La segregación racial se instauró en Estados Unidos tras la guerra de Secesión (1861-1865) y la abolición de la esclavitud. Las leyes de Jim Crow limitaban el acceso de los afroamericanos a instituciones públicas y zonas de ocio, y les prohibían vivir en barrios blancos. Blancos y negros debían llevar vidas separadas. Estas leyes fueron legales durante casi un siglo, hasta que los movimientos por los derechos civiles forzaron su abolición en 1964 con la aprobación de la Ley de Derechos Civiles.
Cuando nos acercamos a la celebración de las fiestas navideñas, empieza a correr por las calles lo que se ha dado en llamar el “espíritu navideño” y la gente está más propensa a escuchar historias dulces que lo resalten. Así, entrando en dicho “espíritu” me topé con la historia de Richard de origen blanco y Mildred de raíces negras y aborígenes que, antes que Rosa Parks se volviera emblema de la lucha contra la segregación y sin proponérselo se convirtieron en pilares de su final, al menos en el papel.
Richard y Mildred se conocieron desde niños en un pequeño pueblo de Virginia… jugaban juntos en una comunidad que excepcionalmente cobijaba a familias afroamericanas y blancas sin mayor distinción… de los juegos infantiles pasaron al amor y empezaron a soñar con casarse y formar una familia hasta que Mildred que era 6 años menor que Richard, se quedó embarazada y decidieron llevar a cabo su sueño. Pero su deseo no era posible de concretar en el estado de Virginia donde, a fines de la década del ’50, las uniones interraciales eran consideradas una aberración y contrarias al designio divino, ilegales y castigadas con prisión.
Pero su amor era fuerte y viajaron a Washington para contraer matrimonio sin intención alguna de desafiar la ley, pensando que así podrían volver “felizmente casados” a Virginia.
«Verá, soy una mujer de color y Richard era blanco y en esa época la gente creía que estaba bien evitar que nos casáramos por sus ideas sobre quién debía casarse con quién», escribió Mildred varios años después.
A poco llegar, una madrugada, cuando ambos dormían plácidamente al interior de su hogar, fueron despertados por la luz de una linterna enfocada en sus rostros por el sheriff del lugar que, acompañado de dos ayudantes, sin mediar saludo alguno, los conminó a levantarse y le preguntó a él quién era la mujer que yacía a su lado. “Mi esposa” respondió Richard mostrándole el certificado de matrimonio que colgaba en la pared. Bastó eso para que ambos fueron arrestados “por el crimen de haberse casado con el tipo de persona equivocada”.
Corría el año 1959 cuando fueron juzgados y condenados a un año de prisión. Sin embargo, el juez les ofreció “generosamente” suspender la pena con la condición de irse del Estado y no volver juntos o al mismo tiempo por 25 años. En el fallo, para justificar su decisión, el juez citó no solo las leyes locales, sino que lo que los sureños consideraban -y aun muchos consideran – “la voluntad de Dios”, que cuando creó el mundo agrupó las distintas razas en continentes distintos para que no se mezclaran y pese a ello, los hombres y mujeres lo hicieron contraviniendo gravemente los designios divinos.
«Dios todopoderoso creó las razas blanca, negra, amarilla, malaya y roja, y las ubicó en continentes separados. Si no fuera por interferencias con este arreglo no habría causa para ese tipo de matrimonios [interraciales]. El hecho de que haya separado las razas muestra que no tenía intención de que éstas se mezclaran«
Richard y Mildred se vieron obligados a aceptar el fallo y declararse culpables de violar el Acta de Integridad Racial del Estado y partieron a su exilio en Washington, aunque no abandonaron la idea de volver a su lugar de origen donde quedaban familia y amigos.
Mildred fue la que mayor empeño puso en la búsqueda de una solución y el año 1963 escribió al Fiscal general, Robert Kennedy solicitando ayuda. Este derivó la carta a uno de los principales grupos que promovía los derechos civiles y a las manos de un joven abogado veinteañero: Bernard Cohen que, cuando conoció a los Loving quedó impresionado por su sencillez y timidez, incluso ingenuidad para enfrentar el tema lo apreció como un caso perfecto para probar la inconstitucionalidad de los estatutos de Virginia y conseguir derogar la Racial Integrity Act (Ley de Integridad Racial), que desde 1924 impedía los matrimonios interraciales y obligaba a que las personas fueran clasificadas en su nacimiento como blancas o de color, lo que determinaba dónde podían trabajar, a qué lugares entrar, y otras lindezas de ese estilo.
