El consumo de drogas dejó de ser “visión y sacramento”. De un medio generador de sentido ha pasado a ser un fin por sí mismo.
Octavio Paz advierte que esta forma de uso ya no permitiría una “liberación interior, sino la esclavitud; la locura y no la sabiduría; la degradación y no la visión”.
Ya no habría contextos “teológicos rituales” asociados a su consumo. Al perder su uso un sentido primigenio y mítico, se le despojaría de alguna posibilidad de trascendencia. Así, se disuelve su revestimiento simbólico. Desde su punto de vista, el consumo moderno de alucinógenos correspondería hoy a “la profanación de un antiguo sacramento”.
Hoy se podría hablar de la extraordinaria levedad de un consumo sólo destinado a tratar de neutralizar el tedio y la pesadez material de una existencia que “curva la espalda hacia la tierra”. Parece sólo estar destinado a “pasarlo bien” y a combatir el tedio.
Para el filósofo Byung-Chul Han, en una sociedad narcisista y “algofóbica” (fobia al dolor), con una cultura que rehúye la presencia necesaria de la alteridad negativa del sufrimiento y de la angustia vital (anestesiadas por una positividad, hoy, intensamente digital), “las drogas, la violencia y el horror aparecen como los únicos estímulos que todavía pueden despertar la experiencia del propio yo”.
Tiene mucha razón Gilles Lipovetsky cuando habla de un “hiper mega consumidor global”, ya que al igual que en cualquier consumo, el de las drogas es regulado por el deseo placentero y la dinámica económica “de una industria” que incorpora la violencia del narcotráfico. Las personas, debido a la “falta de referentes identitarios”, caminarían ansiosas y aburridas por la vida, buscando encuentros con realidades novedosas y maravillosas, en medio de “compras compulsivas, (viajes), endeudamiento excesivo, obsesión por las redes y video juegos, ciber dependencias, conductas adictivas en general, (culto fetiche al cuerpo y al sexo), toxicomanías, bulimia y obesidad”.
El sentido trascendente y espiritual del uso de las drogas se habría disuelto en medio de un viaje solitario e individualista, autoexigente y competitivo. Los otros dejan de estar presentes amorosamente. No queda más que la búsqueda desesperada de la autosatisfacción del deseo narcisista en un paroxismo individualista.
Mientras “agoniza el eros”, como defiende Byung-Chul Han, desaparece el misterio de la realidad del otro. Al desaparecer su alteridad, es el misterio amoroso el que desaparece, y así el de la realidad del mundo donde yacen el sentido y el significado de la vida.
Para Peter Sloterdijk, “la droga se enseñorea del alma sólo como servidora privada e íntima de la tendencia a no ser”, como una dimensión actual y permanente de la existencia. Una deriva impulsiva del ser humano. Afirma que la persona consumidora, contra “la exigencia (o pesadez) excesiva de la existencia”, o contra una realidad dolorosa e indeseable que hace casi imposible que sea vivida, “por medio de un consumo privado -hoy descodificado y des ritualizado de las drogas- (…), se abre a una vía de retorno salvaje, por decirlo así, a la inexistencia”. El consumo se ha vaciado de su revestimiento simbólico y mistérico.
El sentido profundo del consumo de las drogas yacería para el psiquiatra Armando Roa, “en una distorsión de la apetencia (natural) del ser humano por las experiencias de excepción”. Podría decirse del impulso permanente del ser humano para transformar o transmutar de forma novedosa y maravillosamente placentera la realidad. La necesidad íntima y compartida de jugar con la realidad.
En el consumo, la proto – percepción, pre – cognitiva del espacio y el tiempo se modifican bajo sus efectos, alterando la significación y sentido de la realidad/mundo.
Respecto al sentido del consumo específico de alcohol, ( que podría generalizarse al consumo de cualquier droga), Roa describió la presencia de un consumo “tedio fóbico” para combatir el aburrimiento, uno “normo tímico”, para modificar el estado anímico emocional, y también una forma “sintomática” destinada a modificar la angustia o estados depresivos.
