Hilma af Klint. Bruja pionera del arte abstracto.

por Cristina Wormull Chiorrini

“Es más fácil convertir a una mujer en una bruja loca que cambiar la historia del arte para adaptarse a ella. Todavía vemos a una mujer que es espiritual como una bruja, mientras que celebramos a los artistas espirituales masculinos como genios”. (Halina Dyrschka, cineasta y directora de Beyond the visible)

Cuando hablamos del arte abstracto, de inmediato pensamos en Kandinsky, Mondrian y Malevich, y sorprendería que alguien relacionara esta corriente pictórica con una visionaria artista sueca: Hilma af Klint.  La verdad que lo primero que se nos viene a la mente es Kandinsky que, aseguró, haber realizado la primera pintura abstracta en 1911, pero como sostiene la crítica de arte de Frankfurter Allgemeine Zweitung, Julia Voss, la artista sueca produjo su primera pintura abstracta en 1906, es decir, cinco años antes.  Esta pintura fue la primera de una serie de pinturas abstractas:  Los cuadros para el templo.

Hilma af Klint nació en Estocolmo en 1862 en una familia adinerada que le permitió estudiar y graduarse en la Real Academia de Estocolmo.  Para ganarse la vida se dedicó con bastante éxito a pintar paisajes y retratos, y también a realizar ilustraciones botánicas. De naturaleza mística, ingresó a la Sociedad Teosófica y creó un grupo de artistas femeninas a las que llamó Las Cinco (The Fem).  Este grupo se reunía todos los viernes, como si fueran sacerdotisas, para orar y escribir “automáticamente” mientras intentaban comunicarse con otros mundos a través de sesiones espiritistas.  En 1908 conoció a Rudolf Steiner, miembro destacado de la Sociedad Teosófica y fundador de la Antroposofía y algunos años después se incorporó a los antroposóficos.

Hilma nunca se casó ni tuvo hijos, pero si dos parejas a lo largo de su vida:  Anna Cassel. integrante de Las Cinco (The Fem) y Thomasine Andersson, enfermera que cuidó a su madre ciega.

Af Klint, se enfrentó a tres obstáculos importantes para ser considerada en el arte durante su vida y hasta medio siglo después de su muerte:  era mujer, no tenía contactos con el mundo del arte y, lo más complejo, era médium y creía que su arte fluía a través de ella sin sentirse creadora del mismo, sino un vehículo para seres superiores que operaban a través de ella.  Trabajó durante muchos años en una isla sueca donde cuidó a su madre hasta que murió. Quizás este retiro del mundo fue un potenciador de su creatividad ya que rodeada de agua y espíritus, Hilma realizó su trabajo según sus creencias.  Durante mucho tiempo aspiró a que Steiner colaborara con ella en la construcción de un templo en la isla para albergar su arte que glorificaba su filosofía y esbozó en sus cuadernos cómo debería ser el templo: construido en alabastro, con una torre astronómica y una escalera de caracol interna. En este sentido su forma de ser fue una provocación, pero, Kandinsky, Mondrian y Malevich también recibieron influencias de los movimientos espirituales como la teosofía y la antroposofía ya que buscaban trascender el mundo físico y aquellas limitaciones que imponía el arte representativo. Pero eran hombres.

Si se yuxtaponen las pinturas de Af Klint con las de artistas masculinos famosos del siglo XX se puede apreciar que su cuadrado dorado de 1916 se puede comparar con una imagen similar de Josef Albers de 1971; sus garabatos de escritura automática de 1896 son semejantes a   los garabatos de Cy Twombly de 1967. Por tanto, se podría afirmar que esta pionera no importa lo que fuera que estuvieran o hayan realizado los hombres a través del siglo, ella lo habría hecho primero. 

“La trataron localmente como una bruja loca”, dice Dyrschka. “Los lugareños solían preguntarse qué hacía con todos los huevos que le entregaban a su estudio”. Ella los utilizaba para preparar su material favorito:  el temple, que según los críticos actuales logra una especial cualidad luminosa a tus trabajos sobre papel.

