La muerte te rozó tantas veces que llegaste a reconocer su sombra. Pero para entonces ya te habías batido a duelo. O se estaba en una vereda o en otra. No había espacio para la ambigüedad
Te gustaba abrazar a los árboles. Mientras más grandes y robustos, mejor. Orillando los bellos parques de Washington, D.C., más de una vez me hiciste detener el auto para ir a poner tus brazos alrededor de uno. O varios. A veces les hablabas en susurros.
Patricia Verdugo, la periodista más destacada de Chile, la más conocida en el exterior, la que cosechó todos los premios y viajó por el mundo entero. Habías llegado a la cima, estabas plena, llena de proyectos y sueños. Quizás, como nunca, llevabas las riendas de tu vida, tenías el futuro a tus pies. Te fuiste en el mejor momento – a los 60-, demasiado temprano.
Habías tenido una vida interesante, por decir lo menos. Se ha dicho, una y otra vez, que nos haces mucha falta. Pero no por eso es menos cierto. Chile, sin duda, sería un mejor país si aún estuvieras entre nosotros. Pero la verdad es que estás más viva que nunca. Con motivo del 14 aniversario de tu muerte, La Red inauguró-el 13 pasado- el Premio Patricia Verdugo que busca distinguir al periodismo de investigación digital. Fue un bonito homenaje, tan merecido. Todo un gesto en un país tan reacio al reconocimiento.
Dejaste una huella profunda en la vida de mucha gente. A poco andar, instalada la dictadura, asumiste el compromiso de investigar y denunciar las sucesivas violaciones a los derechos humanos. Sacaste la voz y respiraste hondo. Sin pausa, sin tregua, sin una segunda lectura, con un periodismo de una acuciosidad insuperable. Perseguías la excelencia. No lo decías, pero detestabas la mediocridad. Eras implacable contigo y con los otros. Ninguna amenaza, ni siquiera la querella del mismísimo dictador pudo contigo y tu porfía, tu orgullo, tu coraje, tu vigor y tu rigor. Una vez que abrazaste la palabra, la empuñaste como tu espada de acero gloriosa. La afilaste y la cuidaste. Ella fue tu arma más poderosa, tu aliada más fiel, la que nunca te defraudó y tú nunca abandonaste.

La justicia, la verdad y la recuperación de la democracia fueron tus desafíos tempranos y terminaron como obsesiones apasionantes que sólo se extinguieron cuando tus ojos se cerraron y lanzaste el último suspiro de rendición. Te resististe hasta el final, hasta que la muerte te mostró sus fauces. Tu trayectoria entera fue una gran apuesta. Apostaste a la vida, al amor, a la justicia y a la verdad. Fuiste mala perdedora, te costaba aceptar la derrota, asumir el fracaso. Pero, decías, lo importante era hacer el intento.
Fuiste hija de la palabra y el dolor. Perdiste a quienes más querías, a ratos parecía una maldición. Acompañaste a tantos en su pérdida, en su búsqueda, en el silencio de los inocentes. Como periodista, salvaste vidas. Desafiaste al poder represivo, viajaste al infierno y regresaste. Te caíste y te levantaste en infinitas ocasiones. El miedo, el terror, te quitaron el sueño y el aliento. La muerte te rozó tantas veces que llegaste a reconocer su sombra. Pero para entonces ya te habías batido a duelo. O se estaba en una vereda o en otra. No había espacio para la ambigüedad. Y, como las cuentas de un rosario, fuiste pariendo una docena de libros, nacidos todos del dolor y la memoria. El eco de tu voz, que aprendimos a reconocer con el tiempo, fue creciendo hasta retumbar en los rincones más lejanos del planeta. Para aquellos que llegaron tarde, que no sabían o se negaban a saber. O se habían olvidado del dolor de los chilenos, de sus heridas abiertas, de la brutal represión ejercida en esa larga dictadura, de sus detenidos desaparecidos, de sus quemados vivos, sus exiliados, de la barbarie desatada.
Abrazaste las causas, las personas y los árboles. De una energía desbordante, habitaba en ti un sentido de urgencia y de deber cumplido que se fue acentuando con los años. La vida era corta, el tiempo corría, el mundo no era suficiente. Tenías tanto por aprender, por comunicar, compartir lo que había sucedido, encontrarle un sentido a tanto sufrimiento. Sin ayer no hay mañana, la memoria es clave para creer en un futuro, solías decir. Acuñaste la frase de la gran Estela de Carlotto: lo que no se juzga se repite.

