Afirmar que Inca Garcilaso creció entre dos mundos no es antojadizo, pues si bien su infancia la vivió junto a su madre, una “princesa” Inca, su educación siempre estuvo relacionada con Europa, ya que su padre -el Marqués de Santillana y Garcilaso de la Vega- se encargó de que aprendiera “gramática, latín y juegos ecuestres como buen hijo de español”.
Bernardo O’Higgins, llamado despectivamente por sus enemigos como “el huacho” y reconocido por los criollos chilenos como “El Libertador”, tuvo que lidiar entre ser el hijo no reconocido de Ambrosio O’Higgins -Virrey del Perú desde 1776- y hacerse de un nombre en la historia de América.
Si bien recibió una educación “exquisita”, debió luchar por llevar el apellido de su padre y ser más que el hijo de una joven mestiza. Fueron las armas las que lo condujeron a la gloria –y a su posterior exilio-, pues gracias al reconocimiento que obtuvo en las batallas pudo liberar a Chile de la Corona Española, llegando a ser más que su progenitor.
Y ese mismo afán de reconocimiento social y paterno se puede encontrar en la biografía de Gómez Suárez de Figueroa, quien -un par de siglos antes que O’Higgins- tras pasar por el ejército, hizo suyas las letras y se convirtió en Inca Garcilaso…
Entre dos mundos
Afirmar que Inca Garcilaso creció entre dos mundos no es antojadizo, pues si bien su infancia la vivió junto a su madre, una “princesa” Inca, su educación siempre estuvo relacionada con Europa, ya que su padre -el Marqués de Santillana y Garcilaso de la Vega- se encargó de que aprendiera “gramática, latín y juegos ecuestres como buen hijo de español”, comenta Gonzalo Fernández de Oviedo en su obra Sumario de la natural historia de las Indias escrito en 1526. Esto, sumado al dominio que adquirió del quechua y las constantes historias que escuchó de boca de sus parientes, lo nutrieron de una iconografía de lo que fue la conquista española en Perú.
Previo a su “nacer” como cronista, Gómez Suárez de Figueroa buscó ser reconocido socialmente en Europa. En 1560, con la herencia que recibió del Marqués, emprendió viaje a España en busca de los bienes que le correspondían por la muerte de su padre. Sin embargo, se vio envuelto en un trámite lento –e infructuoso- “en un medio ajeno y por completo distinto a su Cuzco natal”, comenta Oviedo, por lo cual el ir a la guerra a pelear contra los moros en las Alpujarras se convirtió en la mejor opción para lograr su cometido.
El paso por el campo de batalla no le entregó los créditos esperados y recién 30 años después de su llegada a España es que comienza su camino en las letras, al convertirse en el traductor de los Diálogos de amor de León Hebreo, obra escrita en italiano y que le permitió “probar la elegancia de la prosa” e inmiscuirse en la cultura humanística.
Además, ambos compartían el sentimiento de no pertenencia a un lugar; Garcilaso -tanto en Perú como en España- no era cien por ciento lugareño y León el Hebreo tuvo que autoexiliarse en Italia tras negarse a convertirse al catolicismo en 1492 y viéndose afectado por el Edicto de Granada.
El camino ya estaba comenzando a pavimentarse. Garcilaso se empapa de la cultura neoplatónica, de Erasmo de Róterdam y de los clásicos como Séneca. Publica así su primera obra, La Florida del Inca-catalogada de renacentista-, sin relación alguna con Perú, pero “que le permitió probar sus fuerzas como cronista sin comprometerse como testigo directo” -explica en su análisis Oviedo- y llegar a ser comparado con la narración exploradora de Álvar Núñez Cabeza de Vaca en Naufragios o con la exaltación de Alonso de Ercilla en La Araucana.
Sobre esta última obra, vale destacar las diferencias entre el poema épico del pueblo mapuche y la obra del Inca, ya que Ercilla entrega “una imagen degradada de quien… había construido como modelo épico heroico de las crónicas sobre la conquista de Chile”, escribe Eva Valero en Alonso de Ercilla y el Inca Garcilaso de la Vega: de la epopeya a la tragedia, mientras que el cuzqueño reivindica a los conquistadores de Perú en los Comentarios Reales.
En La Araucana se lee una historia de crueldad “y ensañamiento con el vencido como la codicia”, mientras en los Comentarios Reales, Garcilaso “difumina ese factor en su defensa de los conquistadores para incidir en el heroísmo de estos”, señala la autora.
