Hacia la reconfiguración de las izquierdas y las derechas.
Los resultados de las primarias desconcertaron. Los que aparecían como candidaturas fuertemente consolidadas en las encuestas, fueron derrotados por amplio margen. En la derecha, Sichel se impuso a la candidatura de la UDI, Joaquín Lavín que buscaba reformular la propuesta tradicional de la derecha mediante el discurso de la socialdemocratización.
Se trataba de una proposición poco creíble encarnada además por un candidato que tanto como “gallo de pelea” en las elecciones de diputado en 1990, como el “cosista” en las elecciones de 1999, no había logrado convencer. Ahora, con el sello su presunta “socialdemocratización” terminó de enajenarse a la derecha al mismo tiempo que resultaba poco creíble para el centro político al observar su trayectoria y su entorno. Se impuso también a Desbordes que simplemente no terminó de identificar a su público objetivo. Su franja habló a un sector, fuertemente perjudicado por el gobierno de Piñera. Su figura y su propuesta de renovación de la derecha no calzaba con las tendencias dominantes ni en la derecha nacional ni en la internacional. Briones, fue poco más que un mal chiste. Entender la decisión de Evópoli de llevarlo como candidato presidencial, exige más que un análisis político, uno sicológico. Sichel desde un inicio aparecía, creíblemente, como carta renovadora la derecha. Su historia política lo mostraba asociado a Andrés Velasco, expresión máxima de la derecha de la Concertación; como ex militante de la Democracia Cristiana durante 8 años podía mostrar credenciales de centro y con personeras como Mariana Aylwin, Eduardo Aninat, entre otros, dejaba en evidencia que podía contar con el beneplácito de la Democracia Cristiana internacional, siempre incómoda con la izquierdista DC chilena pues, donde existe, representa preferentemente a la derecha.
El triunfo de Gabriel Boric representa el triunfo de los sectores de la izquierda que apostaron a la institucionalización del 18.0, lo que pasaba por aprovechar el “momento constitucional” (en los términos de Bruce Ackerman y Fernando Atria) para lograr un acuerdo político que hiciera posible “lo imposible”: terminar con la constitución de Pinochet e iniciar un proceso constituyente. Dicho proceso pasaba por un plebiscito de entrada que ratificara el rechazo de la ciudadanía a la constitución pinochetista y se pronunciara por una Convención Constitucional totalmente elegida, paritaria y con escaños reservados para los pueblos originarios para elaborar la nueva Constitución. Con la elección de constituyentes se estructuró una clara mayoría en favor de una Constitución que profundice la democracia y eche las bases para una sociedad más igualitaria y justa, comprobando que la decisión del 15. No solo fue valiente, sino que un momento decisivo para la construcción de un mejor país y la elaboración de una norma que rija el sistema político para los próximo 30 años. Se trata de una apuesta política que aprende de la experiencia transformadora internacional que deja en evidencia que la lucha por mayor igualdad debe correr paralela a la ampliación y la profundización democrática; que sacrificar una en favor de la otra termina con la democracia y con frecuencia con la posibilidad de asegurar niveles mínimos de sobrevivencia como muestran los casos de Venezuela y Cuba, cuyos desastres sociales y económicos sólo en parte menor puede ser adjudicado al bloqueo. El triunfo de Boric, rompió con el mito de que la radicalidad es sinónimo de populismo y que aquel concepto está más bien asociado a la capacidad de entender y articular políticamente los clivajes típicos de una sociedad marcada (en los términos de Manuel Antonio Garretón) por la transición desde una economía industrial a una economía digital, desde una sociedad patriarcal a una sociedad feminista y pluralista en cuanto a las disidencias sexuales y de género, desde una sociedad que explota la naturaleza a otra que busca una relación nueva con la naturales y asume el cambio climático como la amenaza principal que se cierne sobre la sociedad y que busca redistribuir poder profundizando la democracia representativa en su articulación con crecientes formas de participación ciudadana, en que la descentralización efectiva juega un papel crucial.
