Por Antonio Ostornol, escritor.
Cada vez que me enfrento a un libro y marco sus páginas, me imagino que estoy en un proceso de reescritura con ese autor. Y cuando ese proceso me deja lleno de preguntas y sugerencias que sé voy a seguir elaborando y aprendiendo de ella por mucho tiempo. Es lo que me ha pasado con Michel Houllebecq desde que leí Partículas elementales, su primera novela. Houllebecq es un escritor francés, y muy francés, y me parece fascinante su lectura. No sólo porque a través de sus libros podemos adentrarnos profundamente en cierta realidad de la cultura francesa, sino porque apunta directamente a las discusiones más relevantes de la actualidad. Tiene, además, la distancia necesaria de quien mira con cierta desaprensión el mundo y se refugia en una palabra provocadora, consciente de sí misma y en buena medida, cargada de cinismo. Hace de lo políticamente incorrecto su estilo y su apuesta. Sumisión o Plataforma, y Serotonina (Anagrama, 2019), su última novela, no es la excepción. A partir de la mirada de un cuarentón que narra la historia de sus fracasos, registra el itinerario de una sociedad contemporánea –ya sea conservadora o socialdemócrata- desde la abundancia hacia el sinsentido, expresado en los ejes icónicos del éxito en la actualidad: el amor, el dinero y el sexo.
A partir de la mirada de un cuarentón que narra la historia de sus fracasos, registra el itinerario de una sociedad contemporánea –ya sea conservadora o socialdemócrata- desde la abundancia hacia el sinsentido, expresado en los ejes icónicos del éxito en la actualidad: el amor, el dinero y el sexo.
Lo que en un principio aparece como una crisis amorosa –una relación en fase terminal que, pronto nos damos cuenta, pareciera nunca haber tenido una fase inicial- se transforma, literalmente, en un viaje por los tópicos devastados del capitalismo hegemónico, competitivo, consumista y posmoderno, que vienen de la mano de una globalización atentatoria de las identidades más profundas, incluidas las europeas. La narración en primera persona, jugando con un código confesional e íntimo, nos relata cada una de las estaciones del fracaso de Florent-Claude Labrouste, consultor del Ministerio de Agricultura francés para las negociaciones de las cuotas agrícolas con la Unión Europea. El eje son sus relaciones con las mujeres, desde aquellas que fueron amores intensos y frustrados hasta las puramente sexuales. La última de ellas –con una japonesa que hacía videos pornográficos con sus amantes y los difundía en la red- lo sume en una depresión de la cual saldrá sólo gracias al Captorix, un medicamento que “demostró de inmediato una eficacia sorprendente” y le permite mantenerse integrado socialmente pero al costo de perder absolutamente el deseo (efecto secundario: disminución de la testosterona e impotencia). Medicado, entonces, comienza un proceso de abandono de las formas de vida que, se supone, son propias y deseables en la sociedad del confort, la protección y el consumo. Lo que vive el protagonista es, en apariencia, lo que en el siglo XIX se habría definido como una crisis de esplín: mucha melancolía, harto de tristeza y una necesidad de vagar por los paisajes en busca de algo imposible de asir: la intensidad de la vida, el amor como alguna vez fue y lo dejó ir.
La última de ellas –con una japonesa que hacía videos pornográficos con sus amantes y los difundía en la red- lo sume en una depresión de la cual saldrá sólo gracias al Captorix, un medicamento que “demostró de inmediato una eficacia sorprendente” y le permite mantenerse integrado socialmente pero al costo de perder absolutamente el deseo (efecto secundario: disminución de la testosterona e impotencia)
Su itinerancia termina en Normandía, territorio donde su único amigo, un ex compañero de universidad, hijo de aristócratas franceses, intenta levantar un proyecto agrícola (producir leche a la antigua manera, sin atentar contra la sustentabilidad) que se enfrenta, junto a los demás agricultores de la zona, a las cuotas impuestas por la Unión Europea. Un enfrentamiento que, sin duda, está condenado al fracaso. Esa es la historia: la grande, la de una sociedad que ha perdido el sentido a pesar de vivir en una real o aparente abundancia de bienes y servicios (la novela permite un recorrido por hoteles encantadores, restoranes con cartas de platos que hacen salivar, bares donde el patrón atiende a sus parroquianos o se puede estar en el más absoluto anonimato, parajes en primaveras que se huelen o carreteras que invitan a la velocidad, visitas a supermercados y mercaditos, de grandes cadenas o pequeños comercios locales, en fin, un despliegue de las cosas que llenan el día a día y que el capitalismo provee de manera generosa, diversa y selectiva); y la pequeña, la del individuo que debe adaptarse y sobrevivir a esta sociedad desde la clave del fracaso.
