Una de las célebres sentencias de W. Churchill, la pronunció durante el almuerzo en el día del alcalde mayor de Londres en la Mansión House el 9 de noviembre 1942, celebrando la victoria de los británicos en la segunda batalla de El Alamein y tenía importancia porque hasta entonces los alemanes parecían invencibles: «Esto no es el fin. Ni siquiera es el principio del fin. Pero tal vez sea el fin del principio«.
También parecían invencibles los rusos cuando iniciaron una guerra devastadora contra Ucrania el 24 de febrero de este año.
A pesar de que J. Biden advertía en la víspera que según las informaciones de inteligencia de USA el ataque de las tropas rusas era inminente, el mundo occidental -todavía bajo los efectos del desastre de la retirada de los estadounidenses y sus aliados de Afganistán – y Europa especialmente, fue sorprendida con una invasión a gran escala en donde las fuerzas rusas iban eliminando una a una las infraestructuras estratégicas, la líneas de defensa, los puntos estratégicos-militares más fundamentales.
Como si fuese una reedición de las guerras relámpago de la Wehrmacht a comienzos de la segunda guerra mundial el ejército ruso ocupaba pueblos y ciudades con escasa resistencia, mientras los misiles rusos echaban abajo barrios completos.
Las carreteras se colapsaban de interminables caravanas que transportaban civiles que se desplazaban por millones hacia las fronteras occidentales, Polonia y Rumanía, especialmente.

Todo parecía indicar que se trataba de un desfile militar.
Un serio y decidido Putin con una retórica que parecía sacada de los discursos de los líderes soviéticos después de la invasión alemana a Rusia en junio de 1941, hablaba de “desnazificar” Ucrania y alegaba que en uso del derecho a la defensa de la federación rusa y sus aliados no podía permitir que las fronteras de la OTAN se acercaran y pusieran en peligro las propias, aunque no había ni solicitud de ingreso ni pactos que justificaran seriamente esa reacción.
Olvidó, sin embargo, que un buen ajedrecista no gana tanto por los movimientos calculados de sus piezas como de la capacidad de prever la reacción del adversario.
Porque una cosa es la sorpresa y otra el inmovilismo. Europa, sorprendida y muy alarmada reaccionó con pocas fisuras (Hungría fundamentalmente) primero, imponiendo sanciones económicas a Rusia y segundo dando apoyo directo y material a los millones de refugiados y desplazados ucranios.
Si bien hasta aquí todo parecía perfectamente lógico y previsto por el líder ruso, apareció la primera gran sorpresa. Y una sorpresa no menor: la alianza militar que hace poco más de un año, la OTAN, en tiempos de Trump, había recibido un acta de defunción por parte del presidente francés E. Macron, resucitaba. Y no solo resucitaba, sino que recibía el apoyo de los parlamentos europeos de Suecia y Finlandia, cuyos pueblos hasta antes de la invasión de Ucrania se oponían mayoritariamente a romper su neutralidad, ahora solicitaban formalmente su ingreso en la Alianza Atlántica.
O sea, y hablando en plata, el inicio de una guerra que tenía por justificación impedir que la OTAN tuviese límites con la Federación Rusa, tuvo como consecuencia directa que dos países, notoriamente más poderosos económica y, sobre todo, militarmente que Ucrania hacían petición formal de pertenecer a la alianza. Además, Finlandia no solo cuenta con un poderoso ejército, sino que tiene una frontera con Rusia que se extiende a 1340 kilómetros de largo.
¿Reacción de Putin? Nada. Se la tuvo que comer con patatas, no obstante que, por menos, había iniciado una guerra.
Por entonces, y dado que aún no se percibían en Rusia las consecuencias directas de las medidas económicas punitivas de la Unión Europea, el primer examen se realizaba en los campos de batalla.

