Por Luis Breull
Patadas, piedras y palos a su auto, y escupos a ella misma al preguntar por qué la agredían fue la reacción hacia la conductora de Meganoticias, Soledad Onetto, al transitar por calle Condell en Providencia, en momentos que se producía una manifestación pública pro derechos humanos de estudiantes de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
Una expresión patente de rabia, frustración y barbarie, que necesitaba descargarse mediante la construcción habitual de un “enemigo”, que accidentalmente representó todo lo no deseado desde la arista de marginalidad ideológica en que suelen desarrollarse estos actos, que esta vez recordaban la desaparición del joven mapuche José Huenante, sucedida después de una detención policial el 3 de setiembre del año 2005.
¿Pero por qué a Soledad Onetto?
Esta agresión a la profesional de Mega no constituye un hecho aislado, porque es frecuente presenciar en las protestas estudiantiles la fobia que despiertan los medios de comunicación social, la TV, la prensa en general y los periodistas. Tal como si se tratara no de profesionales independientes interesados en informar, sino solo de recaderos del poder o de funcionarios mandatados para manipular la realidad en favor de los intereses de los propietarios de los medios.
Esta agresión a la profesional de Mega no constituye un hecho aislado, porque es frecuente presenciar en las protestas estudiantiles la fobia que despiertan los medios de comunicación social, la TV, la prensa en general y los periodistas.
Lo extraño en este ataque es precisamente el ejercicio de un acto de violencia impúdica frente a una mujer, sola, indefensa y que por coincidencia pasaba por el lugar donde se desplegaba la manifestación. Y no hubo un mínimo de sensatez al minuto de descargar la rabia frente a ella (en medio de un grupo conformado no solo por hombres y donde el discurso feminista cala fuerte).
no es un fenómeno social simple de interpretar o de reducir solo al argumento de la rabia de los excluidos, frente a la visión de los exitosos.
Por lo mismo, no es un fenómeno social simple de interpretar o de reducir solo al argumento de la rabia de los excluidos, frente a la visión de los exitosos. Son complejos procesos contemporáneos a escala global, que el escritor y columnista italiano Alessandro Baricco intentó explicar en su libro “Los Bárbaros”. Lo denominó como el nuevo saqueo en las sociedades altamente mediatizadas, donde es urgente mirarlos desde arriba, en plano cenital para“llegar a leer dentro de ellos el modo de pensar de los bárbaros. Y me gustaría estudiar a los mutantes con branquias para ver, reflejada en ellos, el agua con la que sueñan y que están buscando”.
“llegar a leer dentro de ellos el modo de pensar de los bárbaros. Y me gustaría estudiar a los mutantes con branquias para ver, reflejada en ellos, el agua con la que sueñan y que están buscando”.
El paraíso de la desconfianza
La consultora Almabrands acaba de divulgar la fase cualitativa de un estudio comparado sobre los niveles de confianza en las instituciones, la política y las marcas en Argentina, Chile, Colombia, Perú y Uruguay, donde nuestro país cuenta con los peores índices (32% de confianza, 35% de opiniones neutras y 33% de desconfanza). Entre los atributos medidos, los más bajos son cercanía y respaldo.
Nuevamente el capital social se revela ante los chilenos como su talón de aquiles, ante la apariencia de ser una democracia más estable que la de sus vecinos y una economía más ordenada, pero donde pesan casos como el asesinato de Camilo Catrillanca y otros hechos de corrupción política.
Nuevamente el capital social se revela ante los chilenos como su talón de aquiles, ante la apariencia de ser una democracia más estable que la de sus vecinos y una economía más ordenada, pero donde pesan casos como el asesinato de Camilo Catrillanca y otros hechos de corrupción política.
Este déficit se muestra también en las formas de vivir colectivamente los procesos políticos mediante la confrontación violenta de subgrupos organizados en torno a algunas universidades y establecimientos escolares. Su mediatización televisiva los trata como conflictos permanentes, de tiempo presente, sin una lógica funcional evolutiva que permita entenderlos en perspectiva ni comprender sus objetivos o reivindicaciones. De ello deviene su construcción solo como relato de violencia y caos. De desorden que más alimenta el rechazo a esta forma de ser visibilizados en el entorno mediático.