Recuerdo que me decías que la gente se dividía en dos categorías: confiable y no confiable. Hoy, como testigo de un gobierno saliente y otro entrante, tu frase me hace más sentido que nunca. Trabajaste en la construcción de un país que tanto amaste, que soñaste y te empeñaste en reconocer como posible. Una patria justa, una patria amable donde nadie sobrara. Una sociedad que fuera genuinamente solidaria el año entero de modo que la suerte de cada chileno y chilena no estuviera echada según la cuna en que se nace o el apellido que se lleva. En tus textos, entrevistas, encuentros, reiteraste en forma inequívoca que la verdadera globalización nace de la justicia, el respeto a los derechos humanos, la participación ciudadana y la convivencia democrática. Fuimos muchos los que compartimos ese compromiso y te acompañamos en esa convicción.

En estos catorce años de tu ausencia Chile ha atravesado tiempos oscuros. Pese a todo, o quizás precisamente por aquello, hemos emprendido un largo viaje de aprendizaje. Una metamorfosis personal y colectiva a la vez, golpe a golpe. Te entusiasmaría el Chile de hoy, sediento de cambios, hinchado de esperanza, expectante en medio de tanta incertidumbre. La gente quiere romper su soledad, necesita transitar por puentes de confianza, derribar los muros de sospecha, hablar de sus problemas, sus temores, tras cuatro años de monólogos, con un presidente sordo y mudo, desconectado de la ciudadanía. Dejamos atrás una revuelta social que sacudió al país hasta sus cimientos (las réplicas aún se sienten). Nos encerró la pandemia, que nos cambió para siempre. El año pasado nos pasamos votando. Hemos sido testigos del nacimiento de la Convención Constitucional que tiene como misión – ¡al fin!- la redacción de una nueva Constitución. No puedo dejar de pensar y decirte que habrías sido una espléndida constituyente. Pasamos mucho susto con las elecciones presidenciales: nos mordimos las uñas con la primera vuelta y brindamos con emoción para celebrar el triunfo de Gabriel Boric en la segunda. No sé si alcanzaste a conocer al presidente electo: joven, comprometido, inteligente, compasivo. Somos muchos y muchas quienes también hemos hecho apuestas altas.

El temor ha ido cediendo lugar al optimismo y una nueva generación comienza un capítulo inédito en nuestra historia nacional con un lenguaje distinto, una práctica diferente de hacer política, de más transparencia y sintonía con las personas. Los milenials ocuparán La Moneda con una agenda ambiciosa, audaz, que deberá dar la pelea en un Congreso empatado. No será fácil, lo sabemos. Se avecinan tiempos desafiantes que exigirán lo mejor de lo nuestro, tanto de gobernantes como gobernados. Qué pena que no estés para vivirlo. Y contarlo. De otro modo, estarías desenfundando la espada, exigiendo respuestas, interpelando al poder, amasando los sueños para transformarlos en certezas colectivas. Con tu vitalidad contagiosa, tus urgencias que no pueden esperar porque la dignidad es imperativa, una prioridad impostergable. En tu libro Bucarest 187 dices “la vida es un proceso y en las manos de los jóvenes está hacer de Chile un país más justo y más digno.” La gente ya no pide, sino que demanda, con la mirada vigilante. Las mujeres, empoderadas, encontraron su voz, como tú, y enarbolan las banderas de la igualdad de género, la autonomía y el rechazo a la violencia en todas sus formas.

Tengo una foto tuya sobre mi escritorio. Te ves bella, sonriente, de perfil. Con tu pelo corto canoso, tu piel morena y tersa. Pocos meses antes de morir. Te hablo a menudo, mi amiga-hermana. Como a Cecilia, mi otra hermana. Quisiera creer que están juntas. Extraño tus instrucciones, que llamabas sugerencias, tus correos diarios que solían terminar con un mismo mensaje majadero: ¡escribe, escribe, escribe! En un post data me decías: “Enséñame a escribir novelas”. No tuvimos tiempo. Han partido amigos comunes y queridos, gente valiosa que hizo grandes aportes a Chile (en estos días hablo más con los muertos que con los vivos). Todos ellos, al igual que tú, viven en nuestra memoria, forman parte de nuestra historia, nuestras vidas. Ahora y siempre.
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buena y sicera imágen de una grande del periodismo y la vida