El gobierno cometió un craso error. Mezcló el encuentro de la Unión de Partidos Latinoamericanos (UPLA), que reúne a los partidos de derecha y centro derecha de la región (Foro de Santiago, en contrapunto con Foro de San Pablo, que reúne a partidos progresistas), con el bautizo de PROSUR, una nueva instancia de integración regional que busca superar a la paralizada UNASUR. Ello no hizo más que reforzar los cuestionamientos por sesgo ideológico de la nueva instancia, que reunió a siete mandatarios en Santiago la semana pasada.
Sólo la participación del Presidente de Ecuador, Lenin Moreno -ex vicepresidente de Rafael Correa y que hoy cuestiona su legado – permitió otorgarle una mayor diversidad ideológica y política al evento, luego de fracasar los intentos diplomáticos para convencer al Presidente uruguayo, Tabaré Vazquéz, y al mandatario boliviano, Evo Morales, de participar en este evento, al que sólo enviaron a viceministros que participaron en calidad de observadores.
Sólo la participación del Presidente de Ecuador, Lenin Moreno -ex vicepresidente de Rafael Correa y que hoy cuestiona su legado – permitió otorgarle una mayor diversidad ideológica y política al evento, luego de fracasar los intentos diplomáticos para convencer al Presidente uruguayo, Tabaré Vazquéz, y al mandatario boliviano, Evo Morales, de participar en este evento, al que sólo enviaron a viceministros que participaron en calidad de observadores.
Al final, los mandatarios sólo se limitaron a aprobar la idea de un Foro permanente, antes que una nueva organización que superara a UNASUR. Con requisitos democráticos y de respeto a los derechos humanos, que excluirían a la Venezuela de Maduro, y objetivos genéricos, de muy difícil implementación sin una estructura de organización básica, por liviana que fuere, ni estatutos elementales para impulsar iniciativas vinculantes.
En tal sentido queda abierta la interrogante de si dicha iniciativa logrará incluir a gobiernos que han expresado sus reservas y trascender a las administraciones de turno, asumiendo que nadie tiene clavada la rueda de la historia.
El resultado está por debajo de las expectativas que planearon originalmente Sebastián Piñera e Iván Duque, mandatarios que impulsaran la iniciativa. Al menos, lograron juntar en Santiago a siete mandatarios acordando una instancia permanente de deliberación. Y Sebastián Piñera disfrutó mediáticamente al ser designado como el primer Presidente pro tempore de la iniciativa.
Tan sólo el tiempo dirá si la iniciativa aporta a los hasta ahora infructuosos esfuerzos de integración regional, o se agrega a la larga lista de siglas e iniciativas que tantas veces se superponen y anulan entre sí, transitando y vegetando en la intrascendencia, impidiendo que la región hable con una sola voz en el concierto mundial. En tal sentido queda abierta la interrogante de si dicha iniciativa logrará incluir a gobiernos que han expresado sus reservas y trascender a las administraciones de turno, asumiendo que nadie tiene clavada la rueda de la historia.
Evidentemente, las relaciones son entre los estados, independientemente de su signo ideológico y es de interés nacional mantener las mejores relaciones con la principal potencia regional, pero aquello es distinto a establecer “relaciones carnales” con un gobierno y un mandatario de ultraderecha, que se aleja de los ideales democráticos y empieza a mostrar su verdadero talante en la conducción de su país.
Una alianza demasiado carnal entre Piñera y Bolsonaro
No deja de ser perturbador que el controvertido mandatario brasileño, Jair Bolsonaro, que acaba de autorizar a las FF.AA. de su país la conmemoración del último golpe militar, haya establecido una alianza privilegiada con el gobierno chileno, no tan sólo para concurrir a la cita luego de su visita a Estados Unidos, buscando una “alianza por la libertad” con la administración de Donald Trump, sino también para anunciar un Tratado de Libre Comercio con nuestro país y estrechar las relaciones con el gobierno de Sebastián Piñera.
Con todo, la afinidad ideológica entre gobiernos de derecha, incluidos los de ultra o centroderecha en la región, ofrece una oportunidad para avanzar en los procesos de convergencia entre MERCOSUR y la Alianza del Pacífico, que deben contar con el consenso de países como México, Brasil, Argentina o Colombia (además de los que integran ambos pactos de integración subregional), para buscar, de manera conjunta y coordinada, soluciones políticas a la crisis venezolana, rechazando toda alternativa de intervención foránea, como lo sostiene el denominado grupo de contacto, que reúne a Uruguay, Ecuador y Bolivia (entre otros), además de los países de la Unión Europea, que participan de la iniciativa.
Esa podría ser una buena noticia, que no deja de entusiasmar a los empresarios chilenos que mantienen inversiones en Brasil (que fueran recibidos por Bolsonaro y expresaran su admiración por sus dichos). El problema es que el interés del mandatario brasileño y su equipo económico por Chile, está asociado a la experiencia del régimen militar, al modelo económico neoliberal, impulsado en su momento por los Chicago boys, al sistema previsional ideado por José Piñera durante la dictadura y al supuesto “milagro chileno”, que no se sostiene en las cifras y respecto del cual los chilenos guardan un triste recuerdo.
Evidentemente, las relaciones son entre los estados, independientemente de su signo ideológico y es de interés nacional mantener las mejores relaciones con la principal potencia regional, pero aquello es distinto a establecer “relaciones carnales” con un gobierno y un mandatario de ultraderecha, que se aleja de los ideales democráticos y empieza a mostrar su verdadero talante en la conducción de su país.
Los verdaderos desafíos para la integración regional
Con todo, la afinidad ideológica entre gobiernos de derecha, incluidos los de ultra o centroderecha en la región, ofrece una oportunidad para avanzar en los procesos de convergencia entre MERCOSUR y la Alianza del Pacífico, que deben contar con el consenso de países como México, Brasil, Argentina o Colombia (además de los que integran ambos pactos de integración subregional), para buscar, de manera conjunta y coordinada, soluciones políticas a la crisis venezolana, rechazando toda alternativa de intervención foránea, como lo sostiene el denominado grupo de contacto, que reúne a Uruguay, Ecuador y Bolivia (entre otros), además de los países de la Unión Europea, que participan de la iniciativa.
El requisito fundamental para que la política exterior de nuestro país se constituya en un real aporte, que verdaderamente responda a los intereses permanentes y fundamentales del país, es que logre recuperar su carácter de política de Estado, fundada en un amplio consenso nacional.
La política exterior como una política de Estado
El requisito fundamental para que la política exterior de nuestro país se constituya en un real aporte, que verdaderamente responda a los intereses permanentes y fundamentales del país, es que logre recuperar su carácter de política de Estado, fundada en un amplio consenso nacional.
La negativa del actual gobierno de suscribir el pacto medio ambiental o de migraciones suscritos por la mayoría de los países que integran Naciones Unidas, o las propias reservas en torno a los derechos de la mujer, son evidencias de una fractura de este consenso indispensable.
La negativa del actual gobierno de suscribir el pacto medio ambiental o de migraciones suscritos por la mayoría de los países que integran Naciones Unidas, o las propias reservas en torno a los derechos de la mujer, son evidencias de una fractura de este consenso indispensable. Como lo es la aprobación del TPP 11, en la que trabajara la anterior administración, enfrentando hoy transversales resistencias.