Trump es una vergüenza histórica para las mujeres que votaron por él. Y para las que no lo apoyaron, su derrota será una lección que ayudará a sostener el compromiso con los principios democráticos y a seguir luchando por sus derechos, hasta ahora postergados.
Estados Unidos pareciera, desde afuera, un país desarrollado donde las mujeres han logrado grandes avances; sin embargo, desde el interior, la realidad es otra y hay demasiados ejemplos para verificarlo.
En el campo de la política, todavía ninguna mujer ha llegado a la presidencia. El Senado está compuesto en su mayoría por hombres y solo 12 estados de los 50 están liderados por gobernadoras. En la Corte Suprema no había ninguna mujer hasta que la jueza Sandra O’Connor llegó a formar parte del poderoso equipo masculino en el año 1981. Algo similar ocurre en el ámbito académico, los presidentes (rectores) de la mayoría de las universidades, hasta hace pocos años, eran todos hombres (y blancos). En el campo laboral, las mujeres ganan menos que los hombres desempeñando el mismo trabajo. No existe todavía una ley que les dé derecho a un digno pre o postnatal, o acceso al cuidado infantil. Más aún, en el siglo XXI, mientras millones de mujeres conquistan nuevos derechos en diferentes países del mundo, las estadounidenses los pierden. El derecho al aborto, que lograron después de largas luchas en 1973, lo perdieron en 2023. Ahora está en peligro el libre acceso a los anticonceptivos, la píldora del día después, la fertilización in vitro, con amenzas diversas de retorno al pasado. Detalles de esas propuestas aparecen en el Proyecto 2025, elaborado por las fuerzas políticas regresivas que apoyan a Trump y presentado con una introducción escrita por el candidato a vicepresidente, J.D. Vance.
Donald Trump, que cree en la verdad solo como un punto de vista y ve a la mujer como un ser inferior y objeto sexual, está experimentando una especie de sismo politico. Este terremoto, irónicamente, está impulsado por la fuerza, el poder, la inteligencia, la estrategia política y la capacidad de organización del género humano que él ha despreciado toda su vida.
Recordemos algunos acontecimientos para darnos cuenta de qué manera su suerte y su ambición política están siendo alteradas por este sopresivo temblor. Aunque Trump fue siempre identificado como un misógino, su descarada infamia se hizo pública unos meses antes de las elecciones de noviembre de 2016, cuando salió a la luz el famoso video de Access Hollywood. El mundo entero pudo verlo y escucharlo describiendo con orgullo que si las mujeres no aceptaban los avances, había que besarlas y agarrarlas de sus genitales a la fuerza. La respuesta entre sus seguidores fue defenderlo, ignorando su confesada violencia sexual. Y aunque Hillary Clinton, la primera mujer en la historia política de EE. UU., ganó el voto popular con 2.9 millones más que Trump, el absurdo (y obsoleto) sistema electoral le regaló la presidencia a Trump. Las mujeres salieron a protestar a la calle con justa razón. Protestaron por lo que el magnate representaba como abusiva amenaza a sus derechos.
Desde aquel poder, durante sus 4 años de gobierno, cumplió con aquella impronta acentuadamente. Así, designó a tres jueces ultraconservadores de la Corte Suprema para cumplir con su promesa de quitarles a las mujeres el acceso al aborto.
Su suerte empezó a cambiar cuando tuvo que desalojar la Casa Blanca al perder su reelección en noviembre de 2020. Después de la clara derrota, en que Joe Biden le ganó por más de 7 millones de votos (brutal derrota que Trump nunca ha querido aceptar), el poder de las mujeres le empezó a demostrar que ellas, a cualquier costo, lucharían en batallas que él no sería capaz de ganar fuera de la Casa Blanca.
Así lo hizo la conocida periodista E. Jean Carroll, la primera víctima de su violencia sexual que lo enfrentó superando amenazas. El tiempo límite había caducado y, aunque no pudo hacerle un juicio por violación, lo acusó de difamación por los vulgares ataques que recibió de Trump después de la publicación de su historia. Hombre acostumbrado a lanzar públicamente denigrantes y ofensivos ataques en contra de las mujeres sin sufrir consecuencias, recibió la primera sorpresa. Carroll ganó el juicio por difamación (84 millones de dólares) y logró mostrar suficiente evidencia para que se reconociera públicamente que se trataba de un violador. En el siguiente juicio, fue otra mujer, Stormy Daniels, la que testimonió su relación con Trump y el pago que recibió para silenciarla antes de las elecciones de 2016. El detallado relato de Ms. Daniels contribuyó a que un jurado de ciudadanas y ciudadanos declarara a Trump culpable de 34 crímenes. El resultado de ese juicio podría llevarlo a la cárcel antes de las próximas elecciones.
