Los oscurecedores.

por Jorge A. Bañales

Los ataques, en número creciente, contra la red de distribución de electricidad en Estados Unidos preocupan a las agencias de seguridad nacional. Los apagones resultantes tienen un efecto vasto en la sociedad que más depende de la tecnología.

Sabotaje

El 3 de diciembre el horizonte invernal ocultó el sol poco después de las cinco de la tarde en el condado Moore, Carolina del Norte, a mitad de camino entre Charlotte y Raleigh y muy cerca de Fort Bragg, una guarnición del Ejército de Estados Unidos y una de las instalaciones militares más grandes en el mundo.

Unas dos horas después y cuando el termómetro registraba unos 6 centígrados, un apagón dejó a más de 40.000 residentes y negocios sin suministro de electricidad.  Por varios días la gente se quedó sin calefacción, sin recarga para la batería de los teléfonos celulares, sin acceso a dinero en los cajeros automáticos, sin gasolina en las estaciones donde las bombas operan con electricidad. Las tiendas, supermercados y bancos quedaron privados del uso de lectores de tarjetas de débito o crédito y los ubicuos códigos de barras.

Según el alguacil del condado, Ronnie Fields, el apagón fue resultado de disparos con armas de fuego contra una subestación en la localidad de Cartaghe, y un ataque similar poco después contra otra subestación en West End.

Aunque el incidente atrajo en la pesquisa al Buró Federal de Investigaciones (FBI) y la atención del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), más de un mes ha pasado desde el sabotaje en Moore y poco o nada han informado las autoridades sobre lo investigado.

El domingo 25 de diciembre, casi 3.800 kilómetros al oeste del Condado Moore, más de 14.000 usuarios se quedaron sin electricidad en el Condado Pierce, del estado de Washington, donde hubo ataques contra dos subestaciones de la empresa Tacoma Public Utilities, y otras dos de la firma Puget Sound Energy. Las autoridades detectaron el ingreso a la fuerza de desconocidos en los predios cercados de las subestaciones y documentaron daños a los equipos.

No tenemos sospechosos detenidos”, dijo la Oficina del Alguacil del condado. “No se sabe cuáles haya sido los motivos, y tampoco sabemos si esto fue un ataque coordinado contra el sistema de energía eléctrica”.

Menos de dos semanas antes del incidente en Carolina del Norte, el FBI había distribuido un boletín reservado para las empresas de energía eléctrica indicando que había un aumento de las amenazas contra la infraestructura eléctrica por parte de individuos o grupos que “comparten una ideología extremista violenta con motivos raciales o étnicos”. El propósito de estos grupos es el fomento del desorden civil y la provocación de más violencia.

Por su parte el DHS, en un documento de 14 páginas divulgado por el canal (internet) Telegram – frecuentado por los “aceleracionistas” que buscan apurar el derrocamiento del gobierno de EE.UU – incluyó un manual de instrucción de supremacistas blancos para acciones de “tecnología básica” que menciona los ataques con armas de fuego contra las instalaciones eléctricas para causar caos.

A esos ataques físicos –dirigidos a los equipos e instalaciones- debe sumarse los asaltos cibernéticos y en conjunto están en su nivel más alto desde, al menos 2012. Documentos del gobierno federal analizados por el diario Político, cuentan 101 incidentes denunciados en 2022 hasta agosto, sin incluir los ataques en Carolina del Norte y Washington.

Todos dependemos del enchufe

              En el hábito académico de distinguir fases de la historia, una primera Revolución Industrial desde fines del siglo XVIII se caracterizó por las máquinas a vapor y la mecanización, la Segunda Revolución Industrial desde fines del siglo XIX se distinguió por el uso de la energía eléctrica y los combustibles fósiles.

         A ello hizo referencia hace poco más de un siglo Vladimir Ilich Lenin cuando en su plan para la segunda revolución industrial rusa afirmó que “el comunismo es el poder soviético más la electrificación en todo el país”.

La tercera de las tales revoluciones ocurrida desde la segunda mitad del siglo XX involucró la electrónica y las tecnologías de la información y las comunicaciones.

Un documento del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de Cuba recuerda que allá por 2011 empezó a usarse en Alemania el término “Industria 4.0”, con sus expresiones equivalentes de “cuarta revolución industrial”, “industria inteligente” y “fabricación avanzada”. La noción comprende las tecnologías habilitantes (las que generan otras tecnologías) como la inteligencia artificial, el procesamiento de gigantescas masas de datos, la conexión de industrias por internet, la robótica, la computación en la “nube”, las nano tecnologías y otros tantos sectores cuyo rasgo en común es el uso intensivo –podría también decirse su dependencia- de la informática y las telecomunicaciones.

         Y tal como la Segunda Revolución siguió arraigada en la Primera, y la Tercera en la Segunda, esta supuesta cuarta revolución no sólo está arraigada en la que le precede, sino que depende totalmente de su componente central: electricidad.

