Por Sergio Molina Monasterios (*)
Para la clase media y los sectores populares urbanos que participaron en las movilizaciones masivas que culminaron en el derrocamiento de Evo Morales, no hubo ni golpe (sino revolución) ni defensores del gobierno reprimidos y baleados (sino hordas de indios puestos bajo control).
Las pititas (cuerdas, hilos, sogas, etc., que se utilizaron para bloquear calles en las ciudades) y de las que se burló Evo Morales diciendo que así no se bloqueaba, fue el nombre que se autoimpusieron estos grupos movilizados y que subsiste hasta hoy.
Estos grupos, sin embargo, tuvieron en un inicio pulsiones profundamente democráticas, puesto que consideraban que Morales había violentado la democracia en dos ocasiones y que ya era demasiado. En primer lugar, años atrás cuando se resistió a cumplir el resultado del plebiscito que perdió y por el cual quería cambiar un artículo de la Constitución que prohibía expresamente una tercera reelección. Para eludir el mandato de las urnas, arguyó que se violaban sus derechos humanos al impedirle ser candidato, para lo cual pidió al Tribunal Constitucional (que controlaba), que se pronunciara al respecto, lo que consiguió sin problemas y se presentó a las elecciones del 20 de octubre pasado por tercera vez consecutiva.
Estos grupos, sin embargo, tuvieron en un inicio pulsiones profundamente democráticas, puesto que consideraban que Morales había violentado la democracia en dos ocasiones y que ya era demasiado.
Pero, sobre todo, la población se movilizó un día después de esas elecciones, cuando el Tribunal Supremo Electoral de manera sorpresiva anunciara una ventaja suficiente para la victoria en primera vuelta de Evo Morales, en base a los resultados de conteo rápido a más del 90 por ciento (previamente la diferencia entre el primero y segundo obligaba a que se realizara una segunda vuelta).
Fue la gota que rebalsó el vaso (un vaso que se había ido llenando con el giro autoritario y pendenciero de Morales y su incapacidad para considerar un liderazgo fuera del suyo y de leer la situación política); y lo que produjo un movimiento popular que, con ayuda de los policías amotinados y los militares, terminaron con un gobierno de casi 14 años, el más largo y quizá uno de los más exitosos de la historia boliviana.
El golpe de Estado que lo derrocó no es la única explicación del profundo proceso de movilización popular contrarrevolucionaria y reaccionaria que en estos momentos vive Bolivia, pero es quizá la constatación de la mayor derrota del campo popular desde 1985, luego del retorno de la democracia con el presidente Hernán Siles Suazo (1982-1985).
El golpe de Estado que lo derrocó no es la única explicación del profundo proceso de movilización popular contrarrevolucionaria y reaccionaria que en estos momentos vive Bolivia, pero es quizá la constatación de la mayor derrota del campo popular desde 1985, luego del retorno de la democracia con el presidente Hernán Siles Suazo (1982-1985).
Es época de balances todavía y se deberá analizar muchos claroscuros para hacer un recuento objetivo y final del gobierno de Morales, sobre todo respecto a su política de plurinacionalidad e inclusión de las mayorías indígenas y sobre el estatismo desarrollista de su política económica, sin embargo, en este artículo no desarrollaremos esos aspectos relevantes sino las perspectivas políticas de cara a las próximas elecciones.
La senadora Jeanine Añez que el 12 de noviembre asumió interinamente la presidencia de la República luego de un acuerdo con las fuerzas mayoritarias del MAS en el Congreso y con la anuencia de los militares, tiene el mandato de hacer dos cosas fundamentalmente: posesionar un nuevo tribunal electoral (cosa que se hizo) y convocar a elecciones (lo que aún está en veremos). Sin embargo, muy influenciada por uno de los líderes de las movilizaciones contrarrevolucionarias, un cruceño que se hace decir el “Macho” y que tiene varios de sus cercanos en ministerios claves, inició una política de “descabezamiento” del MAS, esto es, de erradicación del Estado a los seguidores de Morales (que habían medrado de él por muchos años y que estaba plagado de corrupción), para poner en su lugar a incondicionales a ellos. De cualquier forma, es poco probable que extienda más allá de lo razonable su interinato y deberá convocar a elecciones en los próximos meses para lo cual las fuerzas políticas comienzan a perfilarse en tres frentes distintos.
