El navegante genovés nunca tuvo conciencia de haber descubierto un nuevo continente, sino más bien, hasta el fin de su vida, creía haber dominado las Indias. Así, ¿es posible afirmar que el Almirante es quién descubrió nuestras tierra en 1492?
Fue en 1943 cuando el químico suizo Albert Hofmann, intentando estabilizar el ácido lisérgico en búsqueda de nuevos medicamentos, descubrió –accidentalmente- la dietilamida de ácido lisérgico (LSD), pues tras exponerse en su laboratorio de manera accidental a la droga comenzó a ver imágenes irreales. Sospechando que se trataba de un “error” de cálculos, tres días después volvió a experimentar, esta vez de manera controlada y mientras paseaba en bicicleta, comprobando que había hallado un potente alucinógeno.
Y si hablamos de azar –serendipia-, fue en 1928 cuando Alexander Fleming, tras tomar unos días de vacaciones, vio que las placas de Petri (cajitas de cristal o plástico de forma redonda ) que dejó en el laboratorio estaban llenas de hongos. Lo que llamó la atención del médico fue que éstos evitaban que a su alrededor proliferaran bacterias: había descubierto la penicilina.
En ambos casos, si los científicos no hubiesen reparado en lo que estaban experimentando no habría ocurrido descubrimiento.
Nuevo Mundo
Tomando como parámetro la concientización como fundamento para hablar de hallazgo, y llevando estos ejemplos al descubrimiento de América, sería Américo Vespucio quien habría “sacado a la luz” el continente, quien lo deja claro en sus escritos cuando afirma que “hice la descripción de todas las partes del Nuevo Mundo que visité durante mi viaje” (Viajeros Modernos).
Julio Montebruno López indica que Vespucio “traía a los europeos una maravillosa nueva. Puesto que el Asia, a la cual todos continuaron creyendo pertenecían las tierras de Colón o Indias, terminaba cerca del Ecuador, era obvio que la larguísima costa descubierta (…) formaba el borde de una gran masa continental ignorada hasta entonces”.
¿Queda entonces Cristóbal Colón en el plano de quien llegó a tierras que nunca supo identificar? Edmundo O’Gorman plantea en La invención de América que el genovés no supo que arribó a América el 12 de octubre de 1492, sino que pensó se encontraba en “un archipiélago adyacente al Japón”. Cita además que “Irving se esmera por mostrar que (…) Colón estuvo persuadido de haber explorado unas regiones de Asia y aclara que jamás se desengañó”.
Sin embargo, el mismo autor patenta que Fernando Colón, hijo del navegante, dejó en claro que el Almirante, debido a “sus amplios conocimientos científicos” emprendió el viaje en búsqueda de demostrar su hipótesis de la existencia de un “continente ignorado”.
Colón, en El Primer Viaje a las Indias -compendio de Fray Bartolomé de las Casas- lleva una bitácora detallada de lo que fue su llegada a América, donde constantemente hace un paralelo entre lo que ve y lo que conoce de Europa: “junto con la dicha isleta están huertas de árboles las más hermosas que yo vie tan verdes y con sus hojas como las de Castilla. (…) Y aquí en toda la isla son todos verdes como en el abril en Andalucía. (…) Toda esta isla le pareció de más peñas que ninguna otra que haya hallado: los árboles más pequeños, y muchos de ellos de la naturaleza de España”.
Descripción detallada de la naturaleza y su gente, las riquezas, los caníbales, las tierras de bestias, las millas navegadas, la docilidad de los habitantes, la posibilidad de expandir el catolicismo. Y es la religión el punto decisivo para Bartolomé de las Casas, para quien “el significado de descubrimiento gravita exclusivamente en su finalidad religiosa. (…) Se conoció una parte ignorada de la Tierra habitada por unos hombres a quienes todavía no les alumbra la luz evangélica”, manifestando que Colón llegó a América por decisión divina y no por ciencia ni azar.
