Filósofos renombrados aseguran que nos convertimos en seres vengativos al suponer que nuestra existencia está sujeta al principio de causalidad. Si algo ocurrió en el pasado que causó mi vida actual. O, como alguien de talante intelectual diría, “algo que explica mi existencia presente“. Y puedo recordar con claridad ese algo, como el evento definitorio que fue.
¿Qué hacer ante un hecho tan fundamental para mí, que pasó, se fue, quedó en el pasado? Más allá de mi alcance, inevitable, escapa de los afanes de administración y control que la enseñanza oficial instaló como expectativa de sentido común. Inmutable ante las mejores competencias que tengo. Siento impotencia, me niego a aceptarlo, alguien lo hizo, me culpo, busco culpables. Me posee la interrogante, ¿quiénes son las responsables de aquello que determinó mi existencia? En el trasfondo opera la creencia de que existir es ser causada.
La suposición de causalidad mantiene actuando un pasado ido como determinante del presente. Eventos que no podemos cambiar. Nos refriega nuestra impotencia en los ojos. Necesitamos vengarnos para sentir que tenemos poder, que podemos hacer algo. La venganza, sin embargo, es un juego que tiene algo impotente en sí mismo: nos deja cogidas de un pasado ido no arreglable. De ahí viene quizá la sensación de falta de libertad que me embarga cuando percibo ánimos que me parecen vengativas. Por el contrario, la admiración que me producen personajes como Mandela y Luther King. No por santurrones ni virtuosos, sino por su libertad íntima, su auténtica alegría de vivir, su esperanza.
Una posibilidad diferente consiste en no rebelarse ante lo incorregible del tiempo ido, por lo mismo que es inútil, y, por el contrario, aceptarlo. Es tal vez una disposición ante la causalidad de tiempos más estoicos y aceptadores que los actuales, que necesitan controlarlo y administrarlo todo. Tiempos más sabios, menos tecnológicos. Un pelito tristones para mi gusto. Al mal tiempo, buena cara…, ya se sabe.
Pero ¿qué si nuestra existencia no consiste en un rosario de hechos causados y causantes, sino en interpretaciones articuladas como narrativas de un tiempo propio; un libre recordar y proyectar? Si pudiéramos actualizar el pasado a partir del propósito de inventar lo posible, el tiempo no quedaría atrás, intocado e ido; fuera de nuestro alcance. Por el contrario, el futuro ambicionado, soñado e imaginado (re) interpretaría el pasado, recreándolo en la forma de recuerdos siempre vivos y frescos.
¿Es esto posible?, ¿liberarse del espíritu de venganza? Personalmente me ha servido darme cuenta de que la causalidad no es más que una manera posible de articular temporalmente las narrativas de nuestra existencia. Una manera de interpretar la acción del tiempo en asuntos humanos. El pasado como causa es una interpretación ni necesaria ni imposible, discutible. Muy discutible.
De primera, cacho dos fuentes de teorías causales de la existencia (se me ocurre que puede haber más). La primera nace de suponer que hay una naturaleza humana que causa nuestro comportamiento. P. ej., que nos mueve maximizar el placer y minimizar el dolor. La segunda nace de suponer que la historia tiene leyes que causan nuestro comportamiento, aunque sea en “última instancia”. Imagino que nos hemos dado cuenta de que no funcionan. Y, tomadas en serio, en el espíritu tecnológico de administrar y controlar, incuban venganza. Furores culpógenos y garrote. Mejor evitarlas.