Tectónica de placas

por Mario Valdivia

Un alto ex funcionario de algún Segundo Piso que no recuerdo bien, casado en terceras nupcias y retirado gozosamente en un solitario chalet bajo unos hualles con vistas al Diguillín cerca de Mayulermo, me da una explicación sobre este siglo que me parece atinada y jodida.  

Tres acontecimientos enormes marcan a fuego el primer cuarto del Siglo XXI.

A.- El fin de la hegemonía norteamericana y el surgimiento de China como un igual. Con un poder equivalente al de EEUU, que dominaba el mundo entero hace poco, China se encamina a hacerlo en Asia, y a participar en el dúo que declarará las reglas geopolíticas del mundo entero. Es difícil predecir los cambios geopolíticos que esto trae, pero ya marcan todo a fuego. Una potencia enorme, con un sistema económico capitalista – hasta donde se entiende este término – y un estado comunista – idem -, con afanes de renacer desde una humillación centenaria, es un fenómeno nuevo en la historia. Nada de lo que hace Trump, que escandaliza tanto al establishment de economistas y pensadoras liberales, deja de tener como foco central de preocupación frenar a China.

B.- La tecnologización del mundo de la mano de la revolución digital. No se trata de una metáfora, literalmente la vieja Realidad acostumbrada es sustituida por una estructura de computación a escala planetaria, un intrincado entramado de sensores de información, algoritmos y efectores que lo enhebran todo. Se puede sostener, literalmente, que el mundo es artificializado – disculpando la palabrona -, convertido en un orden general en el cual las personas y las cosas encajan en lugares dispuestos para ellas. Unos pocos mercados globales digitales propiedad de grandes empresas nos entrampan en tanto compradoras y productoras, como los señoríos feudales disponían de siervos y vasallos. Un puñado de redes sociales globales propietarias nos disponen en órdenes sociales para convivir, nos relacionemos y creemos nuestras identidades. En tales lugares nuestra conducta es sensorizada y alimentada a algoritmos que efectúan operaciones sobre ella y con ella – de reforzamiento y habituación, de espionaje, de marketing, de manipulación política… En poco tiempo, a gran velocidad, en todos los ámbitos de la vida nos encontramos dispuestos alrededor de protocolos entramados que nos obligan, produciendo nuestras identidades como yoes obedientes o rebeldes. Hoy día, con la famosa IA, hasta la intimidad con la que pensamos es observada, sometida a algoritmos y convertida en capacidad discursiva que nos dis – pone en un nuevo orden. 

C.- El Estado y la democracia amenazados. China y la decadencia relativa de EEUU, para qué decir de Europa, muestra que la economía tecnologizada actual funciona mejor con un Estado autoritario preocupado de mantener la armonía social, que con uno democrático. Dios dirá cómo sigue la cosa, pero es lo que ocurre hasta el momento. Aún más relevante es que la tecnologización del mundo dispone y entrampa también a los estados en el orden planetario. Aunque seguramente aprieta de manera más estrecha a los menos poderosos, basta ver lo ocurrido recientemente con las bolsas del mundo, a propósitos de ciertas tarifas, para darse cuenta de que también los matoncitos se ven forzados a recular. Como sistema de apropiación y manejo del poder del Estado, la fuerza de la democracia – con ella, su relevancia – depende de la autonomía de este, la que está dispuesta/entrampada en forma cada vez más precisa en el orden mundial. Es posible rebelarse en mala con el lugar dispuesto, pero tiene consecuencias archiconocidas de marginalidad y miseria.

Que a nosotros nos afanen escandalizada y gozosamente las disputas de dos señoritos del Club Barrio Alto por la presidencia del senado, las aventuras terrestres, aéreas y gastronómicas de un ex subsecretario acusado de violador, el feo Pascuero adquirido en un mall chino por una ex alcaldesa, el Whatsapp de un abogado malandra, la diversidad de moscas depositadas en un documento de compra y venta de peso pluma, y la disputa metafísica por quién tiene derecho a considerarse socialista democrática, y verdaderamente derechista, demuestra penosamente la irrelevancia en la que se ha hundido nuestra democracia. No es por una falla subjetiva nuestra, es por la inanición del Estado.             

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