Pirro, a la cabeza de la Cámara en Estados Unidos. La rendición del partido republicano a la minoría de ultraderecha.

por Osvaldo Rosales

Pirro, una especie de rey de Epiro (N y O de Grecia) ostentó brevemente la corona de Macedonia y si bien está considerado como uno de los mejores generales de su época y uno de los principales rivales de la Roma de la República, su paso en la historia recoge más los costos de sus conquistas que sus logros.

Las llamadas Guerras Pírricas parten con la batalla de Heraclea (280 A.C). Pirro vence en esa batalla, pero perdiendo 13.000 de sus 25.000 soldados. Su ejército quedó tan diezmado que no pudo tomar Roma ni presionarla, al punto que hubo de ofrecerle una tregua a Roma, la que no que no fue aceptada por el Senado romano. Al año siguiente viene la batalla de Ausculum, donde nuevamente los griegos se alzan con la victoria, si bien una “victoria pírrica”. De hecho, los cronistas recuerdan que Pirro exclamó: ”Otra victoria como esta y tendré que volver solo a casa”. Surge allí el concepto de “victoria pírrica”, esto es, una victoria mínima, con un costo tan elevado que incapacita para nuevos combates.

Una victoria pírrica.

Una “victoria pírrica” ha sido la expresión más utilizada en la prensa norteamericana para informar la asunción del republicano Kevin McCarthy a la presidencia de la Cámara de Representantes. Varios días y 15 rondas de votaciones fueron necesarias para que McCarthy obtuviese dicho logro.  

La Cámara de Representantes está hoy conformada por 435 miembros, de los cuales 222 son republicanos y 213 demócratas.[1] Para alcanzar la Presidencia de la Cámara y ostentar el título de “speaker”, se requiere alcanzar el 50% más uno de los votos, es decir, 218 preferencias. Parecía entonces un trámite fácil para los republicanos pues superaban ese guarismo. Sin embargo, la rebelión de 20 republicanos del ala más ultra- nacionalista (agrupados en el House Freedom Caucus) complicó la faena. Hasta la 12ª. votación, el demócrata Jeffries encabezó las votaciones, obteniendo sistemáticamente los 212 disciplinados votos demócratas, pero sin alcanzar los 218 votos requeridos. Los votos republicanos se repartían entre Mc Carthy y 20 a 21 votos de los rebeldes ultras que se negaban a votar por McCarthy y levantaban diversas candidaturas.

De allí en adelante, McCarthy, concesión tras concesión, empieza paulatinamente a ceder a las presiones ultras, abandonando posturas previas. En la 15ª. votación, McCarthy consigue los 216 votos que le permitieron acceder a la presidencia de la Cámara. Los votos ultras se dividieron entre votos por sus propios candidatos y 6 modalidades de abstención (“presentes”, en la terminología de la Cámara), lo que permitió rebajar el umbral de la mayoría de 218 a 216 votos.      

La última vez que se necesitaron más de 13 votaciones fue en 1859. En las últimas de las 15 rondas de votación, la confrontación entre los propios republicanos casi llegó a la confrontación física. Acusaciones cruzadas de grueso calibre iban y venían. La representante republicana de S. Carolina, Nancy Mace llegó a decir “tengo acidez estomacal severa por una negociación que no fue transparente”. Varias de esas acusaciones continuaron incluso después de la última votación.  

McCarthy obtiene la presidencia y se somete a los neopatriotas de Trump

Entre las concesiones otorgadas por McCarthy a la ultraderecha republicana destacan el debilitamiento de las reglas de la Cámara y de su propio Presidente, potenciando el rol de veto de la minoría ultraderechista. En efecto, i) McCarthy finalmente accedió a que bastará que sólo un miembro de la Cámara pueda forzar una votación del pleno para impulsar la salida del Presidente; ii) le otorgó más asientos al House Freedom Caucus (los ultras) en el Comité de Reglas, el que establece los parámetros para los debates en el pleno; iii) les otorgó también puestos claves en el comité republicano; iv) se comprometió a no participar y a mostrar prescindencia en las próximas primarias republicanas; v) aceptó enmiendas ilimitadas en proyectos de ley de gastos y vi) también aceptó que el partido mayoritario de la Cámara (o sea, el Partido Republicano) apoye un proyecto de ley antes de ser sometido al pleno.

