40 horas semanales que remueven al oficialismo

por La Nueva Mirada

Juan Sebastián Gumucio

Emulando a Goliat, el Ministro del Trabajo reclama: ¿cómo un simple proyecto de tan solo dos artículos puede poner en jaque el proyecto de modernización laboral del Gobierno que cuenta con más de 100 artículos? Obviando lo ridículo del argumento cuantitativo, la rabieta del Ministro Monckeberg es justificada. La moción de Camila Vallejo y otros parlamentarios que reduce a 40 horas la limitación de jornada semanal ha generado al Gobierno una crisis que, por vez primera, ha llegado a desarmar sus propias filas.

Obviando lo ridículo del argumento cuantitativo, la rabieta del Ministro Monckeberg es justificada.

La iniciativa fue acogida con entusiasmo por la amplia mayoría de los trabajadores al punto que incluso parlamentarios oficialistas la han apoyado. La encuesta efectuada por CADEM, institución financiada por el Gobierno, registra un apoyo del ¡74%! Este escenario ha alarmado al Ejecutivo y, por cierto, al empresariado, siempre renuente al avance de los derechos sociales. Y se ha desatado una feroz campaña para desprestigiar el proyecto que ha llegado a límites vergonzosos como intentar frenarlo anteponiendo a través de las urgencias de que dispone el Gobierno en tratamiento de proyectos de menor relevancia.

El Gobierno, a sabiendas que la jornada de 40 horas representa un mayoritario anhelo de los trabajadores, ha optado por «unirse al enemigo» y ofrece supuestamente casi lo mismo: 41 horas, pero promedio.

La artillería argumental empleada por la administración de Piñera ha omitido lo más importante del proyecto, cual es su dimensión humana. La jornada semanal de trabajo de 45 horas, particularmente en ciudades extensas donde el viaje de ida y retorno al hogar, en un transporte costoso e incómodo, demanda entre dos, tres o más horas, es extenuante y limita condiciones mínimas para una vida decente. Por ello, siguiendo la tendencia de los países más desarrollados se postula limitar la jornada semanal a 40 horas, lo que todavía sigue siendo distante a las jornadas de 35 o menos horas establecidas en países europeos.

La artillería argumental empleada por la administración de Piñera ha omitido lo más importante del proyecto, cual es su dimensión humana.

El Gobierno, a sabiendas que la jornada de 40 horas representa un mayoritario anhelo de los trabajadores, ha optado por «unirse al enemigo» y ofrece supuestamente casi lo mismo: 41 horas, pero promedio.

Esta aproximación en la cuantía de la reducción derriba de golpe toda la argumentación orientada a anunciar el caos en lo económico. El exministro Valdés, aplicando una simple regla de tres, determinó un “costo” aproximado para la rebaja de las 40 horas de 11%. Aplicando el mismo método para las 41 horas tal costo se aproxima a 9%. Como se ve no es mucha la diferencia y el foco que inicialmente intentó poner el Gobierno en lo económico se esfumó.

El exministro Valdés, aplicando una simple regla de tres, determinó un “costo” aproximado para la rebaja de las 40 horas de 11%. Aplicando el mismo método para las 41 horas tal costo se aproxima a 9%. Como se ve no es mucha la diferencia y el foco que inicialmente intentó poner el Gobierno en lo económico se esfumó.

El Gobierno acepta la reducción de jornada como necesaria, por más que la mezquine a 4 y no 5 horas a la semana y por más que introduzca el inquietante agregado del “promedio”.

Podrán algunos insistir en esta mirada economicista. Lo criticable de ese enfoque es que no pondera la dimensión humana del proyecto –con valores propios extracontables- y la mayor productividad que puede generar un trabajo más decente en sus condiciones de tiempo. Sabemos que la reducción que se hizo por ley de 2001 de 48 a 45 horas no generó bajas en la productividad, a pesar que aumentó el valor de la hora de trabajo. Todo hace pensar que la rebaja que propugnan Gobierno y Oposición – en medidas muy similares – tampoco generará mayor caos. La productividad está en alza: creció en 2,8% en 2018 llegando a US$29 por hora ( datos de The Conference Board , publicados por Rodrigo Cárdenas en  Pulso). Supongamos que la tendencia creciente de la productividad se atenúe. Pero si recordemos, al mismo tiempo, que los salarios no han aumentado en la medida de esa mayor riqueza, ¿no sería, acaso, de justicia redistributiva que los trabajadores vendieran su trabajo a un mejor precio al tiempo que mejoran sus condiciones de vida?

El cálculo es falaz por cuanto el ahorro de horas que permitiría reducir a 41 horas semanales considera los días de exceso sobre cuatro semanas que tienen algunos meses, pero no computa festivos.

