Iglesia. 

A partir de Juan Pablo II, pero especialmente con Benedicto XVI, el Magisterio papal, junto con reafirmar “con toda su fuerza la opción preferencial por los pobres”[6], enfatiza expresamente que “el principio de subsidiariedad debe mantenerse íntimamente unido al principio de la solidaridad[7]. Pero, asumiendo con realismo cierta diversidad de enfoques que, en esta materia, contiene el propio Magisterio, donde prima aún el eclecticismo, el Papa Francisco, en Evangelii Gaudium, plantea la necesidad de “un gran esfuerzo de diálogo político y creación de consensos” el cual, “en las circunstancias actuales, exige una profunda humildad social”[8].

La visión de Francisco sobre el actual estado de cosas es clara: “Mientras las ganancias de unos pocos van creciendo exponencialmente, las de la mayoría disminuyen. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, negando el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común[9][10].

En relación con esta temática, se presenta a la Iglesia un panorama que otorga pistas para superar la mentalidad predominante y un desarrollo más auspicioso de su Magisterio social. Según la Encuesta Bicentenario 2022, un 78% de quienes se definen como ateos o agnósticos pertenece al estrato socioeconómico alto, mientras solo el 14% son pobres y el 8% de los estratos medios. En cambio, los católicos constituyen el 54% de los estratos socioeconómicos bajos y los evangélicos el 20% de los mismos. Estos datos debiesen ser concordados con otros del mismo estudio, según los cuales un 51% de la población estima que “lo mejor para el país es que haya igualdad social y una distribución de los ingresos más equitativa”, mientras solo un 26% sostiene que “lo mejor para el país es que haya crecimiento económico alto y sostenido”. 

Una segunda encrucijada, que afecta el ascendiente magisterial de la Iglesia, es   la consolidación del secularismo, el cual ha alejado de la fe a un sector que se consideraba católico por mera tradición familiar, pero que, además, ha llevado a muchos fieles a considerarse autónomos del magisterio respecto a asuntos de connotación ética. Hay estratos del mundo católico en que la familia no fundada en un matrimonio es crecientemente apreciada como tal y, del mismo modo, varios parlamentarios católicos estuvieron de acuerdo en la legalización del aborto, en tres causales de justificación, probablemente coincidiendo con sus electores. 

A estas encrucijadas un tanto agobiantes se agregan, como nuevos “signos de los tiempos[11], temáticas como el cambio climático, la emergencia del feminismo y de los derechos LGBTIQ, sobre las cuales la respuesta de la Iglesia ha sido diferenciada: antagónica a algunas teorías de género y de la diversidad sexual que califica como ideologías contrarias a la naturaleza humana; pero de férreo compromiso con el cuidado del medio ambiente, especialmente a partir de la Encíclica Laudato si, del Papa Francisco.

También el contexto de las fuerzas políticas es distinto al de la época previa a la dictadura, en que imperó el discurso “socialcristiano” sobre la justicia social, hoy ausente, en parte, como resultado del modelo económico neoliberal, pero también, últimamente, debido a una acelerada convergencia entre la tradicional doctrina social de la Iglesia y el Magisterio del papa Francisco, en particular su apertura a una “teología ecológica” que el propio romano pontífice ha desarrollado a través de sus escritos, como contrapunto al neoliberalismo.

A la par, en esta tercera década del siglo XXI ha concluido la época de los grandes partidos de fundamento o inspiración religiosos, como fueron en Chile el partido Conservador y la Democracia Cristiana. Los intentos de sectores evangélicos en tal sentido han resultado, también, relativamente infructuosos.

De lo dicho se desprenden, para la Iglesia y, en especial, para quien naturalmente está llamado a liderarla, claros desafíos actuales en ese entorno “político” que, por cierto, trasciende las luchas por el poder.

