En una reciente entrevista de prensa, Sebastián Piñera aclaró que no pretende conducir un gobierno testimonial, que postule todo lo que quiere, sin conseguir aprobarlo. Lo paradojal es que, hasta hoy, el oficialismo no demuestra capacidad política para construir consensos. Algo esencial, cuando la mayoría parlamentaria se define en la oposición.
El gobierno ha intentado sustraer el diálogo de su espacio natural que, en democracia, radica en el parlamento, apostando por “comisiones presidenciales” que, a diferencia de anteriores experiencias, operan bajo tuición del Ejecutivo, seleccionando interlocutores de oposición. Así los eventuales acuerdos, muy difícilmente logran el objetivo de garantizar un eficaz respaldo parlamentario.
El gobierno ha demostrado escasa destreza en la gestión política y legislativa de su agenda.
En ese confuso sendero, el mandatario arremetió en contra de los parlamentarios, acusándolos de “obstruccionismo” y bloqueo, llegando a calificar de anti patriotas a un sector de la oposición, que le negaría la sal y el agua. Respaldó su postura, insistiendo en que su gobierno cuenta con la legitimidad otorgada por un rotundo triunfo en segunda vuelta.
Omite Piñera que la mayoría parlamentaria cuenta con idéntica legitimidad, toda vez que es resultado de un mismo evento electoral. Así se produjo el equilibrio político que incomoda al mandatario por la mayoría opositora en el parlamento.
El gobierno ha demostrado escasa destreza en la gestión política y legislativa de su agenda. Llegó a darse el gusto de enviar un veto sustitutivo para el proyecto de reajuste del salario mínimo, cuando ya se había logrado acuerdo en torno al monto y sólo subsistía una diferencia de plazos en materia de la pluri anualidad. El resultado no pudo ser peor para el gallito de Palacio. Su veto fue rechazado y, en pocos días, el gobierno repuso el proyecto en los términos planteados por la oposición
Condiciones para un “segundo tiempo” del gobierno
Se ha agotado el primer tiempo, del llamado “período de gracia”. En sus propias filas se suma la percepción de un gobierno que lo ha desaprovechado con un errático proceso de instalación. Plagado de errores no forzados, nombramientos desacertados y una difusa agenda, desalineada de las prioridades del programa proclamado en campaña.
Ahora Piñera ha anunciado que se inicia el segundo tiempo de su mandato, apostando a los ejes más duros de su agenda programática: “modernización y simplificación tributaria”, reforma del sistema previsional y cambios en el ámbito laboral.
El desafío mayor, a la vista, es que en ninguno de estos temas existe consenso con la oposición. Así ha quedado de manifiesto en el incipiente debate sobre la modernización tributaria. Parece ineludible un proceso de diálogo que permita acotar las diferencias y construir consensos posibles.
Se ha agotado el primer tiempo, del llamado “período de gracia”. En sus propias filas se suma la percepción de un gobierno que lo ha desaprovechado con un errático proceso de instalación. Plagado de errores no forzados, nombramientos desacertados y una difusa agenda, desalineada de las prioridades del programa proclamado en campaña.
El diálogo se hace más complejo por un clima enrarecido, a partir de conductas, al menos, confusas de La Moneda. Se expresan, por ejemplo, en la defensa del subsecretario de redes asistenciales, Luis Castillo, responsabilizado por la Democracia Cristiana de encubrimiento del magnicidio del ex Presidente Frei Montalva. Se agrega el extendido malestar de la mayoría opositora por los calificativos de “anti patriotas” emitidos por el propio mandatario, de quién se esperan explicaciones y disculpas. Más que evidente el difícil contexto para un diálogo en búsqueda de acuerdos en torno a la agenda oficial.
El anuncio del llamado segundo tiempo – para muchos el verdadero inicio del gobierno – con el despliegue de su agenda más controversial, no puede partir del supuesto que el diálogo y la búsqueda de acuerdos implican consensos implícitos con algún sector de la oposición.
Tampoco de que su triunfo en la segunda vuelta presidencial obligaría al conjunto de la oposición a prestar su acuerdo a las propuestas gubernamentales. Con la misma legitimidad que el gobierno propone su agenda, la oposición puede levantar propuestas, esperando que durante su tramitación parlamentaria se puedan acotar las diferencias, finalmente dirimidas por las reglas de mayoría y minoría que la democracia establece.
Con la misma legitimidad que el gobierno propone su agenda, la oposición puede levantar propuestas, esperando que durante su tramitación parlamentaria se puedan acotar las diferencias, finalmente dirimidas por las reglas de mayoría y minoría que la democracia establece.
Comentario aparte merece la llamada segunda transición, planteada por Piñera en su reciente entrevista en el cuerpo dominical del diario El Mercurio. Allí insiste en que “la primera transición”, de un gobierno autoritario a uno democrático fue ejemplar (afirmación que no pocos opositores discutirían) y que hoy es necesaria una segunda transición.
Aquella apuntaría a “convertir a Chile en un país desarrollado, sin pobreza, con mayor justicia social, igualdad de oportunidades, más respetuoso del medio ambiente, más seguro y más solidario”. Valga decir, lo esencial de las administraciones, de signo progresista, que han gobernado el país durante los últimos 25 años. Ciertamente, en ese sendero, la derecha tiene una asignatura pendiente, para proyectar ideas y propuestas, en línea con objetivos que han sido banderas de centro izquierda en nuestro país.