«Fue ella la que le explicó lo que en realidad era el imperio de los méxica, sus creencias, organización y red de información, así como su manera de hacer la guerra, la hostilidad de varios pueblos, especialmente de los Tlaxcaltecas. Y Hernán Cortés supo aprovechar de una manera genial este regalo del destino», explica Bennassar sobre el rol de Malinche.
La semana pasada escribí sobre las y los amantes históricos. Quedé engolosinada con el tema de las sábanas y su conexión con el poder y decidí continuar con algunas mujeres y hombres que, a través de su relación como amantes cambiaron la historia. Viajé rauda a nuestro continente para abordar las vidas de dos grandes mujeres amantes que tuvieron gran incidencia en la historia y en modificar el curso de la misma. Me refiero ni más ni menos que a la mítica Doña Marina (La Malinche) y a Manuelita Sáenz, la heroína. Las dos dejaron una huella imposible de soslayar.
Allá por el 1519 Malinche, Malintzin o Doña Marina (el nombre que tomó luego de ser bautizada, requisito indispensable para ser entregada a los españoles), fue una de las veinte mujeres esclavas dadas como tributo a los españoles por los indígenas de Tabasco, tras la batalla de Centla. Su papel en la conquista de México fue crucial ya que fue intérprete, consejera e intermediaria de Hernán Cortés, pero no solo eso, ya que entre el extremeño y la nativa se desarrollaría una pasión amorosa que los convertiría en amantes y a Malinche en la madre de su primer hijo, considerado por muchos como unos de los primeros mestizos surgidos de la invasión y conquista de México Tenochtitlán.
Malintzin, Malinche nació en una región que es fronteriza entre los territorios de población nahuatl y el ámbito cultural maya de la región de Tabasco. Fue nombrada «Malinalli» en honor a la diosa de la Hierba, y más tarde “Tenepal” que significa “quien habla con vivacidad”. Habiendo sido vendida muy joven como esclava bajo el segundo matrimonio de su madre, hablaba con fluidez la lengua maya-yucateca que aprendió con sus amos, además de su idioma materno, el náhuatl. Su facilidad para aprender idiomas, la convirtió en una “lengua” esencial para la comunicación de Cortés con los diversos pueblos americanos.
El legado de Malinche es un mito mezclado con leyenda que toma en cuenta las opiniones opuestas de los mexicanos acerca de la legendaria mujer. Muchos la ven como la figura fundadora de la nación mexicana. Sin embargo, otros ven a la Malinche como una traidora.
Octavio Paz, toma el rol de Malinche en El laberinto de la soledad como el de la madre de la cultura mexicana. Usa su relación con Cortés como símbolo que representa a la cultura mexicana originada desde la violación y el abuso. Sostiene la analogía que, al someterse a él, Malinalli/Malinche/Doña Marina, ayuda esencialmente a Cortés a asumir el control y destruir el estado Azteca.
“Sin la ayuda de doña Marina, no hubiéramos entendido los idiomas de la Nueva España y de México”, escribe Bernal Díaz del Castillo.
Más allá de su servicio como intérprete, Malintzin asesoró a los españoles sobre las costumbres sociales y militares de los nativos y realizó tareas de inteligencia y diplomacia, jugando un papel relevante durante la primera parte de la conquista. Ella fue tan cercana a Cortés, que los códices aztecas (el Lienzo de Tlaxcala, por ejemplo) siempre la muestran al lado de él.
Otra mujer importantísima que, a los historiadores de América, especialmente a los de la América independentista, les ha costado incluir en la nómina de próceres o héroes, es el de Manuela Sáenz, amante de Bolívar, al que acompañó en todas sus campañas y al que, en una ocasión, salvó la vida lo que le valió el apelativo de Libertadora del libertador. Si su condición de mujer ya lo hacía difícil, su estatus de amante de Simón Bolívar hizo más complicado el asunto y la historia del siglo diecinueve se encargó de omitir su nombre. Pero con el tiempo, las anécdotas compartidas entre ambos se dieron a conocer y la historia se vio obligada a reconocer el heroísmo de Manuela Sáenz.
Manuela nació en Quito, ciudad que en aquellos tiempos lucía aires afrancesados y en la que los grandes salones acogían a la aristocracia donde, desde muy joven entró en contacto con una serie de acontecimientos que animarían su interés por la política y por los revolucionarios: presenciaba desfiles de prisioneros desde la ventana de su casa, y se maravillaba de las hazañas de doña Manuela Cañizares, a quien tuvo por heroína al enterarse de que los conspiradores se reunían clandestinamente en su casa.
Su presencia al lado del Libertador marcó indeleblemente numerosos hechos de la gesta independentista. Manuela Sáenz y Simón Bolívar, cruzaron por primera vez sus miradas cuando él entró triunfante en la ciudad de Quito y Manuela era una activa revolucionaria que organizaba conspiraciones en su casa. Desde ese instante y un baile juntos, mantuvieron una apasionada relación y no hubo compromiso del Libertador que impidiera los encuentros amorosos. Manuela participó activamente en la consolidación de la independencia del Ecuador y Bolívar le regaló un uniforme, que ella utilizaba a la hora de sofocar algún levantamiento. Fue testigo y protagonista activa del encuentro de Bolívar y San Martín, las batallas de Pichincha y Ayacucho, el conflicto entre el Libertador y Santander, la rebelión de Córdova y la disolución de la Gran Colombia.
