Por Luis Breull
La palabra crisis está asociada de modo irreductible a la industria televisiva abierta en Chile desde hace ya cinco años. Pese a que su desgaste y fragmentacion de públicos se inició a mediados de la decada pasada, fue el 2014 cuando Mega empezó a refundarse exitosamente con su nueva administración en manos del grupo Bethia -asociado al retail, viñas, transporte, lecheras y Club Hípico, entre otros ámbitos- con teleseries turcas muy baratas y de excelentes niveles de audiencia; al mismo tiempo se derrumbaron los prime time de TVN, Chilevisión y Canal 13. Y por consiguiente, también sus ingresos publicitarios se fueron a pique (cerca de un 30% menos).
Fruto del pánico de una televisión administrada bajo políticas de control de costos y despidos masivos de funcionarios más que de estrategias de desarrollo creativo, vino el intento de estas señales de libre recepción orientado a homologar las ofertas.
Fruto del pánico de una televisión administrada bajo políticas de control de costos y despidos masivos de funcionarios más que de estrategias de desarrollo creativo, vino el intento de estas señales de libre recepción orientado a homologar las ofertas. Así se saturaron las parrillas programáticas con más ficciones turcas (como si el origen de un producto fuera garantía de visionado) y se simplificaron sus otras apuestas sobre pseudoperiodismo de corte populista e insustancial, docurrealities como carnicería clasista de vidas privadas de segmentos medios o vulnerables y ruidosos paneles de conversación atiborrados de rostros en resurrección o viviendo sus propios ocasos.
Alargar los programas –en duración de capítulos y extensión de temporadas- para generar economías de escala y reducir el riesgo de invertir en otros géneros o formatos se hizo regla.
Alargar los programas –en duración de capítulos y extensión de temporadas- para generar economías de escala y reducir el riesgo de invertir en otros géneros o formatos se hizo regla. Acompañado paradójicamente de un veloz proceso de transformaciones del consumo audiovisual de los públicos en sus teléfonos móviles, computadores personales, tablets y aparatos de TV, donde el streaming se abrió paso acelerado preferentemente con Nétflix, Amazon y YouTube (resignificando los tiempos de consumo y ocio).
De este modo, asistimos hace algunos días a la publicación de parte de los balances totales de la gestión 2018 de los canales de TV, informados por obligación ante la Superintendencia de Valores y Seguros. De allí se desprende que el año pasado prosiguieron las cifras rojas de una industria absolutamente deficitaria, si se observa el comportamiento de los principales actores en competencia.
De este modo, asistimos hace algunos días a la publicación de parte de los balances totales de la gestión 2018 de los canales de TV, informados por obligación ante la Superintendencia de Valores y Seguros. De allí se desprende que el año pasado prosiguieron las cifras rojas de una industria absolutamente deficitaria, si se observa el comportamiento de los principales actores en competencia:
- TVN tuvo pérdidas por $9.922 millones, totalizando desde el 2014 $ -66.170 millones. Es decir casi 96 millones de dólares.
- Mega completó su quinto período de utilidades, esta vez por $ 2.330 millones. Esto equivale a la mitad de las conseguidas en 2017 y menos de un cuarto de las del 2015 y 2016. Igual, acumula desde el 2014 un total de $ 33.334 millones de ganancias.
- Chilevisión perdió $5.209 millones el año pasado, consolidando $ -35.762 millones en los últimos cinco años. No obstante, el canal de Turner viene arrojando cifras rojas desde el 2013.
- Canal 13, aparece con utilidades por $ 1.100 millones, fruto de ejercicios contables que no provienen de ingresos operacionales sino de enajenación de equipos con más de $ 5 mil millones. Ergo, sin este proceso habría seguido acumulando déficit. Desde el 2014 a la fecha totaliza $ -51.877 millones de pesos en su balance.
Si bien aún no se informan las cifras de La Red, esta señal cuyo propietario es el empresario mexicano Ángel González, ya venía exhibiendo pérdidas desde el 2014, totalizando $ -16.221 millones hasta el 2017.
De este panorama algo sombrío surgen preguntas ineludibles:
- ¿Son necesarios todos estos canales de TV abierta dado el tamaño de nuestro país en términos de población, si en naciones del primer mundo estas industrias soportan muy pocos actores altamente concentrados?
- ¿Si hacer TV generalista pareciera no ser un buen negocio, qué lleva a sus dueños a seguir soportando pérdidas? ¿Control de agendas? ¿Influencia? ¿Persuasión? ¿Ejercicios tributarios?
- ¿Hasta cuándo podrán soportar ajustes de costo y de personal las señales que siguen con sus balances en contra? ¿Cómo afectará esto el pluralismo y la calidad de sus contenidos?
- ¿Es posible mantener el modelo de negocios actual para el canal del Estado, funcionando como si fuera un privado que debe al menos autofinanciarse? ¿Qué hacer si no logra repuntar en ingresos y resultados de audiencia, y se consume rápidamente los fondos provenientes de la reciente capitalización (recursos que no cubren ni la mitad de los fondos perdidos por TVN en los últimos cinco años)?
Habrá que esperar alertas este 2019 para saber qué rumbos irán tomando estas señales. Por ahora, lo más probable es que a los continuos despidos de personal por goteo mes a mes se sumen otras desvinculaciones masivas. Esto acompañado de crecientes procesos de externalización de producción de contenidos a menores costos (teleseries, reportajes, formatos de entretención, noticias), en un ecosistema mediático que paradójicamente es el de mayor circulación, demanda y consumo audiovisual de toda su historia.