Otras dos mujeres, Fani Willis y Letitia James, ambas fiscales Generales (de los estados de Georgia y Nueva York, respectivamente) siguen procesos en contra de Trump a nivel estatal. James, en representación de Nueva York, lo acusó de inflar el valor de sus propiedades y evadir impuestos en los años que fue residente del estado. Ganó el juicio en febrero de este año y Trump será obligado a pagar U$450 millones. En la entrevista de prensa, James declaró (magistralmente) que Trump no era el hombre del Art of the Deal (nombre de su libro como supuesto empresario millonario) sino el hombre del arte de robar. Willis, por su parte, representando a Georgia, lo acusa de intervenir (junto a un grupo de asesores) en las elecciones del 2020 para cambiar los resultados de la votación. El caso sigue abierto.
En estos momentos el mayor peligro del sismo politico que puede sacarlo de su falso trono de poder y devolverlo a jugar golf en sus canchas de Florida, lo está causando la primera mujer vicepresidenta de Estados Unidos: Kamala Harris. Mujer, hija de inmigrantes y de raza negra, Harris reúne tres de los múltiples prejuicios incrustados en el pensamiento extremista de Trump. No solo se ha convertido, de la mañana a la noche, en su rival política, sino que, irónicamente, es la antítesis de Trump frente al concepto legal de justicia. La vicepresidenta Kamala Harris, antes de llegar al Senado de EE. UU. representando a California, fue la ministra de justicia (Attorney General) de aquel estado. En el primer discurso, anunciando su intención de ganar la nominación del partido demócrata, Harris habló de su agenda y mencionó su lucha por empoderar a la clase media si llegaba a la Casa Blanca. Pero aprovechó la gloriosa oportunidad de declarar que su experiencia en el campo legal la había preparado para la pelea electoral de noviembre. Sabe como llevar a la cárcel a violadores, estafadores, ladrones y gran variedad de criminales. Esa extensa experiencia la respalda en su contienda con Trump. Por primera vez en la historia de EE. UU., una mujer que ha sido ministra de justicia en uno de los estados más grandes del país, se enfrenta a un político declarado culpable de 34 cargos criminales y con una serie de juicios abiertos que ha intentado retrasar hasta después de las elecciones.
¿Ironía poética, o política? Le podemos dar cualquier nombre, pero lo importante es destacar que la votación popular no pudo detener a Trump en su camino a la presidencia en el 2016. Tampoco lo pudieron sacar del trono sus colegas republicanos (algunos mucho más capaces y preparados que él) en las últimas elecciones primarias. Este año le dieron el triunfo al lider de una nueva secta política (¿Capo de mafia?). Peor aún, el sistema justicial (con menos imparcialidad que antes) no ha logrado poner fin a sus manipulaciones legales y detener su avance político. Lo que los grupos de poder y las instituciones no han logrado hasta ahora, lo podrían hacer las mujeres extendiendo las secuelas del terremoto que han provocado hasta ahora. Las mismas mujeres que aún permanecen en segundo o tercer plano. Y muchas uniéndose a ellas: las silenciadas por Trump (Stormy Daniels), las ridiculizadas, insultadas y denigradas (Kamala Harris), las violadas (E. Jean Carroll), las explotadas y discriminadas, las que han perdido derechos básicos durante sus años de gobierno y seguirán perdiéndolos si vuelve a la presidencia.
Las mujeres de EE.UU. tienen una histórica y potente opción en noviembre. Y no es la habitual entre un republicano y una demócrata. O, de un hombre o una mujer. Incluso es más que optar por un blanco o una negra. La diferencia en este momento es clarísima y las mujeres tienen el poder de ir a las urnas y rechazar volver al pasado que propone Trump, optando por liberar su futuro y tratar de hacerlo para el resto de la nación.
Emma Sepúlveda, Ph.D., escritora y Profesora Emérita de la Universidad de Nevada, Reno.
Fue la primera latina candidata al senado del estado de Nevada en 1994.
En el 2014 el presidente Obama la nominó a la Fulbright Foreign Scholarship Board.