La reordenación del escenario político descrito deja a la Unidad Constituyente en una situación precaria. Su reivindicación ambigua de los 30 años de democracia ha sido capturada por la derecha sichelista que al no ponerla en duda aparece como su más legítimo heredero. Al mismo tiempo, la autocrítica respecto de ese período aparece vacilante y la presencia de las “caras de siempre” así como el ir y venir de muchos de sus políticos y técnicos entre el Estado y la empresa privada la hace perder credibilidad. El triunfo de Boric, con un programa como el descrito, que apela a las diversas demandas transformadoras hace muy difícil un desempeño adecuado en la primera vuelta, sea quien sea la candidata que gane en la consulta recién convocada.
El clivaje programático post primarias presidenciales.
El resultado de las primarias ha reconfigurado el escenario político y los transformará aún más en lo que viene. Piñera intentó una renovación de la derecha; pero sobre la base de una mala interpretación de la victoria electoral que lo llevó a presumir que se podía recuperar la credibilidad con un discurso (mejores tiempos, red de apoyo, prioridad de las clases medias) acompañado de meros arreglos cosméticos del mundo existente; más en el caso de las AFPs en que se promovieron modificaciones para consolidar el sistema de capitalización individual. El programa de Sichel parece, aunque insuficientemente, aprender de esto; hay concesiones tímidas y una búsqueda por concentrarse en los temas fundamentales para proponer una modificación cosmética de los existente.
El 18.0 movió sin duda de forma radical el cerco hacia la izquierda. El apoyo abrumador a los retiros de los fondos de pensiones, así como la demanda generalizada al gobierno de que mejorara el Ingreso Familiar de Emergencia fueron una señal elocuente de ello. Las franjas de la primaria de la derecha competían en presentar a sus candidatos como reformistas convencidos. Abundó la oferta de subsidios, de elevación de pensiones solidarias; también de indignación por las ayudas gubernamentales insuficientes, la mala situación de la salud pública y el reclamo contra la cancha dispareja. En la izquierda y la centroizquierda fue posible constatar un claro no más AFPs, la apuesta por una fuerte reforma tributaria, el fortalecimiento de la salud pública entre otras. Pese a lo anterior, las candidaturas de Sichel y Boric muestran con claridad lo que se está jugando en la próxima elección presidencial
Sichel reivindica con fuerza la Concertación. En tal sentido, en su visión el estallido del 18.0 no apuntaba al rechazo del modelo neoliberal, no aludía a los 30 años; el problema no radicaba en el modelo de sociedad; que por el contrario habría permitido “un acuerdo no escrito donde gobernabilidad, crecimiento y equidad eran parte de la misma ecuación” y que permitió grandes progresos. No obstante, el programa debe reconocer que hay muchos problemas y la causa principal de ellos fue que el mundo cambió; las instituciones no supieron evolucionar y por tanto han perdido credibilidad. Las respuestas del pasado que buscaban la confrontación entre Estado y Mercado; entre la izquierda y la derecha, actualmente entregan respuestas binarias para problemas mucho más complejos, que requieren de respuestas integradas. Ya no estamos en el siglo XX, estamos en el siglo XXI.
El programa de Sichel, realiza algunas “concesiones” en ciertos ámbitos: una pensión básica universal equivalente a la línea de la pobreza, un aporte patronal de 6 puntos destinado a las cuentas individuales y un aporte adicional de dos puntos para financiar medidas de solidaridad. Acepta la posibilidad de elegir entre entidad pública y privada, a cambio de mantener a las AFPs como columna vertebral del sistema de pensiones. A esto es lo que el programa de Sichel denominan el “fin del modelo actual del AFP”.
Para Sichel el clivaje es lo que él llama “senda republicana y democrática” versus el derrotero del populismo y las promesas simplistas. Retoman las ideas promovidas desde el mundo empresarial en particular la SOFOFA, el Centro de Estudios Públicos (CEP) y del Instituto Libertad y Desarrollo que han sostenido que el dinamismo de la economía de mercado y sus efectos sociales positivos se han visto afectados por el retraso de la modernización del Estado. En tal contexto, su programa se estructura sobre la base de una propuesta de modernización que en lo fundamental mantiene y profundiza las modificaciones que la Concertación hizo, y que el 18.0 puso en cuestión. No hay una reflexión respecto del rol del Estado, tampoco sobre la demanda de su democratización ni presentan proposiciones significativas de descentralización. En tal sentido, su propuesta fundamental es modernizar el Estado bajo el lema “que haga bien su pega”. Se reiteran viejos discursos “un Estado al servicio de los ciudadanos”, “que las personas estén en el centro”, “que los parlamentarios están al servicio de los ciudadanos”. Los problemas que han afectado al crecimiento económico del país desde hace al menos dos décadas como son el estancamiento de la productividad, la baja inversión en ciencia y tecnología, la lenta diversificación y la creciente crisis medioambiental se propone resolverlas con el lema “por una economía basada en el emprendimiento” y una idea de sustentabilidad que se diluye a lo largo del texto. Sobre esa base, en las dos secciones adicionales del programa propone “más transferencias directas, garantías y apoyo a las familias y una sociedad inclusiva” que no deja claro por qué se separan y no conforman solo una unidad en torno a la política social. Lo que sí está claro es que se trata de una perspectiva asistencialista que parece estar mirando de reojo un eventual segundo estallido y donde la participación ciudadana no existe.