En general, la falta de sentido, la soledad, el desamor y la búsqueda extrema impulsiva de lo placentero, serían factores de riesgo existenciales. De allí su forma de aparición cada vez más precoz en los jóvenes.
La historia de los rituales religiosos y chamánicos con la participación de diferentes drogas como las enteógenas, (centradas en experiencias espirituales y encuentro con dioses), muestra que el consumo de estos químicos son tan antiguas como la historia de los seres humanos inmersos en diferentes culturas. La búsqueda de diferentes formas de perturbación de los sistemas perceptivos y neurofisiológicos para modificar la conciencia a través de experiencias extáticas, han acompañado al hombre desde sus inicios en sus fiestas rituales y búsquedas creativas tanto artísticas estéticas como también sexuales.
Vivimos en un necesario ecosistema de realidades técnicas y químicas que modificamos y nos perturban diariamente, a través de una relación adaptativa que nos permite desarrollarnos y evolucionar. Las drogas de uso recreacional son modificadas genéticamente y creadas en laboratorios como una gran industria hoy legal e ilegal. Son funcionales a la autoexigencia personal productiva competitiva, como también a un intento de reducir el estrés, el desgaste, y el cansancio asociado.
Pero el uso y el consumo abusivo (“problemático” y sistemático) de las drogas placenteras ilegales y legales, posibilita -según un contexto personal y sociocultural de vulnerabilidad y riesgo-, la aparición de una enfermedad adictiva que siempre será finalmente destructora para la persona, su familia y su grupo social comunitario. De ahí la necesidad de prevención y control de su uso, especialmente en niños y adolescentes.
A mayor precocidad de su uso, mayor riesgo de abuso y de enfermedad adictiva.
Respecto a la tecnología, en la clasificación actual de Enfermedades Mentales Europea, aparece el trastorno por uso de videojuegos en niños y adolescentes en el capítulo de “comportamientos adictivos” con dos categorías diagnósticas: Juego Patológico y Trastorno por Videojuegos offline (Game Disorder), diferenciado del Videojuegos online (Internet Game Disorder). El uso abusivo de los videojuegos compartiría características con el juego patológico y el consumo de sustancias, pero con particularidades fenoménicas de la realidad digital.
Su uso sistemático sería capaz de trastocar los procesos de desarrollo neuro psicobiológicos y, por ende, de aprehensión, interacción y desarrollo de y con la realidad en sus dimensiones de la significación y el desarrollo del sentido. La niñez con sus potencialidades y aperturas casi infinitas de desarrollo futuriza a diferentes posibilidades y de modos de ser, y especialmente la adolescencia, por su poderosa etapa de reorganización global adaptativa, en el ámbito de la delicada subjetivación identitaria psico corporal, sexual y, social cultural relacional en todas las dimensiones de una personalización y humanización lanzada definitivamente hacia la adultez, se configuran por sus características “inmaduras” y de intensas “transformaciones” novedosas, como periodos llenos de fragilidad y debilidades, de riesgos y vulnerabilidades frente a ellas.
El Trastorno de Juego por Internet recoge un uso con déficit en su control, dejar de realizar otras actividades suplantando otros intereses de acuerdo al contexto socio cultural y a la etapa de desarrollo, sumado a su uso compulsivo a pesar de los efectos negativos en diferentes ámbitos de la existencia.
Para su diagnóstico, debe existir un deterioro significativo en áreas de funcionamiento personal, familiar, educativo, social, u otras áreas por lo menos durante 12 meses (WHO 2017). Hay que recordar eso sí, la necesidad de la presencia de tolerancia y síndrome de deprivación como reflejo de adicción biológica.
Respecto a la enfermedad adictiva, entre llegar a ser una persona que consume con la condición de ser adicta, y no serlo aún, hay que salvar una brecha que necesita de un salto “cuántico”. Es decir, de un cambio cualitativo novedoso radical y global. Llegando a un punto de bifurcación catastrófico, donde la enfermedad emerge como un acontecimiento. Considerando las particularidades de cada droga, la mente de la persona -en una visión encarnada-y su cerebro cuerpo relacional como un solo todo, se autoorganizan de una nueva manera estructural y funcional. Emerge una nueva realidad y forma de relación con ella, profunda e intensamente “caosmótica”. (Para Guattari, la “caosmosis” se trata “de un proceso entre lo virtual y lo actual, lo disperso y lo consistente”; un proceso donde la novedad nace del caos).
