Apropiación de narrativas. Por Mario Valdivia V.

por La Nueva Mirada

De niño recibí una educación con abundante historia y mucha literatura en castellano e inglés. Imagino que aprendí en forma natural que el mundo no es una colección de cosas y entidades – como una gran bodega -, sino que consiste en narrativas que les dan significado. Más tarde, la universidad fue un ejercicio sistemático de sustitución de esas narrativas por protocolos, esquemas conceptuales y ecuaciones. Una práctica que empobrece fatalmente el mundo, reduciéndonos a calculadoras que resuelven problemas. Me aburrió.

Leyendo los evangelios recibimos a Jesús de Nazaret, esa figura conmovedora que nos constituye hasta los huesos todavía hoy. Imposible descubrirlo en los mandamientos de dios y la iglesia. Recuerdo que circulaba en la universidad un popular libro titulado “Para leer El Capital”, cuyo propósito era hacer irrelevante leerlo. Reemplazaba la desafiante narrativa de Marx sobre el capitalismo, llena de vitalidad, por una estructura de conceptos inertes. En la sala de clases, la iluminadora Teoría General de Keynes, sustituida por las ecuaciones LM e IS, era clavada como un insecto muerto en las dos dimensiones de un insectario. La sugerente narrativa de Hayek de los mercados como instituciones creadoras de know how, era enterrada en la ridícula pretensión de las ecuaciones de equilibrio general.

Apropiarse de narrativas es, en mi opinión, un propósito esencial de la educación; quizá el propósito esencial. Ha sido para mí.

Descubrir narrativas a tiempo, en un mundo en el cual estas cambian y se rearticulan constantemente, no es una competencia baladí. Descubrirlas transmutadas en esquemas conceptuales, es llegar tarde. Cuando ya son commodities en textos técnicos. Por suerte para mí, esa clase de tratados me aburre.

Explorar las narrativas descubiertas tampoco es trivial. La dificultad de entrarle, si se trata de narrativas verdaderamente nuevas, es un freno. La tentación de declararlas incomprensibles puede ser insoportable. Una cierta manera superficial de interpretar el espíritu crítico es otra dificultad. Si ante lo nuevo que emerge en la exploración tenemos disponibles los reflejos de ataque y defensa creados en narrativas anteriores, no aprenderemos nada. Es un contumaz hábito mío, siempre al acecho. La exploración de una narrativa se deja llevar por ella. La navega evitando las evaluaciones negativas, más astutas que relevantes, de argumentos, razones y justificaciones. Es, en parte, dejarse apropiar por ella.

Dejarlas atrás, o abandonarlas, es otra habilidad nada de obvia. No queremos ser conversos, y a menudo las narrativas tienen mucha fuerza. Al final, queremos ser nosotras quienes se apropien de ellas. ¿Qué es lo no pensado en las narrativas exploradas?, puede ser la pegunta fundamental. Más que la detección de errores argumentales o de apreciación, abandonarlas   busca las cegueras que están en su base. En El Capital, puede ser la demanda como componente del valor. En Keynes, quizá la capacidad de los especuladores de anticipar las acciones del estado. En Hayek, tal vez la ceguera a la capacidad de los mercados de crear al ser humano, no solo conocimiento. Dejar atrás una narrativa no produce seguidores ni oponentes de ella, más bien crea post ella. Apropiados y apropiadas. Liberados, pero enriquecidas por ella. Libres, pero en alguna medida, otros. Para mí, es el aprendizaje como goce y responsabilidad.

Marx, Keynes, Hayek

Como esquema conceptual, me parece que el mundo se reduce a una colección de verdades y falsedades. Dogmatiza. Como narrativas, en cambio, lo verdadero y lo falso en el mundo nace de estas y está sujeto a ellas. No creo que estas tengan una justificación última, pero articulan formas de vivir que les dan fundamento, por las que podemos tomar responsabilidad.   

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