En la práctica, las presidencias de los Comités deciden que leyes se debaten, por tanto, las citadas concesiones no sólo debilitan la función del Presidente de la Cámara, sino que potencian el papel disruptivo y obstruccionista de la minoría extremista, dificultando severamente cualquier acuerdo entre demócratas y republicanos. La espada de Damocles estará pendiendo sobre la cabeza de McCarthy, amenazado de un veto permanente a cualquier aproximación con los planes legislativos del gobierno. Se entiende entonces que el Washington Post augure “un caos legislativo para los próximos dos años, con un McCarthy condenado a dos años infernales”. Por de pronto, se anticipa que dos hechos relevantes que sobrevendrán en el segundo semestre de 2023 serán el futuro cierre del gobierno por algunas semanas o quizás meses ante la negativa de la Cámara a elevar el techo de la deuda pública, por una parte, y por otra, la presión de los republicanos para que el nivel del gasto público del año fiscal 2024 retroceda a los niveles de 2022. Esto último, de concretarse, significaría recortes significativos en el gasto social, en derechos reproductivos y sociales y probablemente también en defensa. Es probable que estos recortes afecten también la agenda de infraestructura y de una nueva política industrial recientemente aprobadas durante la última parte del 2022.

En síntesis: i) la Presidencia de la Cámara parte con extrema debilidad, ii) debilitando su propio accionar, iii) acrecentando el poder de veto de la minoría ultraconservadora en el Partido y en la Cámara; iv) debilitando al Partido Republicano, dado que buena parte de las concesiones otorgadas a los ultras no cuentan con el apoyo de los republicanos moderados.

Como Pirro en la antigüedad, McCarthy luchó y luchó hasta obtener su ansiada Presidencia de la Cámara y la obtuvo a costa de la humillación pública en 15 dramáticas sesiones de votación, sacrificando al Congreso, la institucionalidad democrática y la credibilidad y gobernabilidad de su propio partido.

Este Pirro contemporáneo se rindió a las presiones de estos “neopatriotas”, facilitando una agenda radical de derecha, dificultando acuerdos entre gobierno y oposición, frenando severamente el accionar legislativo del gobierno. De este modo, 21 de los 222 representantes republicanos lograron imponer sus posturas en una Cámara que reúne 435 representantes. Estas posturas, expresadas en las diversas candidaturas que levantaron estos neopatriotas, recibieron el rechazo sistemático del 90% de los miembros republicanos y del 95% del total de legisladores de la Cámara, republicanos y demócratas. Sin embargo, consiguieron imponerse.

McCarthy también concordó en crear un nuevo subcomité, al alero del Comité Judicial, con amplios poderes pues podría supervisar “las investigaciones criminales en curso”. Se trataría básicamente de frenar las investigaciones que conducen el Departamento de Justicia y el FBI en contra de Trump, tanto por la presencia de documentos oficiales en Mar-a Lago como por su conducta en el ataque al Capitolio el 6 de enero de 2022. Junto con frenar estas investigaciones, este subcomité buscaría llevar el foco hacia lo que denominan “la militarización del gobierno federal” y “la amenaza a las libertades ciudadanas”, las que supuestamente caracterizarían la gestión de la administración Biden. 

Según estos afiebrados republicanos, el FBI se habría politizado, atacaría injustamente a los estadounidenses conservadores y estaría expulsando a los funcionarios que no sintonicen con su agenda izquierdista (The Hill, 9 enero). En la opinión de representantes demócratas, “se trataría de un intento por inyectar políticas extremistas en nuestro sistema de justicia y de proteger al movimiento MAGA (Make America Great Again) de las consecuencias legales de sus acciones“ (The Hill, 9 enero).   

