No hay que ser un gran analista político para asumir que la contundente victoria de Jair Bolsonaro en la primera vuelta, lo pone a tiro de cañón (apropiado a este ex militar de ultraderecha) para imponerse en el balotaje del próximo 28 de octubre y convertirse en el nuevo Presidente de Brasil.
Se ha manifestado, más allá de lo previsto, el cansancio, hastío y rechazo ciudadano a los partidos políticos tradicionales, en su mayoría involucrados en gigantescas tramas de corrupción. También el descrédito de un sistema democrático, incapaz de contener la violencia, garantizar el desarrollo económico y ofrecer una mejor calidad de vida a su población.
La victoria de Jair Bolsonaro es la consecuencia. Un líder populista, de extrema derecha, se presenta como “el salvador de la Patria”, prometiendo mano dura en contra de la delincuencia y la corrupción. No parece importar suficientemente que se trate de un xenófobo, misógino, alentador y defensor de brutales violaciones a los derechos humanos. Todo ocurre en el contexto de un sistema democrático desacreditado y debilitado.
En estricto rigor, la segunda vuelta no es una nueva elección, como suele afirmarse. Y aunque las alternativas son polares, en buena medida están determinadas por los resultados de la primera ronda. Sobre todo en el caso de diferencias tan sustantivas. Bolsonaro aventajó a Haddad por casi 17 puntos.
El triunfo de Bolsonaro se inscribe en una tendencia global, más allá de la región, donde se fortalecen visiones nacionalistas y ultraconservadoras. Sucede en Europa (Italia, Francia, Alemania, Suecia u Holanda, por mencionar algunos países). Se extiende en Filipinas (Rodrigo Duterte exhibe rasgos similares a Bolsonaro). Donald Trump lo viene manifestando brutalmente desde Estados Unidos.
En ese sendero, destaca la irrupción de una corriente ultraconservadora de las iglesias evangélicas, que apoyó a Trump, se jugó por Fabricio Alvarado en Costa Rica y fue un relevante apoyo para Jair Bolsonaro.
Ciertamente Bolsonaro no representaba la mejor opción para los empresarios brasileños, que obviamente habrían preferido alguien más moderado y menos controvertido. Pero el empresariado suele no perderse en lo esencial y es pragmático a la hora de proteger sus intereses.
Tempranamente, como se reflejó en los movimientos de la Bolsa, los agentes del mercado brasileño se alinearon tras la postulación de Bolsonaro. Un férreo partidario del neoliberalismo, que ha prometido reducir el Estado, privatizando empresas fiscales.
Bolsonaro podría ganar cómodamente en segunda vuelta
La señal es contundente. El 46,2 %, conseguido en primera ronda, prácticamente le asegura su elección en segunda vuelta. Básicamente porque el nivel de rechazo a Fernando Haddad es igual, sino mayor, al que pudiera concitar Bolsonaro, como manifiestan las cifras.
El golpe, o sorpresa electoral, se manifiesta también a nivel legislativo. El Partido Social Liberal se constituye, sustentando a Bolsonaro, en la primera fuerza política en ambas cámaras.
Ciertamente la democracia brasileña está en peligro con la llegada al poder de este líder populista de ultraderecha. Sobre todo si, como se espera, cumple sus promesas de campaña para reformar la actual Constitución, sin consulta al pueblo, suspendiendo garantías, entregando mayores atribuciones a las policías y recurre al concurso de las FF.AA., gobernando en base a decretos y medidas administrativas.
En el contexto descrito, parecería un milagro político que Fernando Haddad convocara a la izquierda y el progresismo brasileño, sumando a un amplio y diverso espectro democrático tras su postulación. Y, además, convocara a los más de 20 millones de electores, que se abstuvieron de votar en primera ronda, para que concurrieran a las urnas en el balotaje con el desafío de salvar la democracia amenazada.
Los partidos tradicionales, incluyendo la Social Democracia y el Movimiento Democrático Brasileño (el partido de Michel Temer) sufrieron también un duro castigo electoral. Mayor incluso al del Partido de los Trabajadores, que bajó casi 12 puntos, para ubicarse como la segunda fuerza política del país, con algo más del 29 % de los votos (el peor resultado de los últimos años).
En la contienda presidencial, tan sólo Ciro Gómez logró un resultado honorable, quedando en tercera posición, con un 13 % de las preferencias, en tanto que Geraldo Alckmin no alcanzó el 5 % y Marina Silva obtuvo un irrisorio 1 %.
Buena parte de las bancadas agrarias, evangélicas y pro mercados, ya se han alineado bajo la candidatura de Bolsonaro y no son pocos los sectores de centro que han manifestado su inclinación por el candidato de la ultraderecha, en el polarizado escenario político que vive el país.
En estricto rigor, la segunda vuelta no es una nueva elección, como suele afirmarse. Y aunque las alternativas son polares, en buena medida están determinadas por los resultados de la primera ronda. Sobre todo en el caso de diferencias tan sustantivas. Bolsonaro aventajó a Haddad por casi 17 puntos.
Así las cosas, la segunda vuelta, programada para el próximo 28 de octubre, podría ser un mero trámite. Es presumible que Bolsonaro insistirá en que representa el orden, la seguridad y el progreso, prometiendo salvar la patria, mientras su disminuido contendor sería la expresión del caos, la corrupción y la violencia. En la senda de Venezuela, como insiste, el ex militar.
Los riesgos del populismo autoritario
Ciertamente la democracia brasileña está en peligro con la llegada al poder de este líder populista de ultraderecha. Sobre todo si, como se espera, cumple sus promesas de campaña para reformar la actual Constitución, sin consulta al pueblo, suspende garantías constitucionales, entregando mayores atribuciones a las policías y recurre al concurso de las FF.AA., gobernando en base a decretos y medidas administrativas.
La interrogante es cómo todo este proceso que hoy se vive en Brasil, impactará a las frágiles democracias en nuestra región, que también manifiestan señales de fatiga y descrédito ciudadano.
El futuro político de Brasil se torna aún más incierto tras el desenlace de la primera ronda presidencial y no es para nada evidente que la democracia pueda sobrevivir, al menos tal como universalmente se reconoce. No es para nada descartable que Bolsonaro lidere el tránsito hacia un gobierno cívico-militar, parecido al régimen que inauguró el ex presidente Bordaberry en Uruguay en la década de los 70. Con un fuerte protagonismo de las FF.AA., como el que ha insinuado el propio Bolsonaro y su candidato a la vicepresidencia.
La interrogante es como todo este proceso que hoy se vive en Brasil, impactará a las frágiles democracias en nuestra región, que también manifiestan señales de fatiga y descrédito ciudadano. El mejor caldo de cultivo para las experiencias populistas y autoritarias que se extienden, con fuerza, a nivel global.