      Sin un suministro sostenido de electricidad toda la estructura socioeconómica sufrirá no sólo los efectos ya señalados en el caso del Condado Moore, sino otros derivados de la prolongación del apagón: ancianos, enfermos graves, niños prematuros que sobreviven conectados a aparatos médicos; deterioro de medicamentos y tratamientos para condiciones crónicas, como es el caso de la insulina para los diabéticos, desperdicio de los alimentos refrigerados, inutilidad de los generadores de energía una vez que se agote su combustible. Casi todos los vehículos automotores, embarcaciones y aviones manufacturados desde la década de 1970 operan con minicoputadoras y otros sistemas que requieren electricidad.

La fascinación del PEM

         La vulnerabilidad de la sociedad electrificada es un asunto que por décadas ha ocupado a decenas de autores de novelas futuristas, y desde los antiglobalistas y ambientalistas por la izquierda a los libertarios antigubernamentales por la derecha.

         Muchas de las ficciones en esta rama de la literatura exploran las consecuencias del llamado “pulso de campo electromagnético”, o PEM. Este “pulso” es algo que notaron Estados Unidos y la entonces Unión Soviética durante sus pruebas de armas atómicas en la atmósfera las que generaban una emisión de energía electromagnética breve, pero de muy alta intensidad. Todos los componentes electrónicos en un radio de kilómetros quedaban inutilizados.

         Analistas militares indican que Estados Unidos, Rusia, China, y quizá también Corea del Norte e Irán, trabajan asiduamente en el desarrollo de armas PEM, que consistirían en bombas detonadas en la atmósfera para freír cuanto circuito eléctrico y electrónico haya bajo su sombra.

         Dado que tales explosiones no causarían mayor destrucción de viviendas, fábricas, hospitales, autopistas o escuelas, la población afectada no sufriría mayores bajas… de inmediato.

         El hambre, el descalabro del gobierno central, la violencia sectaria, racial o ideológica, y el éxodo de las poblaciones urbanas sin recursos ni destrezas para la supervivencia en una economía pre- electricidad se encargarían de terminar con dos tercios de la población. Será, entonces, el turno de autoridades locales sustentadas en la fuerza y el control de su territorio.

      Es la ausencia total de electricidad la que fascina a los novelistas, y a los extremistas que por cual sea su ideología ven en los gobiernos centrales y en la globalización el monstruo que hay que destruir.

De accidentes e intenciones

          La red eléctrica de Estados Unidos incluye casi 6.400 plantas de energía en todo el país, alrededor de 55.000 subestaciones y más de 725.000 kilómetros de líneas de transmisión de alto voltaje, en un sistema operado por más de 3.000 compañías

         “Pero si se toma en consideración el espacio, en términos de hectáreas en todo el país, es un sistema tan extenso que es extremadamente difícil de vigilar y proteger”, explicó Errol Southers, profesor de seguridad nacional en la Universidad del Sur de California. “Muchos de estos sitios están en lugares remotos, de modo que los funcionarios y policías tienen que ir hasta allí para ver qué pasa. Y para cuando llegan, los atacantes ya se han ido”.

Esa misma dispersión, tanto geográfica como en términos de jurisdicción de estados y administración bajo diferentes empresas privadas, conduce a la realidad de que –excluido un PEM- es viable, y relativamente fácil, dañar o destruir una o varias subestaciones, pero es menos factible la demolición de toda la red eléctrica del país.

El país ha experimentado otros apagones extensos, debidos a fallas técnicas, como el del 13 de julio de 1977 en Nueva York que, acompañado por una crisis económica, la ansiedad porque andaba suelto un asesino en serie y el calor del verano, resultó en saqueos en toda la ciudad.

En noviembre de 1965, una falla en la Estación  Sir Adam Beck en el lado canadiense de las cataratas del Niágara, causó el que sería el mayor apagón en la historia de Estados Unidos y Canadá. En la hora de mayor tránsito unas 800.000 personas quedaron atrapadas en el tren subterráneo neoyorkino.

Los apagones intencionales con daño a la red eléctrica, sin embargo, pueden sembrar desorden y violencia a nivel local, en el área abastecida de energía por la subestación dañada.

Estos apagones tienen una razón”, según Southers. “La noción es ese sentimiento general de estos individuos que están contra el gobierno de Estados Unidos, la noción de que el gobierno no puede protegerte como ciudadano, o como residente de este país. Te dejamos sin calefacción, te dejamos sin luz. Y así es como la gente empieza a perder confianza en el sistema”.

Cuando todo esto empezó hace algunos años entre algunos grupos extremistas, la idea era la de que esperaban desencadenar una respuesta por parte del gobierno, quizá en algunas instancias la declaración de la ley marcial”, agregó Southers en declaraciones a la cadena radial NPR. “Algunos han llegado a sugerir, incluso, que podrían iniciar una guerra racial. Esto pone al país en un caos del cual ellos pueden sacar ventaja”.

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