En 1944, curiosamente, murieron tres grandes pioneros del arte abstracto: Wassily Kandinsky, Piet Mondrian y Hilma af Klint quien murió en un accidente de tránsito. Quizás una orden de “los superiores”.

A su muerte, dejó 1300 piezas de pinturas que habían sido vistas por apenas un puñado de personas, 125 cuadernos, en uno de los que dejó instrucciones de que su trabajo no debería mostrarse al menos durante veinte años, ya que los “superiores” con los que había estado en contacto le habían indicado que el mundo aún no estaba preparado para apreciar su trabajo. Quizás tenía razón, pero pasaron mucho más de dos décadas para que, recién en 1970 sus pinturas fueran ofrecidas como regalo por su sobrino nieto Johan a la Moderna Museet en Estocolmo, que rechazó la donación cuando el director se enteró que la autora había sido médium y ni siquiera quiso mirar las fotos.  El mismo museo intentó redimirse de aquello el año 2013, realizando una retrospectiva de Hilma.

“Registré su magnitud dentro de mí. Sobre el caballete vi el símbolo de Júpiter que (brilló) intensamente y persistió durante varios segundos, brillantemente. Inmediatamente comencé el trabajo procediendo de tal manera que los cuadros fueron pintados directamente a través de mí con gran poder”. Hilma Af Klint en uno de sus cuadernos.

Cuando Dyrschka vio por primera vez las pinturas de Hilma af Klint confesó que «me hablaron más profundamente que cualquier arte que haya visto«. La cautivaron las cuadrículas y los círculos que se cruzaban, las formas esquemáticas de las flores, los números pintados, las líneas en bucle, las pirámides y los rayos de sol. «Se sentía como un insulto personal que esas pinturas me hubieran estado ocultas durante tanto tiempo»

Recién en 1986, se exhibieron por primera vez algunas de sus obras en una exposición en Los Ángeles llamada «The Spiritual in Art, Abstract Painting 1890–1985», que inició su reconocimiento.

Pero cuando en 2012 el Museo de Arte Moderno de Nueva York presentó su muestra Inventing Abstraction 1910-1925, Af Klint ni siquiera se incluyó como nota al pie.

Hoy, su trabajo es apreciado, pero no comprado por los coleccionistas porque está en manos de sus descendientes. Como dice Beyond the visible, la bella película de Dyrschka:  Ulla af Klint, viuda del sobrino que heredó el trabajo de la artista: «No se puede ganar dinero con Hilma«.

Aunque  la exposición itinerante de 1986 marcó el comienzo del reconocimiento internacional de Af Klint, fue la exposición del Guggenheim a mediados del 2018 titulada “Hilma af Klint: Paintings for the Future”  donde se exhibieron 10 obras de la pintora sueca (The Ten Largest) y que te envuelve en una ola de colores lavanda, naranjas, rosas, círculos, espirales y líneas que a veces forman letras y palabras misteriosas la que, más de un siglo después de que Af Klint inventara lo abstracto y pintara algunos de los lienzos más seductores, (aunque olvidados) de la historia del arte, haya sido por fin reconocida como la madre de la abstracción y se haya convertido en una de las exposiciones más visitadas de la historia del museo.  Superando a Wasili Kandinsky que ostentaba dicho récord.

Hilma Af Klint, fue una innovadora radical del arte en un tiempo en que a las mujeres solo se les permitía ser copistas o ilustradoras de libros infantiles.  Pese a que se dice que ella quiso mantener en secreto su trabajo por sus creencias, también es cierto que el desarrollo del lenguaje abstracto modelando lo invisible no habría sido entendido en su época solo por su condición de mujer.  Pero hay que remarcar que ella lo desarrolló años antes de que apareciera la obra de Wassily Kandinsky, Piet Mondrian y Kazimir Málevich, considerados los precursores del arte abstracto del siglo XX.   No sería extraño que luego del reconocimiento tanto de los críticos como del público, tengamos otra mujer que pasa a ser “la madre de”.

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