Dilemas en el partido Republicano.

La publicitada “marea roja” (el color de los republicanos) no se dio en las elecciones de noviembre 2022. Los republicanos no consiguieron recuperar el Senado y la ventaja que obtuvieron en la Cámara resultó bastante menor a la que esperaban. Buena parte de estas malas noticias tiene que ver con malos candidatos electos en las primarias, los mismo que fueron activamente promovidos y apoyados por Trump. De hecho, varios destacados líderes republicanos, más moderados, optaron por no participar en tales primarias, temerosos de enfrentar a la barra trumpista que mantiene aún un fuerte control de las primarias. Los candidatos de Trump fueron derrotados en distritos claves, siendo rechazados tanto por independientes como por republicanos moderados.

La demostración de ingobernabilidad republicana con que asume McCarthy le plantea importantes desafíos al Partido Republicano para las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales de noviembre 2024. Requiere elegir buenos candidatos, dispuestos marcar sus diferencias con los ultras del propio partido y a superarlos en las primarias. Ello conducirá a enfrentamientos relevantes con Trump y sus seguidores. En la medida que los ultraconservadores acentuarán las diferencias y las polémicas con el gobierno, los conservadores moderados deberán transitar por un estrecho sendero que les permita validar sus posturas divergentes ante el gobierno, pero sin caer en el obstruccionismo a todo evento que promueve el House Freedom Caucus. Difícil tarea.

El rol zigzagueante de McCarthy parece aportar poco en esta línea. Crítico de las acciones de Trump en el asalto al Capitolio, luego se acerca a Trump y lo visita en su casa de veraneo en Mar-a Lago, otorgándole todo su apoyo, sabedor que a su vez él necesitaba el apoyo de Trump para acceder a la Presidencia de la Cámara. Las excesivas concesiones que acaba de otorgar a los neopatriotas tampoco le auguran una buena relación con la mayoría más moderada de su partido en la Cámara.   

El movimiento Tea Party se apodera del GOP

El Tea Party es un grupo interno del Partido Republicano. Al Partido Republicano se lo denomina en USA el GOP (Great Old Party). Los fracasos electorales del GOP en 2008 indujeron a que republicanos descontentos formasen la facción del Tea Party. En su nacimiento, el Tea Party surge como un movimiento anti-Obama, promoviendo el conservadurismo fiscal. En esa tónica presionan por rebajas de impuestos, reducción de la deuda y déficit fiscales; buscan un gobierno pequeño, reduciendo su tamaño y sus funciones. Más adelante complejizan su agenda oponiéndose a esquemas de atención médica universal, a la regulación ambiental, descreen del cambio climático y se oponen a la Agenda 21 de las Naciones Unidas. También se han opuesto a los mandatos de vacunas para enfrentar el Covid.

Tras bloquear exitosamente varias propuestas sociales de Obama, van incrementando su influencia en el GOP, capturando gradualmente su máquina organizativa, apoyados en el apoyo financiero de grandes empresarios y en la activa complicidad de medios como Fox News Channel. Es así como generan las condiciones para la llegada de Trump a la Casa Blanca.

El Tea Party es básicamente un partido o dentro de otro partido” (Blum, 2020)[2], el que hoy se mueve con comodidad en el House Freedom Caucus, si bien entre ambas instancias los vasos comunicantes son cambiantes. Este Caucus se formó en 2015 en la Cámara de Representantes, fundado por miembros del Tea Party, con el objetivo de impulsar el liderazgo del GOP hacia posturas más y más de derecha. A su vez, dentro del Freedom Caucus se ha ido gestando el ya mencionado MAGA, lo que constituiría el ala más extremista y más leal a Trump.  

Repercusiones más allá de Estados Unidos.

