El libro de la periodista Yael Zaliasnik revive la memoria de los detenidos desaparecidos en Chile. El texto explora el sentimiento de un proceso que jamás termina y que necesariamente busca una reparación.
Es difícil abordar “Memoriales vivos, paisajes para no olvidar”, sin pensar en la historia que sigue presente, que no se termina con una vuelta de página, con una mirada perdida. La periodista Yael Zaliasnik construye de manera personal un estudio sobre los memoriales de los detenidos desaparecidos de manera muy seria y profunda, donde ella se mete dentro de las actividades y representaciones que hacen que el recuerdo permanezca vivo. Es así como recorre espacios, reportea y registra gráficamente fenómenos vinculados a centros de tortura como Villa Grimaldi, la Venda Sexy o el desierto de Atacama. Estos espacios son convertidos por los parientes de los detenidos desparecidos en centros de encuentro o peregrinación donde se realizan manifestaciones silenciosas o a veces con discursos y música. Se mantiene viva la memoria de lo que fue y lo que será, de las personas que estuvieron y que de manera obligada ya no están. Se trata de ausencias forzadas, ausencias con nombre y sin respuesta. Ausencias que han tenido la complicidad de los que conocen la verdad y nunca han querido decir nada.
En el texto de Zaliasnik la tristeza de los familiares se ha convertido en acción. Esto lo reflejan, por ejemplo, las caminatas que se organizan hacia Villa Grimaldi, donde, según cifras obtenidas por los sobrevivientes, se calcula que estuvieron detenidas cerca de 5.000 personas, de las cuales 22 fueron ejecutadas en el lugar y 214 continúan desparecidas. La peregrinación se hace en Semana Santa. Los caminantes pasan por todas las estaciones y los peregrinos marcan su huella, un sendero que se convierte en memoria grabada en la tierra, en el suelo. Es así como lo explica el escritor y activista maya Pedro Uc Be cuando interpreta el pensamiento de su pueblo: “limpiar para poner huella, pero no cualquier huella es la de la planta del pie que camina, que reconoce que la madre tierra guarda la memoria, ella es quien se convierte en un papel en blanco para recibir la imagen del movimiento, del pie que camina”. Esta bella interpretación construye y recibe la necesidad, el sentimiento que exista una compensación, una intervención, una manifestación que deje un rastro. Una marca que permita que las personas avancen y de cierta forma recuperen a sus seres queridos.
Así como Zaliasnik menciona en el libro los memoriales de Villa Grimaldi y la Venda Sexy, también aparecen La Moneda y el desierto de Atacama. Estos últimos son lugares claves donde el dolor también ha estado presente como un centro neurálgico para personas que siguen buscando una explicación, una salida o simplemente una respuesta y una oportunidad para reconstruir los designios de sus propias vidas. La autora, que antes escribió “Memoria inquieta” (2016), busca mostrar las acciones y describir los procesos en general. A través de los testimonios de algunos de los protagonistas, la periodista reconstruye una realidad que ella conoce muy de cerca. Hay una búsqueda documental valiosa y comprometida, apoyada por estudios y citas a investigadores que confirman la importancia del fenómeno, la instalación de los lugares precisos, de espacios gobernados por el recuerdo, por la libertad de la reparación, de la construcción de un retrato que permita manifestaciones con pertenencia, consistencia propia. En este sentido, las palabras de la académica de la Universidad de Nueva York, Diana Taylor sobre el trabajo de Zaliasnik cobran especial importancia cuando la especialista dice sobre este libro que “La caminata por los espacios, sitios y temporalidades de la memoria en Chile postdictadura es larga, sin fin previsible, pero esencial para reparar y construir una memoria “colectiva, discutida, compartida”.