Putin no advirtió -porque sus cegueras cognitivas se lo impedían-, que el discurso de desnazificación no coincidía con la voluntad del pueblo ucraniano de resistir a los invasores. La foto del abogado ucranio, vestido de impecable traje azul a rayas verticales, frente a la corte superior de justicia de su país, empuñando un fusil AK 47 recorrió el mundo diciendo mejor que mil palabras como un redivivo grito del republicano español: “¡No pasarán!”.
Tampoco advirtió que los soldados rusos no se encontraron con pueblos desbordados vitoreándoles como otrora hicieran con el ejército rojo libertador de la opresión de los nazis.
Si percibió, en cambio, que la superioridad en armas y efectivos de las fuerzas rusas se desvanecían por problemas de logística, organización, y obsolescencia del material militar comprometido en las batallas.
La superioridad militar manifestada en la destrucción de poblaciones y ciudades y la ocupación de éstas detuvo su impulso antes de lo esperado.
Otro factor no considerado en los análisis del autócrata ruso, fue los efectos inmediatos que tendría el apoyo militar y de la alianza atlántica, pero no tanto ( aunque no debe desconocerse) por la entrega y entrenamiento de las fuerzas ucranianas en el uso de los lanzamisiles Himars y los famosos misiles Javelin tan efectivos en la destrucción de tanques rusos, por parte de EEUU, sino porque la Inteligencia británica por medio de satélites propios y triangulados con los de USA, así como drones de gran altura, provee al ejército ucranio de toda la información para conocer los movimientos de los ejércitos y marina rusa. De hecho, estos no pueden poner convoyes, concentración de tropas y ni siquiera un montón de galones de gasolina sin que los británicos lo sepan y por ende sus aliados ucranios.
Paradoja de las paradojas, a este “genio de la Inteligencia” se le pasó por alto el papel de la inteligencia militar en la actualidad para conocer los movimientos del enemigo.
En el mes de agosto el impulso ofensivo ruso se detuvo y los ucranios empezaron a reconquistar terreno.
Junto con ocupar las destruidas poblaciones el relato del “ejército libertador” se desmoronaba a punta de fotos de fosas repletas de cadáveres de civiles asesinados, algunos con evidentes muestras de tortura, violaciones y otros crímenes a las normas universales del derecho humanitario.
Con los ucranios recuperando velozmente en el sur más de 500 kilómetros cuadrados de territorio, comprometiendo gran parte de Jarkov, y poniendo en peligro las posiciones rusas de Jersón, -derrota que sería humillante para los rusos, pues es la única capital regional que se mantiene en su poder-, Putin reaccionó con medidas drásticas en todos los ámbitos: procedió a la destitución del viceministro de defensa ruso para la logística, general de ejército Dimitri Bulgakov y reemplazado por el coronel general Mijail Mizintsev, quien era el líder de la ofensiva rusa en Mariúpol, entre otros cambios; anexionó mediante decretos y plebiscitos fraudulentos en Jerson, Zaporiyia, Donetsk, Lugansk de la Región del Donbás y convertirlos en territorio ruso, como antes habían hecho con el golfo de Crimea y llamó al reclutamiento a 200.000 reservistas para enfrentar la guerra.

Con esta última medida se le complicó al líder ruso el frente interno porque el que hasta ahora parecía impasible y resignado pueblo ruso empezó a reaccionar: además de manifestarse en contra de la medida por todo el territorio, las carreteras colapsaron nuevamente pero no por causa de los refugiados ucranianos sino porque esta vez los rusos llamados a filas no deseaban combatir en una guerra que los convoca poco ni menos aún regresar a su patria en bolsas de plástico, obligados a morir por una causa que no era la suya.
Molestos y contrariados los líderes del complejo político y militar ruso amenazaron con el uso de armas atómicas de uso táctico. Las declaraciones por cierto que alarmaron a las poblaciones europeas, pero no es menos cierto que en otros aspectos, llamaron positivamente la atención de los jefes de las fuerzas armadas atlánticas que con razón podrían concluir: “Si amenazan con utilizar armas nucleares es prueba de que la guerra convencional la tienen perdida”

Putin celebró su 70 cumpleaños cada vez más solo y aislado en el campo internacional, pero recibió un regalito inesperado: la voladura de parte del puente que une Crimea con Rusia. La reacción de Putin fue más o menos la esperada: bombardeos a poblaciones civiles de Kiev y otras ciudades, quizás con una música de fondo que no conoce ni entiende, y que pertenece a uno de los profetas de este mundo convulso y extraviado: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.