El Gobierno aceptó la rebaja de jornada, pero quiere que ella sea en sus condiciones y por eso nos habla de 41 horas promedio. ¿Es lo mismo un límite semanal de 41 horas a 41 horas promedio? Aunque no conocemos aún la indicación que presentará el Gobierno, el proyecto de modernización laboral de Piñera y el discurso de las autoridades nos da pistas ciertas que el promedio se obtendrá de la flexibilización – concretamente de la eliminación – del límite semanal de jornada. Suprimido ese límite, se propone pactar jornadas trimestrales (antes eran mensuales) que aparentemente darían una jornada semanal de 41 horas. El cálculo es falaz por cuanto el ahorro de horas que permitiría reducir a 41 horas semanales considera los días de exceso sobre cuatro semanas que tienen algunos meses, pero no computa festivos.

¿Qué vida tiene esa persona que sea tan distinta a la de la época esclavista?

¿Asegura mayor productividad una jornada diaria con exceso de horas, extenuante, comparada que una jornada de 40 horas correctamente equilibrada en la semana? Por cierto, que no. Las jornadas extendidas, repudiadas por la OIT, ponen en riesgo la salud del trabajador, lo exponen más a siniestros laborales, le destruyen la posibilidad de necesaria recreación, haciendo desaparecer todo atisbo de vida familiar. Imaginen un trabajador que en vista de esta flexibilización de jornada trabaje 12 horas al día y consuma entre 3 a 4 horas al día en ir y regresar del hogar al trabajo y viceversa. ¿Qué vida tiene esa persona que sea tan distinta a la de la época esclavista? Se refuta lo anterior diciendo que podrían quedar días libres al trabajador y que este podría disfrutar con su familia. El nivel de endeudamiento, los bajos salarios y las máximas de experiencia indican que ese trabajador se verá forzado a trabajar en esos días de supuesto descanso extraordinario. Esa perspectiva, por cierto, no es mal mirada por los sectores que quieren disponer de mayor disponibilidad de mano de obra a menor precio.

Esa perspectiva, por cierto, no es mal mirada por los sectores que quieren disponer de mayor disponibilidad de mano de obra a menor precio.

El discurso del Gobierno – video de por medio-  es que sería el trabajador quien elegiría las jornadas de su conveniencia. Se hizo toda una lírica sobre la libertad y autonomía del trabajador intentando reabrir un debate que se cerró a fines del siglo XIX. El punto del Gobierno es que la negociación colectiva, la intervención del sindicato es innecesaria y que el trabajador puede pararse, sin ayuda de nadie, frente a su empleador y pactar mano a mano sus condiciones de trabajo. Así, el trabajador lograría jornadas según su conveniencia y no las de la empresa.

Se hizo toda una lírica sobre la libertad y autonomía del trabajador intentando reabrir un debate que se cerró a fines del siglo XIX.

Toda esta evidente farsa se derrumbó. El problema del Gobierno es que debe convencer a los trabajadores – cosa muy difícil pues ellos viven la realidad de las relaciones laborales – pero al mismo tiempo rascar la espalda a los empresarios, que son su principal soporte político. Ocurrió que habló el Ministro de Economía, señor Fontaine, y dijo la verdad: la flexibilidad será por norma – nada de negociaciones- y se hará para que la empresa aproveche de mejor forma el tiempo del trabajador. Dicho esto, se cierra el telón.

Ocurrió que habló el Ministro de Economía, señor Fontaine, y dijo la verdad: la flexibilidad será por norma – nada de negociaciones- y se hará para que la empresa aproveche de mejor forma el tiempo del trabajador. Dicho esto, se cierra el telón.

El argumento oficial es que se requiere flexibilidad laboral. Esa sería la vía para enfrentar el nuevo escenario del mundo tecnológico.¿Es rígido nuestro Código del Trabajo? Si se examinan la posibilidad de tercerizar trabajos, del trabajo parcial, los discutidos pactos de adaptabilidad incluidos en la Reforma Bachelet II, el despido libre, una asfixiante regulación para la actividad sindical se llega a la conclusión contraria. Ya existen en los actuales artículos 38 y 375 del Código del Trabajo fórmulas de flexibilidad de los límites de la jornada. ¿Por qué no le gustan al Gobierno? Porque suponen la intervención protectora sea de la autoridad, sea del sindicato.

Pero hay que reconocer que el Código del Trabajo, por regla general, contiene las que sectores empresariales denominan “rigideces”, como las relativas a los límites impuestos a la jornada diaria y semanal, horas extraordinarias, etc. Y esas rigideces  tienen sentido, pues constituyen derechos de los trabajadores a no ser sometidos a formas y tiempos de trabajo indecentes. Cuando se quiere flexibilizar se quiere privar de derechos y protección a los trabajadores.

Y esas rigideces  tienen sentido, pues constituyen derechos de los trabajadores a no ser sometidos a formas y tiempos de trabajo indecentes.

Si se examina la «modernización » laboral que pretende la administración Piñera se llega a la conclusión que el fin último es destruir la tutela laboral y lograr una total desregulación. Lo que está en juego es la mantención o eliminación de uno de los avances más notables del siglo XX, como lo es el Derecho Laboral que busca, como mínimo, el trabajo decente y mejores condiciones de vida para la persona humana.

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