Los Loving eran gente muy quitada de bulla, provincianos apegados a su tierra, ni agitadores ni liberales o algo parecido. Richard, albañil, sureño por excelencia con una tez muy clara y marcas de quemadura de sol en su cuello. Mildred, indudablemente afroamericana con ancestros cherokee en su piel oscura. Él hablaba poco, ella extremadamente locuaz. Ninguno imaginó que su caso fuera emblemático para lograr que las parejas interraciales pudieran casarse o convivir legalmente, solo querían lograr vivir como pareja en la ciudad que los había visto nacer, junto a sus hijos, familiares y amigos.
Como adjetivo, en inglés, loving significa amoroso o amante de algo y también es la forma del verbo que se traduce por “amando”.
Pese a que Cohen estaba entusiasmado con el caso, sabía que se asomaba una larga batalla legal, algo que sorprendió a la pareja que, inicialmente pensaba que bastaba con hablar con el juez que los había condenado cinco años antes para logra convencerlo de revocar su sentencia. Por supuesto que la apelación en el Estado fue negada y Cohen tuvo que estudiar todas las aristas de una ley que se remontaba a 1860 para impugnar el fallo original de Virgina y llevarlo a la Corte Suprema como un caso de prueba.
Aunque nervioso, con todo el ímpetu juvenil que lo embargaba, Cohen logró armar un alegato que hasta el día de hoy se recuerda, cita y emociona por su histórica intervención que conmovió a jueces de la Corte Suprema con argumentos que incluían frases como:«El estado está ignorando un punto muy importante que nunca estará de más recalcar y es el derecho de Richard y Mildred Loving a despertarse por la mañana o irse a dormir por la noche sabiendo que el sheriff no llamará a su puerta ni les pondrá una luz en su rostro en la intimidad de su dormitorio». Extracto del alegato de Bernard Cohen ante la Corte Suprema de Estados Unidos.
Fue un largo y emotivo discurso que provocó que aquel 12 de junio de 1967 la Corte Suprema llegara a un fallo favorable de 9 a 0 que no solo fue histórico para los Loving que obtenían el derecho a vivir libremente en Virginia como marido y mujer, como padre y madre… también lo sería para el resto del país porque abolió la prohibición del matrimonio interracial que regía tanto en Virginia como en muchos estados del país, aunque algunos se demoraron en hacerlo hasta el siglo XXI.
Sin embargo, el racismo es difícil de erradicar y aún en 2008, el mismo año que Mildred murió, todavía existían 15.000 pueblos en Estados Unidos que recibían el nombre de ciudades del atardecer, es decir, lugares donde se podía encontrar a afroamericanos trabajando de día, pero nunca de noche porque seguían siendo reductos de personas caucásicas y de algún modo les estaba vedado morar. El año 1967 marcó un hito en las leyes, pero la aceptación y la integración son temas que aún están pendientes y que de tarde en tarde vemos que surge en las noticias violentamente.
Los Loving regresaron a Virginia casi diez años después de que un sheriff blanco se sintiera con derecho a invadir su casa, su privacidad, y tras ser condenados al extrañamiento, una de las condenas consideradas entre las más crueles de la historia, por el simple hecho de amarse. Vivieron con sus tres hijos en la casa que Richard había construido para su esposa antes de casarse, hasta que él murió con 41 años, en 1975 en un accidente automovilístico provocado por un borracho y donde Mildred perdió un ojo. Ella lo sobrevivió hasta el año 2008 cuando falleció producto de una neumonía.
El año 2016 se estrenó en el cine una película dirigida por Jeff Nichols sobre la historia de los Loving.
Sigo sin ser una persona política, pero me enorgullece que el nombre de Richard y el mío estén en un caso judicial que puede ayudar a reforzar el amor, el compromiso, la justicia y la familia que tanta gente, blanca o negra, joven o vieja, gay o heterosexual buscan en la vida. Mildred Loving, en el aniversario 40 del fallo.
En estos días en que se acercan las fiestas de fin de año, en días en que todos y todas sentimos que vibraciones positivas emanan de muchos corazones, es importante recordar que las luchas segregacionistas tienen muchas caras y que si hace tan solo 50 años el amor era condicionado por el color de piel, hoy persisten muchas formas de discriminación que perpetúan odios que se justifican en creencias religiosas, políticas o de clase.
Es fácil escuchar en conversaciones familiares que no es natural tal o cual opción de vida, preferencia sexual o alguna manifestación de desprecio para colores, hábitos o diferencias. Me gustaría que, en estas fechas, más que entrar en una vorágine de consumo, meditáramos sobre el respeto a todos y todas y a cada una de las libres opciones de vida elegidas como camino a la felicidad. Ese sería mi mejor regalo de Navidad…
.