1.-Desde luego, existe consenso en continuar la aplicación transparente de políticas y medidas de prevención de nuevos abusos de poder, por elementos minoritarios del clero, y la reparación a las víctimas de los pasados abusos. 

2. Quizá el mayor desafío, como lo ha expuesto el nuevo Arzobispo, es el surgimiento, con vigor profético y visibilidad, de un magisterio y una pastoral que aborden la necesidad de “superar la sociedad en la cual estamos”. No se trataría de una prédica clerical para imponer una determinada visión, sino principalmente, como lo plantea el Papa Francisco, en realizar “un gran esfuerzo de diálogo político y creación de consensos” el cual, “en las circunstancias actuales, exige una profunda humildad social[12] y debe abarcar a católicos, otros creyentes y no creyentes. La preeminencia del bien común por sobre los intereses particulares, la solidaridad y la opción por los pobres constituyen bordes infranqueables de ese diálogo necesario”[13].

3. Otro reto a que se enfrenta el nuevo Arzobispo es la necesidad de re-unir diversos sectores de Iglesia que no solo se hayan incomunicados, sino francamente distanciados, en lo que toca a la forma en que viven su fe. Por cierto, es difícil acercar a los laicos católicos de una parroquia de Vitacura, donde el “a favor” obtuvo el 79.02% de los sufragios, con los de Pedro Aguirre Cerda, donde el “en contra” alcanzó un 67.31%, pero no hay otra posibilidad, para la Iglesia, de recuperar la benéfica y dinámica influencia ética que puede ejercer sobre nuestra sociedad, como no sea una convocatoria unitaria, con especial énfasis a las mujeres y los jóvenes.

Cómo afrontar estos desafíos corresponderá, obviamente, al carisma y talento de don Fernando. Él mismo ha ironizado con los “miles de consejos” recibidos desde su designación, lo cual evidenciaría que, “gracias a Dios, todos saben lo que tiene que hacer el arzobispo[14]. Los católicos debemos consentir y los no creyentes comprender que la oración es la fuente de la evangelización y que esta es la misión propia del pastor y de la Iglesia. Con respecto a esta práctica esencial, presidida por el obispo, no cabe sino la unidad de toda la grey.

Dependerá del pastor la forma cómo despliega esa otra dimensión necesaria de la vida cristiana que es la promoción de los derechos humanos, basados en la dignidad universal del ser humano y que ha de ser base del bien común. En este aspecto, monseñor Chomalí ha sido clarísimo, al afirmar que “antes de ser católico o judío; antes de ser israelí o palestino; antes de ser ruso o ucraniano somos seres humanos”. Por ello, como arzobispo de Concepción se abrió a todos, incluidos los comuneros de la CAM en huelga de hambre, “porque todos los seres humanos tienen derecho a generar todas las instancias que le parezcan pertinentes para tener mejores condiciones de vida[15].

El respeto a la dignidad de los migrantes ha despertado en Fernando Chomalí una fuerte sensibilidad, a la vez que dolor, por la indiferencia de la sociedad ante los dramas de tantos inmigrantes pobres[16]. Tal predisposición es concordante con la alta significación que la Iglesia otorga a esta materia, en un rico Magisterio o doctrina sobre las migraciones y, desde hace muchos años, en una pastoral específica, replicada a nivel nacional, en la vastísima labor en pro de los inmigrantes que, desde hace 60 años, realiza el Instituto Católico para las Migraciones (INCAMI) y, posteriormente, el Servicio Jesuita de Migrantes.

Lamentablemente, tanto respecto de los derechos humanos como de la inmigración pocas coincidencias hay entre los creyentes cristianos. De otro lado, en la feligresía coexisten grandes empresarios y comunidades pobres cuyos sentires sociales son difícilmente compatibles y, además, los cristianos militantes políticos se encuentran distribuidos en todos los partidos. Esta realidad se afianza debido a la disminuida influencia cívica de la Iglesia en quienes a ella adscriben. Dependerá del nuevo arzobispo encontrar la forma de persuadirles a que asuman, por ejemplo, el magisterio del Papa Francisco, crítico del neoliberalismo, ecológico y pro-migrante, lo que podría favorecer determinadas opciones de moral cívica.

