Por Luis Breull
Desde el 18 de octubre pasado Chile vive una nueva realidad. Un espacio cuyos márgenes de lo cotidianamente normal se redefinieron en medio de multitudinarias manifestaciones ciudadanas pacíficas, junto con actos de violencia incubados por células anarquistas en las propias marchas a costa de incendios y saqueos, así como por la acción represiva policial sistemática acompañada de violaciones a los derechos humanos.
Un país alterado no solo por los primeros días con Estado de Emergencia, toque de queda, militares en las calles, sino en todo su desenvolvimiento cotidiano –transporte público y desplazamientos incluidos-, afectado también en su estabilidad psíquica y capacidad comprensiva de lo que nos está pasando.
Nuevo mapa de realidad
¿Qué cambió con la quema masiva de estaciones de metros y los llamados a evadir el pasaje, que dieron origen a este estallido social?
En primer lugar, la mirada frente al espejo de una silenciosa sociedad constantemente endeudada y abusada. Emergió el grito de ciudadanía que por décadas consideró normal soportar bajos sueldos y precarización laboral, remedios y alimentos de altos precios o en colusión, un transporte público deficiente y caro, una educación pública incompetente, sistemas de salud de estatales de cobertura incompleta e incapaces de responder a tiempo a las demandas, acompañado de jubilaciones miserables para nueve de cada diez cotizantes de las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP).
En primer lugar, la mirada frente al espejo de una silenciosa sociedad constantemente endeudada y abusada.
En segundo lugar, la paciencia para esperar que el mercado -en su libre juego de oferta y demanda- pudiera responder a las urgencias y deseos de cada individuo en relación con su mérito o esfuerzo, como sujeto aislado, desvinculado socialmente de otros en su misma condición. Un espacio público reglado por un Estado subsidiario, reducido solo a la mantención de la seguridad externa, el orden público interno y el respeto a la propiedad privada.
Un tercer factor de cambio se expresa en la rápida mediatización del estallido social desde la TV abierta, las radios y la prensa escrita, en donde el tratamiento inicial fue extenso e ininterrumpido.
Un tercer factor de cambio se expresa en la rápida mediatización del estallido social desde la TV abierta, las radios y la prensa escrita, en donde el tratamiento inicial fue extenso e ininterrumpido. Principalmente en la gran pantalla y en las radios informativas, que compitieron a su modo con la escalada explosiva de memes, vídeos y posteos en redes sociales (donde circuló desde el principio una gran cantidad de material recogido desde las calles, visibilizando situaciones controvertidas, abusos policiales y denuncias que no tenían fácil cobertura en los canales de televisión).
Interesado en bajar el tono de las transmisiones, se reunió con los directores de prensa y directores ejecutivos de los canales de TV abierta para pedirles contención y mesura en el tratamiento y difusión de hechos producidos en el marco de estas protestas.
Tanta fue la alerta inicial que para directivos de algunos canales y empresas de telecomunicaciones se evaluó la necesidad o no de mantener las señales al aire y ralentar las velocidades de navegación de los sistemas 4 G de los teléfonos móviles para ayudar a desmovilizar a los marchantes. El Gobierno –a través del Presidente Sebastián Piñera y los ministros Andrés Chadwick, Cecilia Pérez y Alberto Espina-, particularmente interesado en bajar el tono de las transmisiones, se reunió con los directores de prensa y directores ejecutivos de los canales de TV abierta para pedirles contención y mesura en el tratamiento y difusión de hechos producidos en el marco de estas protestas. Llamado que tuvo efectos paulatinos en el tratamiento editorial y periodístico de la crisis, con un fuerte componente de policialización de los acontecimientos, visibilizando principalmente la violencia y los saqueos.
Camino a la redención populista
Pasadas las primeras semanas, incluida la millonaria participación de civiles en las marchas del 25 de octubre, se normalizó la cobertura televisiva del estallido social en los paneles matinales de La Red, TVN, Mega, CHV-CNN Chile y Canal 13. La opción fue validar las demandas sociales, disociadas de las manifestaciones callejeras, y acogerlas en debates con parlamentarios, ministros, dirigentes sociales de base, representantes de organizaciones no gubernamentales y entrevistados NN.
Un espacio donde los conductores de programas –paradójicamente quienes encarnan los mayores índices de desigualdad de ingresos en sus propias estaciones- sirvieron de catalizadores de esta crisis, reconociendo en lenguajes emocionales la realidad del malestar social. Agregando a menudo a sus comentarios las voces de expertos para buscar caminos de salida.
