Muchas leyendas vinculan al ser humano con la naturaleza, el medio ambiente o los animales, otras con la vida y la muerte. Esta es una de ellas.
La muerte rondó innumerables veces las calles de Parinacota, como viento frío por los muros del pueblo, como la muerte misma.
No había nada que hacer, pues aquella mesa poseída por quién sabe quién, se aparecía frente a la casa de algún vecino. Dice la historia popular que en el pueblo de Parinacota una mesa anunciaba la muerte. Al amanecer, el silencio del altiplano se hacía más profundo, cuando aparecía la mesa por las calles, buscando un domicilio para entregar su mensaje de muerte.
Cuentan que antes que en nuestra patria se escucharan los primeros gritos de independencia, mucho tiempo antes, vieron aparecer esta mesa justo frente a la casa de un vecino, el cual pronto sufriría la pérdida de uno de sus seres queridos.
La voz de don Félix Calle –Q.E.P.D.-, uno de los vecinos del pueblo de Parinacota, resuena como un eco en el tiempo y nos dice:
“Yo le voy a contar, no lo sé todo, pero lo que sé de la mesa se lo voy a contar. La mesa de aquí tiene algunos defectos, cuando va a morir alguien sale a caminar, camina y si ustedes la ven, si la encuentran, se convierte en burro o en perro, en lo que sea, no le hace nada. Pero si ustedes no se encuentran cuerpo a cuerpo, verán en la mesa cuatro velas prendidas y el que va a morir va a parar en el centro con una vela agarrá’. Llegaba a las casas buscando, depende de la persona que va a morir. Por ejemplo, de aquí a Chucuyo va a este lado de la población también, todos estos caseríos recorre, la persona que va a morir, a esa casa visita, y la mesa se viene con el alma…”
¡Ay, Ay, mensajera de la muerte, tanto dolor causaste con tu endurecido corazón de madera!
Las apariciones de la mesa continuaron sucediéndose.
Don Cipriano Morales Huanca, vecino del pueblo de Parinacota, en 1991 era el cuidador de la Iglesia de Parinacota, su relato nos llega desde el corazón del tiempo:
“La mesa ésa…la ha visto también la gente antigua, por ejemplo mi abuelita o mis abuelitos, la habían visto salir p’ afuera, eso me contó mi mamá. Yo le pregunto a mi mamá ¿por qué está amarrá’ esa mesa? entonces mi mamá contesta, esa mesa la han visto nuestros abuelitos y tus abuelitos. Salió p’afuera con cuatro velas a medianoche a robar el espíritu de una persona que está durmiendo, y al poco rato se moría la persona ésa…De ahí entonces la amarraron de una pata a un pilar de la Iglesia…”
Hoy, la antigua mesa continúa amarrada al pilar izquierdo de la Iglesia de Parinacota. El curioso desgaste del pilar al que se encuentra atada y sus patas ya muy gastadas, parecen delatar su permanente intención de escapar.
Don Cipriano nos relata:
“Nunca se usó esa mesa y apareció con las patas gastadas, dicen, si usted la ve, están gastadas las patas…”
Le preguntamos a don Félix Calle: ¿Ahora la mesa se sigue moviendo? Y el nos sentencia: “Siempre se mueve, se traslada. Ya no le quedan patas ya puh! ¿No se fijaron ustedes? ¡Se le fue gastando y con el tiempo se va a gastar más puh! Y eso nadie lo cree…”
Los frescos pintados en los muros de la Iglesia de Parinacota –muestras de profana religiosidad-, fueron testigos de lo que aquí ocurrió. Esas mujeres sonrientes que arden camino al infierno vieron burlonas como ingresaban la mesa por aquellas puertas centenarias. Los soldados españoles que cargan la cruz de Cristo han sido sus carceleros.
Don Cipriano Morales, integrante de una de las tres únicas familias que habitan el pueblo de Parinacota, cumplió la labor de observar y vigilar que esta mesa no se arrancara de la Iglesia, ni volviera a asolar los hogares de este tranquilo pueblo del altiplano. Nadie puede asegurar hoy en día, que esta mesa no es correo de la muerte.
Lo cierto es que nadie ha desafiado a esta leyenda, desatando sus amarras y dejándola a su libre albedrío.