En primer lugar, Carlos Mesa y quienes lo respaldaron en la elección de octubre, cuando lo encumbraron en el segundo lugar (sino más) y a quien le arrebataron la posibilidad de competir democráticamente en una segunda vuelta gracias al fraude que permitió o incentivó Morales. Sin embargo, Mesa, en estas semanas que parecieron eternas, desapareció del abanico político y se transformó del político que podía derrotar e Evo (como se presentó en esa oportunidad) en un espectador de los acontecimientos que no supo estar a la altura o, por lo menos, en quien estuvo inmóvil en una época que demandaba acción.
En segundo lugar, Luis Fernando Camacho, El Macho mencionado más arriba, que de ser un oscuro líder de las juventudes cruceñistas (la organización cívica de Santa Cruz, profundamente reaccionaria y cooptadas por logias de distinto signo), se convirtió en el protagonista de los bloqueos con pititas, en el autor del ultimátum a Morales y en el héroe de las decenas de miles de jóvenes movilizados por su arrojo y temeridad.
Solo recientemente se supo que además de todo eso, fue su familia la que negoció con los militares neutralidad durante el golpe (por tanto, su insubordinación al poder civil democrático), lo que explica mejor las acciones que terminarían con el derrocamiento de Morales y también de su supuesta valentía.
Camacho, junto a otro dirigente sindical muy joven, Marco Pumari, éste último potosino, indígena, con fuerte presencia en una zona minera que a lo largo de los últimos años comenzó a serle muy adversa a Morales, fueron las dos figuras que emergieron de estas movilizaciones desplazando a políticos con muchos años de trayectoria como el expresidente Carlos Mesa.
Ambos se convertían así en la dupla imbatible y soñada. Sin embargo, hace unas semanas, Camacho filtro un audio en el que supuestamente Pumari le pedía el control de la aduana de Potosí (una fuente tradicional de corrupción en Bolivia) y muchos miles de dólares para ser su candidato a vicepresidente. Camacho y Pumari rompieron su alianza y se dejaron de hablar. Aquella alianza entre el camba (de la zona oriental del país) con el colla (de la zona occidental), del empresario y el dirigente indígena, ambos jóvenes y sin un pasado ni vínculos directos con la política tradicional, se hacía añicos.
Pero la ruptura duró poco. Como Camacho vio que las encuestas sin Pumari le eran adversas, se reunió nuevamente con él por largas horas (esta vez sin grabaciones conocidas) y, al salir de ese encuentro del que se sabe poco, volvieron a abrazarse y se autoproclamaron como candidatos en la futura elección; y, hay que agregar, con buenos chances de ganar porque representan el atimasismo furibundo que se apoderó de buena parte del país.
Porque el MAS, el partido de Morales es el tercero en discordia. Si bien aún no ha definido quién será su delfín, probablemente Andrónico Rodríguez, el vicepresidente de los cocaleros (federación que Evo preside desde su inicio como dirigente político); o el excanciller David Choquehuanca; o la senadora Adriana Salvatierra, del ala dura del MAS; o quizá el ex ministro de Economía (Hacienda) Luis Arce; se trata de un partido con chances de mantener más allá del 30% pero con pocas posibilidades de ganar en segunda vuelta.
La paradoja es que la elección del delfín de Morales se hará desde el exilio en Buenos Aires, con su partido dividido (en Bolivia, quienes forman parte del Congreso se han dividido entre el ala más cercana a Morales y quienes han hecho algunas concesiones al gobierno para dar gobernabilidad a Añez), cuando podría haber hecho lo mismo años atrás, pero en esa ocasión en la cresta de su popularidad y con la certeza de que su delfín hubiera ganado las elecciones para él volver en gloria y majestad años después. Pero no fue así, ese el peligro de creerse insustituible.
La paradoja es que la elección del delfín de Morales se hará desde el exilio en Buenos Aires, con su partido dividido
En cualquier caso, entre esas tres fuerzas se dirimirá la victoria (con otros candidatos de decorado), pero siempre con la posibilidad cierta, como siempre en Bolivia, de que todo se descarrile y haya nuevos episodios de violencia e ingobernabilidad, si no se llama a elecciones, por ejemplo, o si no se respeta la voluntad popular, o si se incumple lo comprometido a los militares. En cualquier caso, 2020 será un año de definiciones en Bolivia, al igual que en toda América Latina, y se comprobará si las pititas tienen tanta resistencia como mostraron hasta ahora.
En cualquier caso, 2020 será un año de definiciones en Bolivia, al igual que en toda América Latina, y se comprobará si las pititas tienen tanta resistencia como mostraron hasta ahora.
(*) Boliviano y chileno, analista político y Doctor en Estudios Americanos