De oro y perlas
El azar, la casualidad,la suerte, la fortuna… Sinónimos que sirven para explicar lo que planteael historiador Edmundo O’Gordman –en La invención de América– sobre la hazaña de Colón, en donde afirma que sus viajes tenían como fin establecer comunicación entre Europa y Asia por vía marítima: “no tuvo jamás el propósito de encontrar en continente americano (…) la verdad es que descubrió América enteramente por accidente, por casualidad”.
Y ese azar llevó a Colón a encontrar un continente lleno de oro, plata y perlas, las cuales llevaría a los Reyes Católicos y tomaría para su riqueza personal. El Almirante manifiesta en sus escritos que, para ganarse la confianza de los indígenas –“desnudos y pintados dellos de blanco”-, les ofrecían “vidrios, tazas quebradas”, a lo que ellos retribuían con los ornamentos que llevaban.
“Algunos de ellos traían pedazos de oro colgados al nariz, el cual de buena gana daban por un cascabel de estos de pie de gavilano”. Se trataba de nativos que creían ver en los españoles a sus dioses personificados, por lo cual actuaban de manera sumisa, amistosa y generosa.
Sin embargo, según indica Colón en el Memorial para los Reyes Católicos que dio a Antonio Torres, las riquezas recaudadas no resultaron suficientes para agasajar a la corte: “yo deseaba mucho en esta armada poder enviar mayor cantidad de oro del que acá se espera poder coger”.
Y para sumar más dificultades a la expedición, que no daba los frutos monetarios esperados, está la tarea de evangelización, que en un principio le pareció fácil, “sabiendo la lengua dispuesta suya personas devotas religiosas… espero en Nuestro Señor que Vuestras Altezas se determinarán a ello con mucha diligencia para tornar a la Iglesia tan grandes pueblos”, plantea en el Primer viaje a las Indias; sin embargo, todo se le complicó con el pasar del tiempo.
“Acá no hay lengua por medio de la cual a esta gente se pueda dar a entender nuestra fe, como Sus Altezas desean”, plantea el genovés en su escrito del Segundo Viaje. Así, cambiaron tanto las cosas que, ya para el Tercer Viaje, “estos pueblos se encontraban pagando tributos para salvar sus almas”.
El fin sin fin
Con una tripulación enferma, Colón solicita a “Sus Altezas” el envío de ayuda, pues, después de Dios, son la única esperanza para poder seguir sirviendo. Escribe a los Reyes durante su segundo viaje sobre la necesidad de llevarse a Castilla a “esta gente… porque quitarse hían una vez de aquella inhumana costumbre que tienen de comer hombres… entendiendo la lengua, muy más presto recibirían el bautismo y harían el provecho de sus ánimas”.
Colón desea volver y escribe un testamento. El Almirante está cansado y enfermo, ha hecho suyas tierras desconocidas, pero no por ello las identifica como el nuevo continente. Ya en su tercer viaje dejó de manifiesto que “yo siempre leí que el mundo, tierra e agua, era esférico, e las autoridades y experiencias que Tolomeo… Agora vi tanta disconformidad, …y fallé que no era redondo en la forma que escriben; salvo que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón”.
No se puede hablar de fracaso al analizar los viajes de Colón, pero tampoco es posible enaltecer la hazaña. Así es como el Premio Nobel, Gabriel García Márquez, en su texto Fantasía y creación artística en América Latina y el Caribe se muestra sumanete crítico con el Almirante, catalogando sus viajes como un desastre económico: “apenas si encontró el oro prometido, perdió la mayor parte de sus naves, y no pudo llevar de regreso ninguna prueba tangible del valor enorme de sus descubrimientos, ni nada que justificara los gastos de su aventura y la conveniencia de continuarla”.
La conclusión del navegante genovés queda clara en su cuarto viaje cuando –ya con el cabello cano- sigue refiriéndose a América como “cuando descubrí las Indias”. ¿Se puede hablar entonces de la serendipia de Colón, si nunca supo lo que había descubierto?