En otro ámbito, el nuevo arzobispo ya ha evidenciado, como titular de la Iglesia de Concepción, su enorme capacidad de acción pastoral social. Me refiero al impulso de obras particularmente dirigidas a los niños provenientes del Sename, los adultos mayores y las personas con discapacidad. A lo cual se agrega el impulso de una contagiosa pastoral cultural y del arte, orientada especialmente a la juventud, en que el obispo es un actor principal, como ocurriera con el documental “Memorias de una Ausencia[17]


[1] II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM). Medellín,26 de agosto al 7 de septiembre de 1968.

[2] Encuesta Bicentenario, PUCV, 2022

[3] Fernando Chomalí, Gato Por Liebre, https://www.biobiochile.cl/noticias/opinion/columnas-bbcl/2023/11/26  

[4] Ibid. 

[5] Ibid. 

[6] Juan Pablo II,Discurso a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla, 28 de enero de 1979

[7] Benedicto XVI, Caritas in Veritate, 58

[8] Papa Francisco, Evangelii Gaudium. 240

[9] Papa Francisco, discurso a Embajadores,16 de mayo de 2013. 

[10] “¿Por qué propugnar un Estado Solidario?”. Jaime Esponda Fernández. Revista Mensaje N° 697 Marzo-Abril 2021

[11] Mt 16,2-3

[12] Papa Francisco, Evangelii Gaudium. 240

[13]Papa Francisco,  Laudato Si 157, 158 

[14] Homilía en ceremonia de posesión del Arzobispo, 16.12.2023.

[15] https://www.adnradio.cl/nacional/2023/10/25

[16]“Como ser humano, como chileno nieto de migrantes, como católico y arzobispo de Concepción, siento vergüenza e impotencia por la muerte de tres hermanos venezolanos en un container mientras se procuraban algo de calor (…) duele ver la indiferencia frente a esta noticia que confirma que la sociedad está gravemente enferma”. https://www.adnradio.cl/nacional/2023/10/25

[17] Documental «Memorias de una ausencia», dirigido por Fernando Chomalí. Aborda historias de pérdida, dolor y búsqueda de justicia, de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos de Concepción

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3 comments

Julio Sau diciembre 21, 2023 - 2:35 pm

Excelente artículo de Jaime Esponda. Muy bien fundamentado, hace claridad sobre los desafíos de la Iglesia Católica y en particular del nuevo Arzobispo de Santiago en el contexto de la realidad política y social de Chile. Esperamos que los buenos augurios del autor se concreten en beneficio del pueblo chileno.

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Raúl Allard Neumann diciembre 22, 2023 - 1:26 am

Una vez más, Jaime nos comparte un notable artículo. Muy oportuno: porque la llegada de Monseñor Chomali al Arzobispado de Santiago no solo es anuncio de una mayor voz para la Iglesia Católica-como ya lo fue en Concepción-,sino para el debate nacional. En realidad, se necesita su aporte para renovar y actualizar lo que Jaime menciona como la visión socialcristiana, de la doctrina social y la justicia social de hace varias décadas atrás. Monseñor Chomali posee la sabiduría para iluminar con esas ideas-renovadas-, los acuciantes problemas actuales: por sobre las diferencias, acercándose a todos como seres humanos.

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CARLOS ALBERTO diciembre 26, 2023 - 12:20 am

La iglesia debiera definirse en serio sobre la fe de su mandato como elemento central de su magisterio y sobre esa base sostener el cristianismo. Los temas seculares con ser importantes no constituyen el meollo de la fe e intentar inmiscuirse en decisiones de vida
Laica, a mi juicio, es más propio de ideologias totalizantes que del credo cristiano.

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