Esa es la historia: la grande, la de una sociedad que ha perdido el sentido a pesar de vivir en una real o aparente abundancia de bienes y servicios; y la pequeña, la del individuo que debe adaptarse y sobrevivir a esta sociedad desde la clave del fracaso.
La lectura nos va conduciendo necesariamente a ponerla en relación con muchos de los hechos de la política y la sociedad actuales, incluso de la contingencia más inmediata. Si hacemos el ejercicio de mirar desde los personajes de Houllebecq –y toda lectura es un ejercicio de empatía hacia el otro- probablemente entenderíamos mucho de los fenómenos que se esconden detrás de del impulso a los nuevos nacionalismos europeos, o a las políticas aparentemente incomprensibles de Trump (como si fueran una pesadilla), o la bolsonarización en Latinoamérica, a través de personajes que si bien tienen para vivir, no se reconocen en las formas de su vida actual.
La sociedad que ofreciéndole todo a los franceses, les quita el deseo y los transforma en esclavos de su propio bienestar, se parece mucho al Chile que miramos desde el mercado, el crecimiento inequitativo y la vulgarización del discurso que termina vaciando las instituciones sociales y sus ejercicios.
Incluso, creo que nos ayuda a iluminar estos tiempos de post militancia en Chile, donde el lugar de los partidos políticos –especialmente los de izquierda, que hacían de la militancia la esencia de su naturaleza- ha sido reemplazado por la urgencia mediática, el aplauso a la galería o la condescendencia con lo alcanzado en los años de gobierno. La sociedad que ofreciéndole todo a los franceses, les quita el deseo y los transforma en esclavos de su propio bienestar, se parece mucho al Chile que miramos desde el mercado, el crecimiento inequitativo y la vulgarización del discurso que termina vaciando las instituciones sociales y sus ejercicios.
Houllebecq lo logra porque tiene el talento de confrontar y desafiar los discursos políticamente correctos.
Houllebecq lo logra porque tiene el talento de confrontar y desafiar los discursos políticamente correctos. Su mecanismo es algo como una demostración por el absurdo. Por ejemplo, extrema la presencia de las prácticas heterónomas para evidenciar la resistencia –profunda, sincera, indeseada- del sujeto masculino al cambio epocal, donde las prerrogativas de la cultura patriarcal están, no sólo cuestionadas, sino francamente condenadas. De esta forma, pone en cuestión también los discursos más subversivos y desafiantes del status quo contemporáneo. En mi opinión, este procedimiento permite mirar la resistencia al cambio de forma más comprensiva. Este mundo del confort capitalista no permite ver la tragedia de los marginados del sistema o de los abandonados al fracaso, así como esconde las discriminaciones y abusos de todo orden que siguen escondidos en su estructura. El sujeto que habla en esta novela es uno descolocado, que no tiene lugar, que ha sido abandonado a su fracaso y a su soledad. Esta es una novela triste, muy triste. Con muy poca esperanza, si es que alguien logra rescatar alguna. Pero me parece que necesaria y aportadora a una mejor comprensión de nuestros tiempos. Si nos abrimos a leerla sin prejuicios, pensando que la sociedad actual está llena de fracasados que han sido desplazados de sus propios itinerarios de vida, podremos pensar mejor nuestro propio futuro. Y la literatura habrá tenido un poco más de sentido.
El sujeto que habla en esta novela es uno descolocado, que no tiene lugar, que ha sido abandonado a su fracaso y a su soledad.
Si nos abrimos a leerla sin prejuicios, pensando que la sociedad actual está llena de fracasados que han sido desplazados de sus propios itinerarios de vida, podremos pensar mejor nuestro propio futuro.