Fue nombrada por Bolívar miembro del Estado Mayor del Ejército Libertador y peleó junto a Antonio José de Sucre en Ayacucho, siendo la única mujer que pasó a la historia como heroína de esta batalla.
Al conocer la muerte de Bolívar decidió suicidarse y se hizo morder por una víbora. Fue salvada y producto de la gran cantidad de calumnias que se levantaron y la persecución en su contra desatada por los partidarios de Bolívar, sufrió la cárcel y luego el exilio para terminar su vida en el Puerto de Paita donde fue visitada por hombres importantes, entre los que figuraron Simón Rodríguez, Hermann Melville y Giuseppe Garibaldi.
Y de amor en amor, no quise dejar de mencionar en esta crónica al menos a un par de amantes masculinos, cosa difícil, porque al investigar la historia, cuesta encontrar esa categoría asignada a los hombres y prefiere catalogarlos como infieles o adúlteros, pero rara vez como amantes. Sin embargo, escarbando llegué a Robert Dudley primer conde de Leicester un noble inglés, favorito de la reina Isabel I de Inglaterra desde su ascenso hasta su muerte.
Su vida privada fue un factor determinante en su carrera en la corte y viceversa. Cuando su primera esposa Amy Robsart, murió al rodar por las escaleras, quedó libre para casarse con la reina. Sin embargo, el escándalo resultante redujo mucho sus posibilidades. Los rumores de que había arreglado la muerte de su esposa para despejar el camino a un eventual matrimonio con la reina lo acompañaron toda su vida, a pesar de que el jurado determinó que fue un accidente.
Durante dieciocho años se mantuvo célibe y no se volvió a casar por el bien de la reina Isabel y cuando finalmente lo hizo, su nueva esposa; Lettice Knollys, fue desterrada permanentemente de la corte. Estas especulaciones de su vida sentaron las bases de una tradición literaria que representa al conde como el «maestro cortesano» maquiavélico y como una figura deplorable en torno a la reina Isabel I de Inglaterra.
En efecto, llegó a ser el favorito y el amante de la reina Isabel I, quien quiso casarle por muchos años. La reina, entre muchas muestras de amor, le otorgó el título de Conde de Leicester y pese a algunas divergencias entre ellos, lo nombró comandante de una expedición a los Países Bajos, con el fin de apoyarlos en su rebelión contra España. Esta campaña fue desastrosa para Dudley, ya que fue vencido y echado al mar por el gobernador de los Países Bajos, Alejandro Farnesio.
Mejor campeón de Venus que de Marte
Y, para no discriminar a los hombres, logré con mucho esfuerzo llegar a otro amante que ha pasado a la historia, pero más que por su influencia sobre ella, como un personaje literario. Me refiero al hermoso y seductor conde Joseph de Boniface de la Mölle, definido como “mejor campeón de Venus que de Marte” y cuya rutina estaba compuestas por aventuras galantes, misas expiatorias y duelos con caballeros de la corte, y que para su ventura y desventura llegó a ser uno de los amantes de la reina Margot quien pasó a la historia por su belleza, su cultura y su capacidad para sobrevivir a mil y una intrigas, que la enemistaron ferozmente con su madre y sus hermanos, y especialmente por su apetito sexual. Era tan bella que todos los hombres querían cortejarla y acostarse con ella (y viceversa).
A todos y a cada uno de sus amantes los amó con pasión, como si fuera el último de sus días, pero se decía que la tragedia la perseguía y, sin poder evitarlo, la mayoría de sus amores caía irremediablemente en garras de la muerte. Siempre en busca del amor verdadero, se dice que jamás olvidó a ninguno de los hombres que la cortejaron y que conservó en frascos con formol los corazones de aquellos, e incluso, algunas cabezas.
La Molle sirvió a François, duque de Anjou y Alençon, Hermano de Margarita e hijo menor del rey Enrique II de Francia y Catalina de Médicis. En 1574 estuvo implicado en la Conspiración de descontento contra el rey, Carlos IX, que estaba gravemente enfermo, apoyado por el duque de Alençon. Sin que nadie supiera por qué, Margot denunció a su amante, el que le había confesado su participación cuando compartían la cama. Acusado de conspirar contra el rey Carlos IX, La Molle fue torturado cruelmente. Al amante de Margarita le arrancaron las uñas y le partieron los huesos, pero, aunque fue atrozmente torturado, no reveló los nombres de sus cómplices.
A continuación, le cortaron la cabeza en la Plaza de la Gréve, pero no sin antes enviar un saludo a su querida Margot desde el patíbulo. Según la leyenda, la arrepentida y desconsolada Margot ordenó secretamente que la cabeza de su bello amante dejara de ser expuesta públicamente en una estaca para guardarla en cloroformo, en un ataúd enjoyado, no sin antes haberle besado apasionadamente los labios.
William Shakespeare parece haber oído hablar del incidente y en el Acto IV, escena I de Enrique VI, el personaje William de la Pole, duque de Suffolk y amante de la reina Margarita, es decapitado. En la escena IV, Margaret lleva su cabeza a una conferencia en el palacio, donde llora y la abraza. También Alexandre Dumas en su novela La Reine Margot, transforma a La Mölle en Joseph- Hyacinthe Boniface de Lerac de la Mole, un protestante noble salvado por la reina Margarita durante la Masacre del día de San Bartolomé. Los descendientes ficticios de La Môle también ocupan un lugar destacado en la novela Rojo y negro de Stendhal.