Se me ocurre, no soy historiador, que el capitalismo y la democracia son creaturas que no pertenecen a la misma camada. Una nació en Grecia en el Siglo V AC, la otra en el Siglo XII DC en Venecia, por ahí. No han tenido una existencia muy armónica, sino duramente negociada, para no caracterizarla de dialéctica, un término que no está muy de moda.
Cuando el capitalismo se convirtió en industrial, a mediados del Siglo XIX en Inglaterra (una potencia imperialista que exportaba sus manufacturas), la democracia era censitaria; muy pocas personas tenían derecho a votar. Cuando Henry Ford inventó la “producción en masa” entrando el Siglo XX en Estados Unidos (un país que expandía su frontera y su mercado interno), la productividad de los obreros alcanzó un nivel tal que permitía pagarles lo necesario como para que compraran los automóviles que ellos mismos producían. El sistema de producción fabril abrió la posibilidad de un capitalismo compatible con la democracia; o sea, con un futuro de largo plazo. Un sistema tan productivo como para ser consistente con las mayorías democráticas, negociaciones salariales de por medio. Gringo más que astuto.
El tamaño del mercado, el poder de compra se convierte así en la fuente fundamental de poder de la democracia con respecto al capital. Las masas compradoras constituyen el principal interés del capital para invertir. Sin poder de compra no hay posibilidades de vender ni acumular (Una consecuencia que puede ser invisible para quienes consideran que el único secreto del capitalismo estriba en la producción). Convertido en poder político, el poder de compra define los límites de la capacidad negociadora de la democracia. En países con grandes poblaciones y grandes mercados, la democracia tiene una gran capacidad negociadora de base. En países pequeños como el nuestro, el poder negociador de la democracia es más débil. El capital depende de exportar, no de vender a las masas en el interior del país
En países pequeños como el nuestro, el poder negociador de la democracia es más débil.
Chile es considerado valioso por el capital como geografía, geología, climatología e hidrología. Como “recursos naturales”, no como mercado; somos 18 millones de personas. Si la democracia quiere apretar fuerte al capital, este puede hacer abandono de la escena. Hay recursos similares en otras partes del mundo, quizá un poco más costosos. Sufrir una pena, hacer algunas pérdidas y emplumárselas, es una posibilidad siempre abierta. El capital no es una cosa, es poder fluido que no es posible encadenar. Pienso que este hecho delimita el poder máximo de la democracia. No es un dato sino una preocupación negociadora, una prudencia madura. Le pone límite a lo que una ética abstracta puede considerar justo o injusto, obligando a hacerse cargo de lo fácil que resulta imaginar posibilidades que no funcionarán. No por falta de justicia, sino por falta de poder democrático. Considero que esta mirada negociadora es más valiosa para diseñar estrategias democráticas que el miedo a un populismo definido dogmáticamente.
Si la democracia quiere apretar fuerte al capital, este puede hacer abandono de la escena.
El capital no es una cosa, es poder fluido que no es posible encadenar. Pienso que este hecho delimita el poder máximo de la democracia.
esta mirada negociadora es más valiosa para diseñar estrategias democráticas que el miedo a un populismo definido dogmáticamente.
Ahora, si vamos a exportar, y no creo que haya otra, dado nuestro pequeño tamaño poblacional, no estamos obligados a hacerlo con recursos naturales, y no con habilidades humanas especiales. El valor negociador fundamental de la democracia con el capital no tiene por qué ser nuestra capacidad de consumir, sino la de diseñar y producir en forma innovativa. Siendo simplón: la cabeza, no el estómago. ¿Cómo hacer de las habilidades humanas el poder negociador esencial de la democracia con el capitalismo?
¿Cómo hacer de las habilidades humanas el poder negociador esencial de la democracia con el capitalismo?
Es la gran posibilidad democrática. Y un desafío.