La primera reacción ante lo que perturba nuestras presuposiciones y expectativas parece ser negar la gravedad del asunto. El miedo ante la desorientación que amenaza nuestro querido sentido común nos pone creativos para inventar razones que lo haga soportable.
Es sabido que Colón nunca quiso aceptar que había descubierto un nuevo continente, obsesionado que estaba con su nueva ruta al Asia. Disfrazó “a la oriental” a un grupo de aborígenes Caribe y los lució en la corte española como habitantes de las provincias occidentales de Japón. Advertido por uno de sus capitanes del gigantesco caudal del Orinoco desembocando en el golfo, que indicaba a las claras la presencia de una gran masa de tierra hacia el sur, insistió en que solo había ocurrido lluvias torrenciales en la pequeña isla que albergaba el río.
Lo de los epiciclos es cuento repetido, pero la lección es la misma: inventar florituras y rizos para hacer funcionar lo muy querido que no lo hace del todo. También le pasa a los muy inteligentes. Einstein dejó la huella de su constante cosmológica (no tengo idea de qué es), un súper conejo que sacó de un sombrero para hacer digerible alguna idea suya muy querida. Un gran bochorno, dijo mucho más tarde.
Al parecer es difícil confrontar un cambio radical. Queremos mucho algunas ideas que definen para nosotros lo que es sólido. Meterle rococó al asunto nos tranquiliza – un ánimo flojón que nos acomoda mucho –, evitando tener que pensar mirando el abismo. Queda todo igual, incólume en apariencias, aunque el barroquismo se vea mal y huela a casuística. A Caribe japonés, a riachuelo gigantesco. Curioso, pero así y todo conseguimos quedarnos tranquilas. No es para tanto, no se preocupen, todo va a salir bien; nos pacificamos unas a otros.
Digo todo esto porque olfateo el clima de tranquilización que comienza a agarrar fuerza en los dos lados de nuestra vida política del presente. La derecha, al creer que el plebiscito de septiembre pasado demostró que la sublevación (alias estallido social) de octubre de 2019 no produjo nada, no cambió nada. En rigor, no fue nada: solamente el resultado de una floritura, un rizo perfectamente natural y explicable. La izquierda, al creer que la referida sublevación demuestra que el plebiscito de septiembre no produjo nada, no cambió nada. Fue solo el resultado natural de unos bucles, unas trenzas, unos exabruptos.
La verdad, creo yo, es que navegamos en aguas muy proco traficadas, que nadie conoce muy bien. Intranquilizadoras.
Nel frattempo, pillastres avispados echan al agua galeones hacedores, sin amores que los lastren, y navegan bajo extrañas banderas en dirección ortogonal a quienes rizan el rizo, tranquilizados.