El programa de Boric como se señaló más arriba representa una propuesta radical tanto desde el punto de vista de su novedad como de su contenido. La candidatura de Jadue presumía de la radicalidad de su programa; particularmente por su propuesta tributaria, la fuerte alza en el salario mínimo entre otras. Boric presenta una radicalidad distinta que tiene que ver con el intento de pensar el programa del Nuevo Gobierno a partir de pensar el conjunto de medidas sobre la base de 4 ideas fundamentales (transversales): el feminismo, la lucha contra el cambio climático, la descentralización y la idea de profundización de la democracia y la redistribución del Poder (de ahí su insistencia de que al final de su gobierno el presidente tendrá menos poder). Se trata en consecuencia de una mirada concentrada en los grandes temas que enfrenta el país, pero más allá, la humanidad.
Pensión básica universal equivalente al salario mínimo; una entidad pública sustituye las actuales AFP, que se encarga invertir los ahorros para pensión y gestionar las cuentas, incentivándose el traspaso al nuevo sistema. Se crea un fondo colectivo solidario al que cotizan todos los trabajadores y también el personal de las Fuerzas Armadas y de Orden. La pensión final sumará la pensión universal, el reconocimiento de tareas de cuidado, subsidio por periodos de desempleo y lo aportado por la cotización obligatoria del trabajador (10% más 2% de costos de administración y 6% extra del empleador).
Los principales desafíos para la elaboración programática de Boric son dos. La primera, es la necesidad de constituir equipos afiatados entre los grupos programáticos del Partido Comunista y de los otros grupos que apoyaron a Daniel Jadue y los equipos de la campaña de Boric. Ni unos ni otros cuentan con mayor experiencia en la gestión gubernamental de ahí que será necesario un trabajo de preparación importante. La segunda y más desafiante es resolver el conjunto de dificultades que enfrenta la aspiración transformadora. En el campo económico una banca de desarrollo con todo lo importante que pueda ser (para lo cual además existen bases institucionales que han acumulado cierta experiencia) no resuelve por si misma los desafíos de aumentar los recursos para la investigación y desarrollo tecnológico y, al mismo tiempo, desarrollar la capacidad efectiva de su utilización mediante el impulso de actividades productivas de nuevo tipo. La modernización de las pequeñas y medianas empresas no es un problema menor; a la fecha se han implementado diferentes medidas y si bien su desarrollo puede ser ayudado significativamente reduciendo las asimetrías que la afectan producto de un entorno institucional orientado más bien a la gran empresa ello no resuelve todas las dificultades. La democratización de la economía, donde la idea de participación de los trabadores y trabajadoras en los consejos directivos de las empresas juega un rol importante, no es de fácil implementación. El desarrollo de nuevas formas colectivas de propiedad enfrenta las dificultades que siempre han tenido, acentuadas por casi 50 años de políticas que no solo las ignoraron, sino que además las combatieron. La superación de la crisis provocada por el cambio climático es, en si misma, un problema mayor. Si a ello se suma la aspiración de una profunda transformación productiva, si bien es probablemente el principal instrumento para avanzar en esa dirección, no resulta fácil. En todo ello el establecimiento de una misión nacional en torno a la descarbonización más acelerada de la economía que incluya el impulso de la H2V tanto para la exportación como para la transformación verde de la actividad minera y del transporte y de otras actividades económicas puede jugar un papel central. Para ello se requiere, sin embargo, una voluntad política muy fuerte.
Por Eugenio Rivera Urrutia
Fundación Chile 21 y Foro por un desarrollo justo y sostenible