Los poetas “valen callampa”

por Dante Cajales Meneses

“Valer callampa” es una expresión coloquial muy chilena. Refiere a algo o alguien de poco valor. El origen de la expresión es incierto. Por un lado, se dice que tiene su origen entre los años 50 y 70, cuando en terrenos baldíos de la periferia de las ciudades en Chile, personas sin techo comenzaron a construir viviendas precarias levantadas con paneles de cartón, madera y fonolas. Proliferaban como hongos, setas o callampas. De ahí también el nombre de “población callampa”. Por otra parte, se afirma que “valer callampa” tiene su raíz en las callampas que crecían en el bosque y nadie cotizaba porque se desconocía su valor nutricional. Por eso el poco valor de la callampa del bosque. «Vale callampa». 

Lo cierto es que, en el marco de la primera Feria Itinerante, Comunal y Cultural FII-SECH. de Estación Central, ubicada frente al portal del decimonónico edificio de nuestra principal estación de trenes, fui uno más de los invitados a compartir la poesía que escribimos. La tarde que leí, no sólo compartí con amigos y vates de la palabra. Aquella historia que relaté en la crónica anterior nos dejó una tremenda lección. Me pregunté qué buscaba aquella mujer de rostro cansado, piel seca, sin dentadura. ¿Un descuido nuestro? ¿La posibilidad de escuchar a poetas jactanciosos? –me incluyo–. Lo más probable es que aquella persona o situación que nos generaba tanta desconfianza tenía más que ver con nosotros, que con ese alguien o algo en concreto. Pidió dos minutos. Se presentó como poeta. Reiteró que tenía ganado el derecho a opinar porque habitaba el territorio donde nosotros jugábamos de visita y declamó: Hoy trabajé para comprarle los cordones a las zapatillas de mi hijo / qué hiciste con los cordones de tus zapatillas / le pregunté / me los quitaron los pacos en la comisaría.  La monstruosidad es la marginación. 

En aquella poesía, la mujer defendió el orden donde el único espacio válido para ocupar como sobreviviente es la calle. Habló de amor y violencia: amor real, violencia real. Cuando me tocó leer, fui interrumpido por un hombre en situación de calle que circulaba entre las sillas. Antes de esfumarse por los pasillos de la feria, gritó: ¡Los poetas valen callampa! Nadie los entiende. Hubo silencio, sí. Hubo risas, también. Incomodidad en algunos, bastante. En poesía a veces tiene más crédito la rebeldía que la destreza. El acto rebelde de este hombre fue notable. Pararse entre el público y gritarnos a los poetas que leíamos esa tarde, que “valíamos callampa” lo considero un valeroso y profundo acto de rebeldía. Es cierto, un poema significa que el lector está dispuesto a pensar sobre él, el poema, y a seguir leyéndolo, comprendiéndolo, interpretándolo sin necesidad de ninguna experticia o don especial para hacerlo. La mayoría de las veces que un poema resulta para alguien una trinchera invencible, un fortín, un búnker inaccesible, la falta no es del lector, es de uno, del poeta. 

Pienso, que son dos las trampas a la hora de escribir poemas: lo críptico, lo incomprensible y lo tópico, los lugares comunes. Los poetas tenemos la responsabilidad de conocer y emplear en nuestro relato símbolos que sirvan y entiendan todos. Que no sea algo exclusivo que sirva sólo al poeta o la cofradía a la que pertenece para tener como fin ser leído o escuchado con admiración. El poeta catalán Joan Margarit, en su lucidez, sostiene que la poesía se necesita escribir por la misma razón que necesita leerse, y el conjunto poeta-poema-lector es lo que define: si falla uno de los tres, la poesía no existe. Con mayor razón debemos simplificar nuestro relato. Si no lo hacemos, el tiempo y los lectores se encargarán de dejarlo en claro.

He conocido muchas personas que no merecen llevar al poeta que tienen dentro. Un poema, o es un buen poema o no es nada. De ahí la brutalidad que puede representar darse cuenta en la etapa adulta del error adolescente que se presume creerse poeta sin serlo. Hay que ser audaz al momento de decidirse a escribir poesía y humilde antes y después de escribirla. El lector y el poeta saben que este trayecto hacia el crecimiento interior pasa por un acercamiento a la claridad, a la sinceridad, al humor y, por, sobre todo, a la autocrítica. Si no lo practicamos y le tememos a la franqueza, entonces sí, cuánta razón tiene aquel hombre que nos gritó esa tarde en Estación Central: “los poetas valen callampa, nadie los entiende”.

Leer notas anteriores de Dante Cajales Meneses

También te puede interesar

Deja un comentario