La Pandemia. El delicado mundo de nuestras costumbres en el 2021

por Rafa Ruiz Moscatelli

Las fotos que nos envió un amigo desde Europa,  donde, en una él aparece en una mesa en la sala de su casa con adornos navideños evocadores y saludándonos con una copa de vino, mientras en otra simultánea y similar su linda mujer aparece solitaria levantando su copa, nos revelaron en un segundo   cómo la pandemia modificó los ritos familiares de pascua, año nuevo, y reyes.

En Chile, no obstante, la resolución mostrada por quienes sienten que la navidad es una celebración familiar irrenunciable existen dudas que pocos imaginaron tener. Ellas surgieron de una realidad evidente; la familia ante la pandemia circundante garantiza cuidados, pero no inmunidad. Menos para año nuevo cuando a lo familiar se agrega lo social y colectivo.

El virus es una realidad omnipresente. Las experiencias, las referencias históricas de otras pestes y las comparaciones entre países sirven para deducir medidas prácticas. No así para mostrar con arrogancia infantil habilidades gerenciales,  negociaciones mercantiles, y otras virtudes limitadas, como algunos torpes liderazgos internacionales compitiendo mediática y comercialmente por las vacunas que deberían estar inscritas en el ámbito de la cooperación internacional y la solidaridad.

Cada persona ha resuelto hacer en estas fiestas pequeños o grandes ajustes a las delicadas costumbres con que organizamos nuestras convivencias, sociales, fraternales y filiales. Unos restringieron y restringirán el número de familiares, otros podrán elegir espacios abiertos, algunos aforarán ese espacio y tomarán precauciones en lugares públicos, hay quienes vivirán como siempre,  en espacios muy reducidos y sin más posibilidad de cuidado que crear un modesto y alegre instante de festejo, mientras no faltarán los que se den un gusto existencial, vivencial y harán todo lo contrario a lo indicado. Nada de esto cambiará lo que ya cambió.

Entre el delicado mundo de nuestras costumbres y el cambiante de la realidad hay uno por venir. La prolongación del virus junto al vértigo financiero son dos realidades certeras. El vértigo financiero necesita del movimiento simbólico del dinero que obliga al movimiento y agrupación de las personas en la producción y el consumo. Mientras la pandemia lo frena. Culturalmente somos reacios a reconocer los cambios. Aunque las nuevas generaciones ya evidencian vidas más flexibles. En los últimos treinta años economistas monetaristas y empresarios globalizantes nos han machacado con el concepto de la incertidumbre hasta un límite ridículo.

Desde la crisis financiera iniciada el 2006 a los conservadores les cuesta explicar coherentemente por qué países y personas debemos tener una dependencia financiera, que en un instante borra la estabilidad del país o la personal. Los propagandistas usan el concepto de incertidumbre para describir situaciones financieras que no pueden o no quieren explicar. Con la pandemia también nos refugiamos en ese concepto que es ideal para auto engañarse cuando sospechamos que algo no va bien y no lo decimos. Se empleó para negar la prolongación de la existencia del virus. Para los arrogantes fue difícil reconocer la independencia de otro ser natural bajo las narices de nuestro auto inflado “Súper yo” disminuyendo nuestra influencia en la vida planetaria. La irrupción del virus nos dejó en pampas, el Covid 19 nos enfrenta a nuestro delicado mundo de costumbres y aprovecha nuestra sociabilidad para vivir de nosotros. En nosotros eso produce miedo e incertidumbre. La pandemia y la recesión económica son dos certezas de gran envergadura.

Los propagandistas usan el concepto de incertidumbre para describir situaciones financieras que no pueden o no quieren explicar.

Para los arrogantes fue difícil reconocer la independencia de otro ser natural bajo las narices de nuestro auto inflado “Súper yo” disminuyendo nuestra influencia en la vida planetaria.

El miedo a los cambios es parte de una debilidad política. El miedo a la muerte es parte de la vida. Cuidarse, proteger, cuidar, tratar de terminar con las amenazas, derrotarlas, hacen parte de la sobrevivencia para lograr un espacio de tiempo confortable y disfrutar, crear, producir, convivir. En el 2020 modificamos forzosamente hábitos que entendíamos como parte de costumbres invariables y tomamos conciencia de la delicadeza de alguna de ellas, perdimos algunas y comprobamos que no se recuperan a voluntad pura. Así vamos desarrollando de manera imperceptible en lo individual pero mayúscula en lo global nuevas capacidades de adaptación con el entorno social en todas sus dimensiones, incluidos los afectos más íntimos en todas sus versiones.

No podemos terminar fácilmente con el virus, menos si los responsables políticos y las estructuras gubernamentales privilegian la economía y los negocios. No se debe cejar en el calendario político y menos en generar las mayorías sociales y políticas para lograr que la divisa subrepticia de los conservadores: economía o muerte desaparezca de los gabinetes políticos. Y podamos cohesionar la conciencia de millones de gentes en el porvenir que se abre entre las delicadas costumbres y la desafiante realidad.

Los cambios provocados por la pandemia no serán todos negativos. Muchos de ellos enlazan con las nuevas generaciones en cuanto a cómo hacer y entender el trabajo, el consumo, la sociedad, y como cuidar un entorno maltratado por el vértigo financiero que para sobrevivir su propia falacia acelera todo, incluido lo que debe y puede funcionar en calma y cuidado. Nada menos que la tierra, el mar y el aire. 

Los cambios provocados por la pandemia no serán todos negativos. Muchos de ellos enlazan con las nuevas generaciones en cuanto a cómo hacer y entender el trabajo, el consumo, la sociedad, y como cuidar un entorno maltratado por el vértigo financiero que para sobrevivir su propia falacia acelera todo, incluido lo que debe y puede funcionar en calma y cuidado. Nada menos que la tierra, el mar y el aire. 

El calendario político electoral está desplegado. En esos debates y luchas políticas se pueden modificar las responsabilidades sociales arrinconadas, descuidadas o frustradas por años. La convención constituyente puede ser un gran avance. Sus integrantes, especialmente las mujeres, permiten avizorar una capacidad de conversar y enhebrar acuerdos que fortalezcan el ánimo de un país hastiado de mediocridad y sinvergüenzuras. Así como una ética personal y pública que enfrente las malas costumbres en un sendero a las responsabilidades y derechos para superar una convivencia exhausta ya sin brillos en los ojos.

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