Se reconfigura un nuevo modo global de existencia biológica y sociocultural. La información epigenética celular se ha transformado (sin alterarse la información cromosómica, pero sí su expresión adaptativa genómica con potencialidades hereditarias) y continuará auto transformándose bajos los efectos de la droga. La expresión proteica cambia. Los receptores y mensajeros celulares ya no son los mismos. El circuito placer recompensa cerebral y otros sistemas neuroquímicos relacionados se modifican en un proceso de adaptación y autorregulación continuo a las perturbaciones mantenidas y sistemáticas generadas por el uso de la droga. Un cerebro adicto ya no es (nunca más) igual a uno no adicto. La persona ha cambiado quizá de forma irreversible. Emerge una realidad intersubjetiva relacional y ecosistémica global radicalmente nueva. Ocurre una transformación destructiva desadaptativa de la realidad “interna” y “externa” y de la relación armónica entre las dos como un todo.
Esta nueva realidad que podríamos llamar “virtual”, “reposaría sobre las ruinas de la realidad” anterior. Aunque a veces, esta nueva realidad emergente “no ordinaria”, que sólo parece ser en sus inicios, sólo “levemente distinta de la realidad cotidiana”, terminará por ser atópica, es decir, inclasificable, de una originalidad incesantemente imprevisible y radicalmente distinta.
El flujo dinámico de la realidad se ha transmutado definitivamente de una manera integral, donde la droga pasa a ser parte necesaria y definitiva de ella para evitar la destrucción.
No hay personas medias adictas. Cuando cristaliza la enfermedad, se es una persona adicta. O se es, o no. No se es “un poco adicto”. Ha cristalizado una forma de individuación y subjetivación nueva, aceleradamente inestable y entrópica psico corporal y socio cultural. Ha cesado el aumento de complejidad -inicialmente adaptativo-, proporcionado por la droga frente a un mundo que se hace exponencialmente más complejo. La persona deja de ser un ser abierto a las distintas posibilidades existenciales. Su libertad se ha reducido drásticamente. Sólo hay dolores y sufrimientos que intentan desesperadamente ser evitados por la persona, a través del consumo.
Desde una mirada sobre la individuación, según Simondón, habría ocurrido un desplazamiento fuera del equilibrio hacia un estado pre individual metaestable (precariamente estable y con variados estados de equilibrio), por sobre el de individuación. La membrana vital fronteriza entre las realidades se ha desgarrado. La realidad externa e interna fluyen juntas de forma turbulenta y sin contención. Cuando de forma indiferenciada se mezclan llegando a un equilibrio donde nada fluye, donde no hay intercambio de energía, la realidad y la persona enferma finalmente mueren como un todo.
Ya no hay más realidades maravillosas como efecto inicial del consumo. Ya no hay novedad. Se consume de forma compulsiva, incontrolable y dolorosa sólo para intentar sobrevivir. Sólo el consumo mantiene a la persona con vida.
Quizá, el problema real de fondo y “escandaloso” del consumo de drogas, (según Baudrillard), yacería “no en atentar sobre los valores morales”, sino en atentar contra “el principio mismo de realidad” de manera deshumanizadora.
Este autor, no duda en calificar su uso y a las mismas drogas, como uno de los dos más poderosos “depredadores naturales de la realidad”. (El otro predador sería la hiper realidad aumentada, virtual digital).
Mientras exista el ser humano, existirá el consumo de drogas placenteras naturales y de las artificiales y culturales, incluyendo el juego, el sexo, el dinero y los “consumos” de todos los comportamientos experimentados y sentidos placenteramente, y aún a veces-en una torción extrema de perversión-, también de la misma experiencia dolorosa transmutada a lo placentero.
Finalmente, el consumo de las “drogas” en su amplia acepción, parece radicar en el misterio profundo de lo que hace al ser vivo y humano, en medio de su humanización natural evolutiva y su desarrollo personal, familiar y socio cultural.