Un espacio donde los conductores de programas –paradójicamente quienes encarnan los mayores índices de desigualdad de ingresos en sus propias estaciones- sirvieron de catalizadores de esta crisis, reconociendo en lenguajes emocionales la realidad del malestar social.
Todo radicado en transmisiones matinales franjeadas con la compulsión a recoger testimonios orientados al populismo mediático. Esa búsqueda rápida y fácil de la empatía emocional primaria con el telespectador, a través de la crítica a las pensiones de 100 mil pesos o a los bajos sueldos, como si por primera vez se percataran de esa realidad en Chile.
Un espacio de normalidad en donde igual hubo ciertas salidas de madre de algunos panelistas que llevaron a la rápida reestructuración de los mismos, con varios despidos o alejamientos, después de ásperos diálogos o recriminaciones en torno a las raíces del malestar social y el rol de las élites políticas. Tales fueron los casos del abogado Daniel Stingo en TVN y Mauricio Jürgensen en Canal 13 (seguidos de Marcela Vacarezza, Karol Lucero, Ignacio Gutiérrez, entre otros).
Un espacio de normalidad en donde igual hubo ciertas salidas de madre de algunos panelistas
¿Invisibilizar o elitizar?
Así como los matinales televisivos se apropiaron de los relatos dramáticos y testimoniales de la crisis social, los horarios de las tardes se descolgaron de los acontecimientos callejeros, excepto cuando se desataban hechos de violencia manifiesta a cargo de anarquistas y encapuchados, al anochecer.
Ya no es posible que las señales de libre recepción informen de las marchas y movilizaciones cotidianas cuando comienzan o se desarrollan. Solo a través de las señales de noticias de la TV de pago se puede seguir monitoreando la Plaza Italia por las tardes, símbolo y termómetro del malestar social y las movilizaciones, así como acciones de violencia.
Solo a través de las señales de noticias de la TV de pago se puede seguir monitoreando la Plaza Italia por las tardes, símbolo y termómetro del malestar social y las movilizaciones, así como acciones de violencia.
Un claro signo de elitización de la cobertura y de restricción al alcance informativo de estos hechos noticiosos. También una forma de derruir el derecho a la información de los grupos ciudadanos que preferentemente se mantienen conectados a la realidad mediante los canales de TV abierta. Y un fenómeno que en comunicación se conoce como agenda cutting, que refiere a cómo un periodístico –en este caso de alto impacto- hace su retirada sostenida de las transmisiones informativas y pierde presencia en las conversaciones cotidianas hasta desaparecer.
Crisis de sentido
Un último punto relevante a considerar en este balance del primer mes del estallido social se vincula con el asincronismo o descalce del tiempo propio de la política versus el tiempo de los medios de comunicación. Un asunto fácilmente perceptible en el tratamiento de la firma del Acuerdo por la Paz y el llamado a plebiscito para resolver si se reemplaza la Constitución de 1980 por una nueva.
Con este ritual político transmitido en vivo durante horas por los canales de Televisión, se asistió a uno de los episodios claves de la política chilena en las últimas décadas, pero que careció de una capacidad de ser contextualizado y proyectado –acogiendo su valor y sus críticas- en imágenes y argumentos sólidos.
Las distintas señales se plegaron al evento como si inmediatamente implicara el retorno al camino de paz social perdida –cuestión tan ingenua como falsa en lo inmediato-, como si a raíz del malestar del estallido social radicara en abrir una ventana a cambiar la Constitución política.
Es aquí donde el periodismo requiere una capacidad de proyectar y comprender los temas en todas sus aristas complejas en el corto, mediano y largo plazo. Una prueba que implica en los conductores y entrevistadores dejar de lado su propio sentido común pre – estallido social, sus miedos y condiciones de privilegio respecto de los ciudadanos comunes, para empatizar con este nuevo paisaje social, donde más que certezas navegamos con incertidumbres.
Una prueba que implica en los conductores y entrevistadores dejar de lado su propio sentido común pre – estallido social, sus miedos y condiciones de privilegio respecto de los ciudadanos comunes, para empatizar con este nuevo paisaje social, donde más que certezas navegamos con incertidumbres.
Especialmente por el derrumbe e insuficiencia de los viejos paradigmas periodísticos que se contentaron con explicar el bienestar de los chilenos solo como conspicuos consumidores de temporada –más que ciudadanos- en una sociedad de libre mercado, donde el relato empírico de su satisfacción de vida consistió en la divulgación de estadísticas económicas de compra y venta de bienes y servicios.
Un instante social nuevo donde lo político -en su más amplio sentido de poder y representatividad-, se impuso al relato de la economía y el ensueño del capitalismo en su más puro sentido de bienestar individual.