La fronda neofascista con las trenzas sueltas.

por Fernando Villagrán

La irrupción de JAK en las encuestas y el sometimiento de buena parte de la derecha a su candidatura, con el esperable aval de la gran prensa, está produciendo un efecto de alarma en sectores democráticos que parecieran   desconfiar de la voluntad ciudadana para aislar y derrotar en las urnas al neofascismo chileno.

Se multiplican las advertencias acerca del riesgo de una reversión antidemocrática liderada por el candidato republicano que desplaza de las preferencias electorales a la errática apuesta del hoy debilitado oficialismo del exministro de Piñera, Sebastián Sichel. Connotados dirigentes de izquierda, entre ellos el presidente del PC, advierten del peligro inminente de retrotraer la historia del país, con riesgo incluso para el proceso constituyente que ha iniciado su fase decisiva de resoluciones a ser consultadas posteriormente ante la ciudadanía.

Así, abundan las referencias a procesos similares en nuestro continente – especialmente Bolsonaro en Brasil – y algunos países europeos, donde el neofascismo (al estilo VOX español) ha ganado espacios de protagonismo en contiendas electorales recientes.

No descubrimos la pólvora si reconocemos que coincidentemente con el estallido social en tiempos de pandemia, que desnudó la inviabilidad del actual gobierno para conducir el país, con un mandatario crecientemente estéril, las fuerzas políticas partidarias, de modo casi transversal, han acentuado su creciente desprestigio más que evidente en todas las mediciones de percepción ciudadana.

La frágil agudeza y escasa sintonía de los partidos democráticos para reaccionar al nuevo escenario social, económico y cultural del país en evidente crisis postpandemia, ha dejado mucho que desear. Una expresión de lo mismo ha sido su débil incidencia colectiva en el proceso constituyente surgido como tabla de salvación para un poder Ejecutivo al borde de un abrupto final. Las elecciones intermedias de gobernadores y convencionales ratificaron la crisis mayor de la derecha y configuraron el preámbulo para la sorprendente irrupción de una alternativa presidencial tan precaria como la de Sebastián Sichel, que en pocas semanas desnudó sus falencias, desmoronando las ilusiones de una competencia viable para dirigir el país.

Se dieron así las condiciones para que los nunca inhabilitados poderes fácticos – después de tres décadas de retorno a la democracia – acentuaran su presión para obstruir nuevamente el complejo proceso democrático del país, con fuga de capitales incluida y una creciente campaña del terror contra la mayoritaria opción presidencial de la izquierda, facilitada por algunas torpezas propias de referentes del sector, como el alcalde Jadue transformado virtualmente en una suerte de quinta columna para la candidatura de Gabriel Boric.

Con todo, más allá del espacio abierto a la opción de extrema derecha del admirador de dictadores, José Antonio Kast(JAK), y las ventajas que le otorga su instalación mediática, no existen suficientes elementos de realidad que justifiquen un pánico escénico, sobrepasando la razonable alerta democrática ante la irrupción de un muy oportunista émulo de la tendencia neofascista que se irradia internacionalmente, no exenta de costos traumáticos como los que experimenta hoy el Brasil de Bolsonaro.

Quedan escasos días de campaña presidencial que pondrán en juego la capacidad de revitalizar la opción democrática para nuestro país ante un potencial electorado dubitativo y bombardeado por interrogantes desde los medios de comunicación que llevan suficientes velas en el entierro de los grupos más conservadores.

En esta fase valen más las convicciones y propuestas programáticas de los sectores democráticos que horrorizarse por la amenaza neofascista de JAK que, por cierto, acumula suficientes trapos sucios para exponerlos al sol electoral.

El siempre admirador de Pinochet y defensor de Krassnoff Martchenko, es militante de la herencia dictatorial, incompatible con el progreso democrático del país. La denominada familia militar en retiro lo ha proclamado como abanderado de su propio ADN y así lo ratifican numerosas expresiones de campaña del terror, como una afiebrada declaración del coronel® Ricardo Martínez, asegurando que de ser electo Gabrile Boric, ésta sería la última contienda presidencial en el futuro de Chile.

Lo más sustantivo está en el discurso y programa escrito de JAK que contiene, entre otras joyitas: la derogación de la ley de aborto; la discriminación a mujeres divorciadas; la persecución a ONGs que apoyan a inmigrantes; el cierre del Instituto Nacional de Derechos Humanos; derogación de ley de exonerados políticos por la dictadura; persecución represiva a los que considera “agitadores radicalizados”; militarización plena de la Araucanía y un largo etcétera que retrotrae la convivencia nacional a los patrones que añora de aquella dictadura que continúa valorando como una epopeya histórica.

¿Es viable el sendero del postulante favorecido por un poderoso sector de la derecha chilena?

Más que escandalizarnos por su puesta en escena, desvergonzada y soberbia, tiene sentido transparentar y acentuar el sendero para una revitalización de nuestra imperfecta democracia, sustentada en el desafiante proceso constituyente en curso y la unidad, sin sectarismos, entre las bases democráticas que deben viabilizar el próximo gobierno del país que, ciertamente, asumirá tras la contundente derrota de JAK y su fronda neofascista.

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1 comment

Victoria Gallardo Martínez noviembre 9, 2021 - 7:50 pm

Esto es un buen análisis. Lo destaco porque frecuentemente los «analistas» se remiten un un resumen noticioso más que a un análisis de la realidad.

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