Oro: reflejo del Dios Sol en la tierra
Los Comentarios Reales son presentados en el Proemio, por el mismo Inca Garcilaso, como un “comento y glosa y de intérprete en muchos vocablos indios… la cual ofrezco a la piedad del que leyere”.
Esto deja en claro que el autor hace gala de reverencia. Se puede apreciar en el título escogido, pues “el comentario es una de las formas… más humildes de la historia, pues supone la glosa de una obra anterior con el propósito de rectificarla o ampliarla”, escribe Oviedo. Además, está el adjetivo: reales, que se puede interpretar tanto como algo verdadero o “en el sentido propio de la realeza incaica”.
La obra es factible dividirla en tres partes. La primera narra la barbarie en la que vivían los indígenas previos al Imperio Inca, quienes adoraban cualquier objeto como dios y a forma de diferenciarse unos de otros no tenían la unificación del monoteísmo.
Tal como el cristianismo cuenta la historia de Adán y Eva, que tras ser expulsados del Paraíso por haber cometido el Pecado Original deben disponerse en la tierra; Inca Garcilaso narra que “puso Nuestro Padre el Sol estos dos hijos suyos en la laguna Titicaca” para que se instalaran y una vez lo lograran dominaran a los lugareños “haciendo en todo oficio de padre piadoso para con sus hijos… a imitación y semejanza mía”.
Se puede notar en el párrafo anterior un esfuerzo del autor por asemejar el Antiguo Testamento con la historia de los Incas, quien constantemente enaltece el rol del conquistador respecto al papel que cumplieron con la fe: “El mundo originario de los incas se perfeccionó con la conquista fundamentalmente a través de la adquisición de los valores del cristianismo”.
Tras relatar las variadas formas en que se originó el Imperio Inca, se puede decir que parte la segunda etapa de los Comentarios con el crecimiento espiritual, social y divino que tuvo el pueblo con Manco Capac, el primer Inca que “mandó poblar y redujo a su Imperio, con los cuales me crie y comuniqué hasta los veinte años” uniendo el autor la historia de su vida con la de su raza, lo cual ensalza con relatos que conoció de manera oral por sus familiares en su casa materna.
En este período, el hombre aprendió a sembrar, criar animales, construir un hogar habitable y vivir en comunidad. La mujer era la encargada de criar a los hijos, procurar vestimenta, “y a servir sus maridos con amor y regalo y todo lo demás que una buena mujer debe hacer en su casa”. Sociedad ordenada que idolatraba y adoraba a su único dios, el Sol.
Se instaura el término Pachacámac, “el que da vida al universo… que no le conocían porque no le habían visto”. La particularidad de esta palabra es que da paso a que los españoles creen un puente entre el cristianismo y la adoración al Sol.
Relata Garcilaso que el Padre Fray Vicente Valverde dijo al Atahualpa que Dios creó el universo, ante lo cual el Rey Inca respondió que “Pachacámac lo había creado todo lo que allí había”.
Con Atahualpa, el último soberano Inca, reconocido por su ferocidad, se dio la conquista de los españoles en Perú, pudiendo decirse que comienza la tercera etapa de los Comentarios.
Se trata de una época de conquista social y religiosa, en donde Garcilaso defiende el rol evangelizador de los españoles: “Fray Jerónimo Román… dice… que el Dios de los cristianos y el Pachacámac era todo uno”, indica Valero, que para el cuzqueño “el mundo originario de los Incas se perfeccionó con la conquista… a través de la adquisición de valores del cristianismo”.
Qué dice y qué calla
La obra del Inca tiene un claro matiz de defensa de los españoles, “a través de ese heroísmo afirmar la honra, la virtud y… la nobleza de los conquistadores”, complementa Valero. Es por ello, que muchos pasajes de la historia los acomoda a sus intenciones omitiendo detalles, que por ejemplo sí se encuentran en La Nueva Crónica y Buen Gobierno de Guamán Poma de Ayala.
Al analizar la obra de Poma de Ayala, Roberto Viereck afirma que el autor lleva al lector a su encuentro, “precipitándolo… en la ‘extrañeza’ marginal que implica el mundo indígena en oposición al mundo europeo dominante”; mientras que Inca Garcilaso es “tan fiero” en su defensa de los conquistadores, que afirmó que “los grandes hechos, aun cuando fuesen contra el rey, merecen todo el honor”, señala Valero.
Se puede concluir que en la obra de Inca Garcilaso pesa más su ascendencia española en un afán de pertenecer a una sociedad dominante y no ser parte de los que debieron entregar su tierra, cultura y arraigo ancestral.