La pérdida de convicciones democráticas en el Partido Republicano se acentuó a partir de 2010 cuando el movimiento Tea Party gradualmente se va apropiando de puestos claves hasta conseguir la nominación de Trump. La candidatura y posterior gobierno de Trump catapulta el carácter nacionalista, populista, proteccionista y erosionador de la institucionalidad democrática que viene caracterizando a los republicanos en los últimos años. La gestación del grupo MAGA consolida estas posturas, conformando la fracción que obstaculizó hasta última hora la nominación de su compañero de partido McCarthy a la cabeza de la Cámara, el segundo puesto en la línea de sucesión presidencial.

El comportamiento del MAGA ya viene conformando un comportamiento de texto en estos grupos de ultraderecha. Se pueden listar estos rasgos: i) se autoidentifican con los símbolos patrios; ii) se autodefinen como “los auténticos patriotas” y reserva de la nacionalidad anta la patria amenazada por los “ismos” (izquierdismos, feminismos, ambientalismos, globalismos y derechos sexuales y reproductivos); iii) establecen una relación oportunista con la institucionalidad democrática, participando en elecciones pero cuestionándolas como ilegítimas y “un robo” cada vez que son derrotados en buena lid; iv) hacen un uso intenso y bien articulado de las redes sociales, difundiendo “fake news” y mensajes de odio que polarizan la sociedad; v) atemorizan particularmente a los sectores medios, en estrecha alianza con los principales medios de comunicación, concentrando el mensaje en las amenazas de la migración, de la delincuencia y vi) subrayan la incapacidad e impotencia de “los políticos “ para abordar estos temas.

Probablemente en estrecha alianza con Steve Bannon, el gurú de la nueva Internacional de la ultraderecha, encontramos estos comportamientos en Estados Unidos con Trump y el asalto al Capitolio; con Bolsonaro y la toma de los edificios de los tres poderes en Brasilia. Un rasgo clave en todos estos casos es cómo, al inicio, la derecha tradicional se acerca a estos grupos para ampliar su base respecto de las fuerzas progresistas, convencida de que podrá manejarlos. En la medida que los grupos de ultraderecha van contaminando el debate nacional, imponiendo consignas y temores, la derecha moderada empieza a ceder espacios por mera “táctica de coyuntura” hasta que gradualmente va cayendo en la trampa y termina adoptando, si no todo, buena parte del discurso populista, nacionalista y antidemocrático. Más temprano que tarde, es la ultraderecha la que termina imponiendo el discurso y las consignas, arrastrando a la derecha democrática a posturas que otrora le eran impensables.  No fue el Partido Republicano el que asimiló al Tea Party; es el Tea Party el que se ha ido apoderando del Partido Republicano. En España, no es el PP el que ha conseguido domesticar a Vox; es lamentablemente Vox quien viene definiendo el sendero por el que transita el PP. En Chile, la UDI y RN le tendieron una mano al ultraderechista Kast para contar con más votos contra la centroizquierda y finalmente terminaron apoyándolo como su candidato presidencial en 2021. Hay que recordar como Kast se sumó a las denuncias de Bolsonaro de que la victoria de Lula había sido un fraude.

La conclusión debiera ser bastante clara: la defensa de la democracia no debe admitir matices. Los demócratas no deben aceptar ni las presiones ni las consignas odiosas de los neopatriotas, denunciándolos y evitando aliarse con ellos. Frente a temas complejos de gobernabilidad, las soluciones simplistas y autoritarias de la ultraderecha conducen al fracaso. Las crisis de la democracia deben resolverse con más democracia. Las victorias a lo Pirro sólo debilitan a la democracia.  Parafraseando a Radomiro Tomic: “cuando la derecha gana con la ultraderecha, es la ultraderecha la que gana”              


[1] Un demócrata electo por Virginia, McEachin, falleció a fines de noviembre, tras ser electo. A mediados de febrero se realizará una elección especial para ocupar esa vacante. Mientras tanto, el pleno operará con 434 miembros y con 212 votos demócratas.

[2] Ver “How the Tea Party captured the GOP”, Rachel Blum, The University Chicago Press, 2020)

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1 comment

Manuel José Prieto enero 12, 2023 - 6:51 pm

Excelente artículo.

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