Degradatorios paranoicos y politizados
Entre las nuevas capas medias incubadas desde el retorno a la democracia se han ido consolidando grupos cuyas biografías no se encuentran plenamente resueltas, ni sus parámetros de inclusión y participación social. En ellos –especialmente en los jóvenes que son primera generación univesitaria- es donde brotan miradas de sospecha ante todo y todos, especialmente ante femómenos y personajes mediáticos.
En ellos –especialmente en los jóvenes que son primera generación univesitaria- es donde brotan miradas de sospecha ante todo y todos, especialmente ante femómenos y personajes mediáticos.
Uno de ellos es Mario Kreutzberger y la Teletón, que les genera rechazo como si se tratara de un negocio, mientras el resto del país la atesora; otros son los rostros de noticieros, especialmente los más valorados en los estudios de opinión, como Soledad Onetto, criticada con furia en constantes troleos en redes sociales por el solo hecho de existir.
Este campo político altamente mediatizado demanda respuestas a interrogantes claves como la que formula el filósofo francés, Marcel Gauchet, en “Democracia sin Ciudadanos”, en donde afirma que estamos ante el reto de “la democracia contra sí misma”, una mínima democracia cada vez más encerrada en un círculo que la priva de los medios para corregirse, insatisfecha consigo misma, capaz de progresar y retroceder bajo sus propias reglas.
En el mismo texto, Victoria Camps, filósofa y catedrática española va a establecer para las democracias contemporáneas una nueva construcción de ciudadanía que se aleje de la barbarie digital de debates degradados en las redes sociales (como sucede en Chile). A los ciudadanos de hoy hay que demandarles que aprendan a razonar y a responsabilizarse; fines que siempre han estado asociados a la capacidad de pensar, de reflexionar cívicamente.
Las claves de Morin
Hoy asistimos a la consolidación de una temporalidad de lo político cada vez más escasa y desgastante. Un fenómeno que si se confronta con la evolución de los estados de la opinión pública expresados en los últimos estudios más serios –en un mar de encuestología insustancial- muestra un país fracturado y centrado en un maniqueísmo mediático de corte populista tendiente al fanatismo. Ya sea desde las torres de marfil de las élites o los campos de batalla barbáricos de las nuevas capas medias, que desde las aulas y las calles nos revuelcan su rabia y frustración, sin intención alguna de practicar la tolerancia.
Tratar de comprender más en el fondo el malestar de parte de la ciudadanía en la acción política, como generadores de realidad mediática obliga a desentrañar algunos criterios descritos por el sociólogo español Félix Ortega en lo que denomina democracia de las audiencias. Es decir, parece que hoy vivimos un espacio político altamente mediatizado, en donde los sondeos de opinión son instrumentos que recogen y constatan la dependencia cognoscitiva creciente de las sociedades respecto de sus sistemas de comunicación, que expresan el encuadre en el que se desarrollarán y resolverán los debates y controversias del campo de acción política.
Solo para concluir esta reflexión sobre el infortunado y despreciable ataque a Soledad Onetto, valga citar al filósofo francés Edgar Morin, quien plantea el necesario retorno a una “política de la civilización” que nos devuelva la esperanza en un amplio sentido y no solo de promesa.
Solo para concluir esta reflexión sobre el infortunado y despreciable ataque a Soledad Onetto, valga citar al filósofo francés Edgar Morin, quien plantea el necesario retorno a una “política de la civilización” que nos devuelva la esperanza en un amplio sentido y no solo de promesa. Un estadio en que el sujeto político reivindique la calidad de vida sin supeditarla solo al nivel de vida. Un espacio que supera también el individualismo todopoderoso contemporáneo y aparte a los ciudadanos de las crecientes soledades y frustraciones: “La individualización es a la vez causa y efecto de las autonomías, libertades y responsabilidades personales, pero tiene por reverso la degradación de las antiguas solidaridades, la atomización de las personas, el debilitamiento del sentido de la responsabilidad hacia el otro, el egocentrismo y, tendencialmente, lo que hemos podido llamar la metástasis del ego”.